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«Doña Rosita, anotada»: Lorca y Remón agasajan a sus buenos muertos y nos invitan a la fiesta

Por Horacio Otheguy Riveira

Una fiesta muy peculiar que empieza con la recepción de Francesco Carril viéndonos ocupar las butacas. La sala vacía, si se es de los primeros, y delante de unos paneles grises, Carril, un joven que nos mira en silencio. Luego llega Fernanda Orazi y más tarde Manuela Paso. Hablan en voz baja entre ellos, sonríen, gesticulan, deambulan por el amplio escenario, como si no estuviéramos ahí, expectantes; se escucha algo de música que ellos mismos ponen en una casetera.

La sala se va poblando.

Los tres resultan afectuosos, cálidos comediantes con bien ganada fama de audaces, rigurosos buscadores de nuevos recursos. Se mueven con la naturalidad de gente corriente. Hasta que Francesco comienza a contarnos cosas, cómo empezó todo; la luz de sala tarda un poco en apagarse; nos cuenta que le propusieron una versión del clásico que Lorca estrenó en Barcelona en 1935 con Margarita Xirgu. Y no sabía qué hacer con ella.

La voz del autor abunda en detalles domésticos: dice que tomó café en una conocida franquicia, que estudia la obra con escepticismo… y ya dispuesto a rechazar la propuesta, llaman a su puerta dos tías que se ocuparon de él tras la muerte de su madre, entonces lo que parece una comedia costumbrista se va entrelazando con la pieza de Lorca, a partir de las notas a pie de página de algunos eruditos, de las reflexiones del actor-director y de las compañeras que harán varios personajes. Y todo fluye como el río que nos lleva. Un río bien nutrido de imaginación, rompiendo reglas, dejando «ismos» en el camino, entrando de lleno en el peculiar estilo de Remón.

La escenografía de Mónica Boromello hace posible pasar de la fría recepción del comienzo, con el fondo de grises paneles, a un vuelco de teatro en el teatro muy evidente, donde la representación adquiere visos de realismo mágico, de ensueño que se rompe y se recombina con algo de humor, como si Lorca se riera un poco de sí mismo, y enseguida se arroja a la pista algo fantástico: Fernanda Orazi evoca a la protagonista con las palabras del poeta y nos envuelve. Es Rosita. Asistimos a un entrar y salir de la magia, sin que ésta se pierda nunca porque todo en escena tiene el calor de las encantadoras tías muertas, tras cuyos pasos habrá otras muertes ficticias y verdaderas, no solo las del autor en primera persona, también —y de allí la rica emoción del espectáculo— nuestros propios muertos, aquellos que están muy presentes en nuestra vida por deudas sin saldar o por retener la imprescindible compañía de diálogos y abrazos imperecederos. Un ambiente, una sugerencia, sin necesidad de hablar con los espectadores ni de tornar explícito el mecanismo singular de la representación.

La muerte tiene un colorido impactante (también la de Lorca, en la memoria de todos, asesinado a pie de guerra civil, en agosto del 36) en una tensión escénica en la que no hay lugar para la tragedia, porque a los tres intérpretes les ronda un amor profundo por su profesión, por la palabra presente y la que aún no ha llegado, por los abundantes temas que recorren la función cargados de vitalidad. Y cuando al final escuchamos los pasos de un nuevo personaje —lentos pasos por el patio de butacas—, la unión entre público y artistas ya posee una fortaleza inexpugnable. Llega una mujer a cargo de Manuela Paso, dueña de una tonalidad conmovedora…

Acierto grande el de Pablo Remón al convocar un caos y hacer de él una policromía profundamente poética, una fiesta íntima in memoriam de Federico, de Rosita y todos nosotros in corpore vivo.

En definitiva, un insólito viaje al interior de los autores, los intérpretes y los espectadores. Muy recomendable para quienes admiran un teatro que reúna enigma y costumbrismo, de un realismo mágico admirable.

