‘Océanos sin ley’, de Ian Urbina

Océanos sin ley

Ian Urbina

Traducción de Enrique Maldonado

Capitán Swing

Madrid, 2020

648 páginas

 

Por Mario Amadas

“El océano es también un lugar distópico”, dice Ian Urbina en la introducción a Océanos sin ley. Viajes a través de la última frontera salvaje, y así se puede leer este estremecedor, impactante compendio de reportajes marítimos: como un libro de aventura y denuncia por los mares y océanos del mundo, que nos enseña su desidealizada cotidianeidad, sus temibles costumbres silenciadas. También, podemos leerlo como el reverso crítico, documentado y testimonial, de los mares literarios –que también existen– de Philip Hoare. Porque por las páginas de Urbina van desfilando los horrores desconocidos, convenientemente ocultados, de la esclavitud de nuestros días y de los abusos que ocurren en alta mar. Y el autor, con increíble valentía, ha atravesado la última frontera indomable del mundo y, de vuelta, ha traído este libro para compartir su testimonio.

Acompañando al Bob Barker, por ejemplo, que es uno de los barcos de Sea Shepard, la organización paralela a Greenpeace (pero más extrema y agresiva, y partidaria, como los anarquistas, de la acción directa), Ian Urbina describe “la persecución más prolongada de un pesquero furtivo en toda la historia naval”. Persiguiendo al Thunder, dedicado a la pesca (ilegal) de la merluza negra, una rareza abisal “con los ojos del tamaño de  bolas de billar”, les seguimos y les seguimos hasta que su angustia y su desesperación ya son nuestras, tan bien documentado está, tan bien escrito está. Poco a poco nos presenta a la tripulación, su día a día, y, sobre todo, lo extendida que está la pesca furtiva, enloquecida y desatada, porque lo que impera en aguas internacionales es la indiferencia.

No quiero adentrarme demasiado en este capítulo, pero la clave está en la existencia de estos barcos de pesca ilegal, y lo difícil que es detenerlos e impedir sus delitos. La impunidad campa a sus anchas en todos los mares del mundo, aprendemos. Una de las frases de este vibrante reportaje marítimo resume el porqué de esta tradición oceánica del crimen: “Estados Unidos se ha mostrado históricamente renuente a sancionar a otros países por incumplimientos de la normativa laboral o ambiental ante el temor a que afectara a sus oportunidades comerciales o a dirigir la atención hacia algunas de sus prácticas cuestionables”. Ahí es nada.

El libro va ampliando el radio de ilegalidades en el mar, y, sobre todo, de la descarada impunidad que protege o exculpa a los responsables. Violaciones en alta mar (tanto en los pesqueros furtivos como en los lujosos cruceros de moda), palizas, asesinatos, contaminación sistemática y deliberada (para ahorrar gastos), extorsión, esclavitud: cada capítulo es un capítulo más en la historia del abuso. Si, como dice Rafael Sánchez Ferlosio, “la historia es siempre historia de la dominación”, Océanos sin ley es un extracto sobrecogedor de esa larga historia de la dominación y el abuso. Cuánto ignoramos, y con qué facilidad nos dejamos de preguntar lo que ni siquiera intuimos. Pero ahí es cuando entra Urbina con su narrativa endiablada, con sus datos y el inmenso coraje que requiere escribir sobre estas realidades, en esas condiciones.

Intimida ver el parecido de estas injusticias, por otra parte, con las realidades a las que sí estamos acostumbrados. Un ejemplo: “Al externalizar la contratación, la logística y las nóminas de la mano de obra extranjera, la empresa centraliza los beneficios y descentraliza la responsabilidad”. Pareciera que habla de la industria cultural y no del mar. Como cuando describe “las jerarquías por completo antidemocráticas” de las flotas pesqueras. Que no nos escandalice sólo el hecho de estar presente en el mar, porque esa realidad es común a todos los ámbitos humanos.

El temible destino de los polizones, el hecho de que “la ley protege la carga de un barco mejor que a su tripulación”, o, una de las grandes paradojas silenciadas de nuestro tiempo, la llamada “tragedia de los comunes”, según la cual los océanos son de todos y de nadie a la vez (porque nadie se hace cargo y en esa tierra de nadie está todo permitido y todo queda impune), son sólo parte de lo que hace que el trabajo periodístico de Urbina sea tan importante, tan desolador: desvelar lo que nadie sabe y hacer que nuestra mirada sobre la cotidianeidad, cambie. Totalmente. Le da la vuelta al mundo hasta que aprendemos que, lo que antes era nada, ahora es crimen. ¿Ves esa forma en el horizonte? Ya no es un pesquero; es un espacio de agresividad y dominación.

En Dead Slow Ahead, película fascinante e hipnótica de Mauro Herce, vemos una cara de la marina mercante que también existe. Nos acerca la vida solitaria en alta mar; nos lleva en barco con su cámara detallista, acariciante. Urbina en cambio nos trae la otra cara, aquella en la que navega Paul Watson, fundador de Sea Shepard y tenaz y feroz defensa de la vida marina. La que se niega a aceptar el statu quo. En el último capítulo nos lleva, como en el thrilleriano primer capítulo, con Sea Shepard a perseguir los muy modernos balleneros de caza por la Antártida. Así vemos también cuál es el argumentario y la retórica (muy poco convincente desde un punto de vista ecológico y moral, como era de esperar), de las grandes empresas balleneras.

Si a esta lectura, trepidante y despertadora, le añadimos los documentales The Cove, de Louie Psihoyos, sobre las rutinarias masacres de delfines en Japón, o Blackfish, de Gabriela Cowperthwaite, sobre cómo la industria del entretenimiento depreda la vida en el mar para nuestro divertimento dominical, tenemos un mapa del horror que es muy fácil desconocer. Ahora ya no tenemos excusa. Ahora sabemos. No quiero dejar de mencionar la espléndida traducción de Enrique Maldonado, y la cuidada, colorida edición de Capitán Swing, con ese pertinente complemento fotográfico, obra, en su mayoría, de Fabio Nascimento, el acompañante de Urbina, que hacen de este libro una lectura impactante. Toda una lección moral.

 

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