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‘Dendritas’, de Kallia Papadaki

FEDERICO OCAÑA.

Wilson Alwyn Bentley nació en febrero de 1865 en Jericho, Vermont. Debió ver nevar tanto durante su niñez, tanto se obsesionó con la forma de la nieve, que empleó su vida en fotografiar y dibujar los copos, su ligereza característica, sus cristales de existencia breve y figura matemáticamente diferente entre sí. Así que sólo podemos observarlos durante el tiempo de su caída y asegurar dos cosas: serán bellos mientras caigan; pero caerán y desaparecerán para siempre. Dendritas de Kallia Papadaki, novela que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea y que ahora ofrece Automática editorial en traducción de Laura Salas, se construye sobre la frágil estructura de los copos de nieve y sobre el frío que la ampara.

Si los copos semejaran generaciones, la novela retrata a tres generaciones de emigrantes griegos (Andonis Cambonis y sus descendientes) con la precisión psicológica con la que Bentley fotografió las ramificaciones de los fríos cristales. Si la nieve se solidificara en ese estado y pudiéramos conservarla, sería probablemente porque sus ramas, sus curvas y fractales, podrían cortar como el metal. La novela plantea desde el primer momento un escenario frío, inhóspito, para sus protagonistas, sin dejar que sintamos exactamente piedad o compasión: logran apañárselas lo justo para que no caigamos en el paternalismo, en pensar “pobres griegos en Estados Unidos”. El enclave idóneo para esta sensación de hostilidad en la calma es, desde la “Nota” introductoria, la ciudad de Camden, en Nueva Jersey, con la tasa de delincuencia más alta de Estados Unidos y declarada en repetidas ocasiones la ciudad más peligrosa o violenta de aquel país; Walt Whitman murió allí y Papadaki lo utiliza como contrapunto pacífico del paso de los Cambanis por esta tierra.

Las palabras de Whitman quedaron atrás en el tiempo, pero aún brillan en los ojos de los trabajadores que se construyen un futuro en mitad de las guerras de bandas (por etnias o lugar de procedencia: italianos, polacos, judíos, etcétera, americanos a fin de cuentas pero respetuosos de las costumbres y religiones de sus ancestros): “Hay algo en estar cerca de los hombres y las mujeres y en mirarlos y en su contacto y su olor que complace al alma, / todas las cosas complacen al alma, pero éstas le complacen en mayor medida”, dice Whitman en sus Hojas de hierba en una cita recogida en libro.

Sobre este equilibrio se construye una verdadera saga construida a base de retales, como si la identidad fuera en realidad algo sesgado, parcheado, con un primer eslabón insospechado: un joven griego que no piensa en establecerse en Estados Unidos, sino en volver en algún momento al Egeo y que acaba desplumado en el Nuevo Continente, madura, prospera apoyándose en negocios más o (y) menos legales con ayuda de la mafia italiana, más o menos agotadores en una nueva vida en una nueva ciudad (Camden). Toda saga familiar tiene algo de Bíblico, de Génesis y de Éxodo, términos griegos que significan, respectivamente, origen y salida o huida. Andonis se desenvuelve como un nuevo Abraham, fuera de su tierra -aunque él la crea la Tierra Prometida, está lejos de serlo, con una mujer que parece que no podrá engendrar hijos, apestado por su pasaporte durante la Guerra Mundial, sacrificando hasta cierto punto al hijo que finalmente nace -sacrificio que es más bien un acto de rebeldía por parte del pequeño Basil.

“El embarazo de Ralú llegó de la nada, como un rayo en un cielo despejado; Andonis Cambonis se esforzó por recordar cómo y cuándo había tenido lugar la concepción, contaba los días y los amontonaba en el almanaque, le parecía recordar algo, aunque no estaba seguro, y las pocas o muchas veces que le picó la mano y estuvo a punto de levantarla se arrepintió y se la guardó de nuevo en el bolsillo”

De Basil Cambonis nos llega la imagen del desarraigo, de la duda, entre el repliegue identitario, que surge como una suerte de nostalgia hacia algo desconocido y que apenas motiva para mantener abierto el negocio familiar, y la incapacidad por establecerse definitivamente como americano, si es que ser americano es triunfar, imponerse sobre personas y circunstancias.

En realidad, lo que leemos es un relato de nieve que sangra: un relato sobre cómo Andonis abre una -o varias- heridas; sobre cómo Basil no puede suturar la herida abierta durante la generación precedente. No está en condiciones de hacerlo, ni anímica, ni económicamente. Basil es incapaz de realizar siquiera un diagnóstico adecuado de la situación; los acontecimientos pasados y presentes le dejan sepultado e indeciso.

La mirada de las mujeres de la familia tiene una importancia crucial. Es a través de ellas como vemos más claramente el fracaso a que se aboca la familia y son ellas las que cargan en su vientre esa “piedra” que siente Ralú, las que aguantan las bofetadas, las que se liberan -en una segunda generación- y las que, ya en la tercera generación de Litó y la pequeña Minnie (adoptada casi como hermana por Litó), son capaces incluso de enfrentarse a la violencia de los hombres, burlarse del control paterno, tomar, en fin, sus propias decisiones y construir por fin una mirada propia en el lugar donde les ha tocado vivir.

A nivel de estructura la novela es, exactamente como los copos, exquisita. El discurso de Papadaki es denso como una nevada cuyas capas hubieran caído, efectivamente, generación tras generación sobre la misma tierra. Apenas hay diálogos: la soledad de los personajes, su incomunicación, tiene aquí su reflejo formal. Por otra parte, no es que la narración transcurra sólo en el discurso interno de los protagonistas. La autora se detiene a contarnos sus dudas, su rabia, pero no como narradora omnisciente; deja que ellos mismos se constituyan en sus acciones. Desde ese punto de vista, un punto de vista existencialista, la vida de los protagonistas, que podrían ser otros cualesquiera, pero son estos y en esos momentos históricos, no es recompensada por sus aciertos y castigada por sus errores. En todo hay un componente azaroso, frío e injusto: violaciones y amenazas, vigilancia policial e indefensión frente a la violencia callejera, matrimonios que están rotos antes de romperse, amistades que surgen en las peores circunstancias. Están arrojados al continente americano, a la ciudad de Camden, del mismo modo como están obligados, a veces a su pesar, a prolongar con sus decisiones una historia que no les pertenece del todo, que salta hacia adelante y hacia atrás, así, en forma de puzle, como en un montaje cinematográfico.

A los lectores les toca reconstruir ese mosaico. Les será imposible hacerlo completamente, porque si algo enseña el ejemplo de las dendritas es que la belleza es fugaz y sólo nos quedará de ella eso mismo, una reconstrucción, un dibujo o una fotografía, como quien conserva solo un dibujo de la tierra que sus padres abandonaron. Por el atrevimiento con que Papadaki nos lanza en esta narración de génesis y de éxodos de persona en persona, de época en época, de decisión en decisión, y por esa insistencia en que todo, las pérdidas y sobre todo las ganancias, es pasajero, sólo podemos recomendar estas Dendritas.

Dónde encontrarlo:

https://www.todostuslibros.com/libros/dendritas_978-84-15509-63-9

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