La vara del zahorí

Oráculos de sabiduría ancestral

José Luis Trullo.Camino de Sardes es, como lo es su autora Clara Janés y lo es su editor Raúl Herrero, un libro inclasificable. Esto, que en principio no tiene por qué constituir un mérito en sí mismo (hay excepciones odiosas y que es mejor obviar), en este caso expresa a la perfección la naturaleza misma del libro que nos ocupa. No nos encontramos ante un texto que sea fácil de domar, no, más bien al contrario: hemos de ser nosotros quienes aparquemos nuestras inercias lectoras para acompasarnos a su complejo decir, el cual, a despecho de presentarse como un vasto paseo de carácter literario, mitográfico y cultural, desemboca abiertamente en algo mucho más inasible, incluso desbordante, hasta el punto de que siento la tentación de calificarlo de poema en prosa ensayística, al estilo de los que, en su momento, escribieran nuestra ínclita María Zambrano o el nunca lo bastante ponderado Gaston Bachelard. Como en una rapsodia musical (ese género que fue creado para acabar con todos los géneros), los temas se hilan y entrelazan, en un flujo semiconsciente que aceptamos gustosamente porque confiamos en los dedos que los teje: sus dones, ya celebrados en numerosas lecturas cómplices, le conceden un amplio margen para este tipo de contradanzas. Por una vez, un pertinaz lector yang cede ante una autora tan preclaramente yin…

Camino de Sardes. Logos bifronte se articula en dos partes: la primera aparenta glosar las propuestas líricas de autores nórdicos (Artur Lundkvist, Kjell Espmark, Harry Martinson y un largo etcétera), unos más conocidos que otros, muchos de ellos editados con especial fruición por el sello Libros del Innombrable durante los últimos años, aunque en lo hondo se despliega un subtexto que aborda una seductora hermenéutica de los grandes símbolos que han alumbrado a la humanidad entera (¡sí, entera!) a lo largo de los tiempos. De este modo, desfilan ante nuestros subyugados ojos versos -escritos en una especie de trance- a propósito de la luz, de la noche, del desierto, del mar… que, de la mano de la enorme sabiduría de Clara Janés, eminente poeta, académica y traductora, nos transportan y nos elevan, al mismo tiempo que nos invitan (¡no me pregunten cómo, pero lo logran!) hacia abajo y hacia dentro. Milagros del saber decir esencial.

En la segunda parte, Janés nos permite participar de su riquísimo bagaje de referencias de distintas épocas y variopintas latitudes (Persia, Egipto, Grecia, Roma), de modo que, durante unas horas, tenemos la impresión de haber sido invitados a compartir con ella un aromático té en su gabinete particular. Sentados a sus pies, asistimos como niños a sus crónicas acerca de los mitos y los conceptos que han conformado las mentes y han sido nutridas por los corazones de nuestros ancestros, esos hermanos que nos esperan al otro lado de la línea de sombra, tendiéndonos la mano.

Entresaco del ancho caudal del libro algunas perlas, ya que mi espíritu aforístico gusta de aislarlas de su mágico contexto: «la oscuridad no sólo es fría, sino falaz» (y el poema bien lo sabe, pues la ha buceado); «la naturaleza tiene su lenguaje, su modo de comunicarse, cierto, entretejido con la luz» (una luz que parpadea y nos mira); «Palpita una vibración inmóvil que se succiona a sí misma mientras la historia sigue su marcha» (y en ese desgarro habita el arte); «En cada uno hay una posibilidad de vínculo con lo ya sido» (y del mismo pende el hilo de nuestra posteridad); «El ahora lo incluye todo» (lo cual no significa que no haya nada fuera de él, al revés)… Los extractos de obras ajenas son también abundosas y no están nunca para meramente decorar: Rumi, Ibn’ Arabi, Pitágoras, Platón, Séneca o Cicerón no lo permitirían…

Así las cosas, Camino de Sardes se nos presenta como un auténtico objeto de carácter casi ritual, tal que si un emisario proveniente de lejanas tierras, pero nacido en el pueblo de al lado, nos dejase en la puerta de casa un rollo de papiro en el cual apareciesen trazados unos signos sólo apenas familiares, invitándonos a descubrir un tesoro que, al final de un larguísimo periplo (de páginas o de años), descubriríamos que se encuentra enterrado en un nuestro jardín. Pero ese camino hay que recorrerlo y este libro, señoras y señores, hay que leerlo. Ya.

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