«Doña Rosita es la vida mansa por fuera y requemada por dentro de una doncella granadina, que poco a poco se va convirtiendo en esa cosa grotesca y conmovedora que es una solterona en España. Cada jornada de la obra se desarrolla en una época distinta. Transcurre el primer tiempo en los años almidonados y relamidos de mil ochocientos ochenta y cinco. Polisón, cabellos complicados, muchas lanas y sedas sobre las carnes, sombrillas de colores… Doña Rosita tiene en ese momento veinte años. Toda la esperanza del mundo está en ella. El segundo acto pasa en mil novecientos. Talles de avispa, faldas de campánula. Exposición de París, modernismo, primeros automóviles… Doña Rosita alcanza la plena madurez de su carne. Tercera jornada: mil novecientos once. Falda entravée, aeroplano. Un paso más, la guerra. Dijérase que el esencial trastorno que produce en el mundo la conflagración se presiente ya en almas y cosas. Tiene ya en este acto muy cerca del medio siglo. Senos lacios, escurridiza cadera, pupilas con un brillo lejano, ceniza en la boca y en las trenzas que se anuda sin gracia… Poema para familias, digo en los carteles que es esta obra, y no otra cosa es. ¡ Cuántas damas maduras españolas se verán reflejadas en doña Rosita como en un espejo! He querido que la más pura línea conduzca mi comedia desde el principio hasta el fin. ¿Comedia he dicho? Mejor sería decir el drama de la cursilería española, de la mojigatería española, del ansia de gozar que las mujeres han de reprimir por fuerza en lo más hondo de su entraña enfebrecida. (Federico García Lorca en Obras completas, editorial Aguilar, 1960; págs. 1741-1742)».

 

Parece que no pasa nada, pero lo que pasa es el tiempo. Es una especie de cara B de las tragedias lorquianas canónicas, donde el antagonista es el tiempo, donde se ve cómo el tiempo va arrasando un poco los ideales de juventud. Es una versión libre, muy libre, que al mismo tiempo me parece que conserva la esencia de la obra de Lorca. También es una lectura de la obra original, mi lectura. Cuenta la obra y al mismo tiempo cuenta mi relación con la obra. (Pablo Remón)

 

Pablo Remón, Manuela Paso, Francesco Carril, Fernanda Orazi: un cuarteto que transmite una comunión casi mística en la que convive la alegría de la creación con la tristeza ontológica de saberse mortal.

 

Texto Pablo Remón, a partir de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, de Federico García Lorca
Dirección Pablo Remón
Intérpretes Francesco Carril, Fernanda Orazi y Manuela Paso
Dirección de producción Jordi Buxó
Dirección técnica Paloma Parra y Víctor Sánchez
Producción ejecutiva Rocío Saiz
Escenografía Monica Boromello
Ayudante de escenografía Lorena Rubiano
Iluminación David Picazo (AAI)
Vestuario Ana López Cobos y Paula Castellanos (AAPEE)
Espacio sonoro Sandra Vicente
Fotografía Vanessa Rábade
Diseño gráfico Dani Sanchís
Ayudante de dirección Raquel Alarcón
Gerente/regidor Laura García Moreno
Técnico de iluminación Rafael Gómez García
Técnico de sonido Manuel de Solís Segura
Técnico de maquinaria Nuria Jiménez Salvador
Comunicación Luisa Castiñeira y Joaquín Pérez
Distribución Caterina Muñoz Luceño
Agradecimientos Raquel Alarcón, Jordi Buxó, Daniel Remón, Emilio Tomé, Francisco Reyes, Pablo Giraldo, Caterina Muñoz y todo el equipo Kamikaze, Juan Mayorga, Carlos Rod, Natalia Álvarez Simó, Teatros del Canal, Manuel Llanes. Esta obra existe por el empeño de Jaime de los Santos y gracias a Silvia Herreros de Tejada
Una producción de la Comunidad de Madrid y Buxman Producciones con la colaboración de La_Abducción

PAVÓN TEATRO KAMIKAZE. HASTA EL 13 DE DICIEMBRE 2020

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