Jupiter’s legacy saltará a la pequeña pantalla
La sugerente obra de Mark Millar y Frank Quitely será emitida por Netflix en 2021, aunque todavía desconocemos la fecha exacta.
Es un buen momento para dar un paseo juntos por esta serie publicada en España por Panini Cómics en dos volúmenes. Pero, antes de ello, conozcamos a sus autores.
Mark Millar es un reconocido guionista escocés, creador de diversas obras tales como Kick-ass y Kingsman, que junto con el prestigioso dibujante Frank Quitely han creado una historia repleta de matices sobre los conflictos internos que podrían tener los superhéroes y sus hijos. La serie fue publicada por el sello Millarworld (editorial puesta en marcha por el propio Millar) y algunas de las obras publicadas por Millarworld serán emitidas en televisión.
Frank Quitely es un conocido y reputado dibujante que ha recibido el premio Eisner en 2005, 2006, 2007 y 2009 por All Star Superman y We3. Además, también ha sido nominado a este mismo premio. Tuvimos la oportunidad de escuchar a Quitely en un congreso organizado en Soria donde nos habló de su vida y de las influencias que autores como Milo Manara imprimieron en su obra. De ahí que, como nos ha indicado en diversas ocasiones el profesor de la Universidad de Valladolid Francisco Carrera, la obra del escocés recuerde tanto al dibujante italiano.
Pues bien, ambos autores (Millar y Quitely) se unieron para mostrar el legado que el mundo de los superhéroes pudo haber dejado tras de sí. ¿Destrucción? ¿Honor? ¿Opresión? ¿Libertad? En definitiva, un juego político que se adentra en los entresijos de la propia democracia desde la cultura pop. De hecho, en este sentido podríamos afirmar incluso, que esta serie es una reivindicación de la mitología del superhéroe y de determinados aspectos de la tradición. Tanto, incluso, que parece ser una defensa de aspectos del pensamiento del siglo XIX presentes en filósofos de la talla de John Stuart Mill o Jeremy Bentham.
La obra parte de un grupo de jóvenes que deciden, en los años 20 del siglo XX, dirigirse a una isla cuya existencia es incierta. Simplemente el sueño del cabecilla del grupo los guiaba. Tras llegar a la isla unos extraterrestres les otorgaron unos poderes metahumanos, lo que hizo que se convirtieran en los superhéroes de la Tierra. El grupo de superhéroes terminó estando pervertidos por su poder y solamente Utopian mantuvo su doble personaje (siguiendo el canon tradicional), mientras que los demás solo usaron su alter-ego metahumano. Este grupo de superhéroes tuvo hijos y la obra muestra a un conjunto de irresponsables imbuidos de poder y arrogancia.
La familia de Utopian será la bisagra fundamental de la narración. Al comienzo se muestra a los dos hijos cercanos en un comportamiento poco constructivo. Ante ello Utopian tiene una concepción del mundo muy tradicionalista. Constantemente reprocha la manera de vivir de su hijo varón, al que considera perdido. Su hijo (Brandon Sampson) considera que el elemento causal de esta situación es el propio Utopian y su cerrazón. Por ello, Brandon decide tomar el mando y ser el sucesor de su padre. Ella (Chloe Sampson) mantiene el carácter utópico que estaba presente en su padre, mientras que él se convierte en un dictador.
La obra presenta los matices y los entresijos que genera tener un poder tan enorme como el que tienen estos metahumanos. La manera de hacerlo es realmente hermosa, por el trabajo de Quitely; incluso cuando se muestran imágenes crudas. En este sentido, la expresividad de las imágenes y su belleza resulta acogedor.
La obra defiende, finalmente, esa mirada a la tradición y al respeto que supone servir a los demás. Esta idea termina siendo representada por la propia Choe quien, en el discurso final, viste el disfraz de su madre convirtiéndose, en cierto modo, en lo que ella representaba. En la página final de la obra Millar nos muestra la importancia de la utilidad como elemento precursor de la felicidad. Una utilidad que trasciende la mera satisfacción de las necesidades primarias y que entronca con la profundidad del utilitarismo ético anglosajón.
Por Juan R. Coca.