El contingente, indeterminado y múltiple Jaques Derrida
JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.
En el centro de los acontecimientos, como instigador y coreógrafo de los elementos lúdicos de este y aquel desorden civil, escribe sus ensayos el filósofo Jacques Derrida (El-Biar, Argelia francesa, 1930-París, 2004), obsesionado con los juegos mentales y las estrategias lingüísticas, a merced de aquella, como esta, sociedad generadora de espectáculos en red, infinita procuradora de textos a los que someter a decenas, cientos de elusivos análisis. Constitutivos de la insurrección necesaria, precursores de la rebelión cotidiana en la que nos hallamos, los argumentos del posestructuralista francés alumbran la biografía del profesor de escritura creativa del Pembroke College, Peter Salmon, Un evento, quizás (Verso, UK, 2020).
Heredera de la progenie contestataria de la Ilustración, recordatorio de una pureza que falla en su cooptación de enemigos declarados, la reseña “Derrida deconstruido”, del periodista Christopher Bray, ahonda en la hagiografía que del erudito iconoclasta ha escrito Salmon, profundizando en “los libros ilegibles [de] un maestro de la impenetrabilidad. Su prosa, que deja de ser turbia sólo para ser opaca, es del todo incomprensible”. Se revista la semblanza del colaborador del The Guardian, al tiempo que se subraya la colectividad consumista de nuestra posdemocracia de sobredosis telemáticas, capitalismos tardíos e injusticias estadísticas.
Nunca antes la obra del crítico galo de La escritura y la diferencia (1967) había sido tan relevante como ahora, apostilla el autor de 1965, el año en que nació la Gran Bretaña moderna, cuando “pensar en lo impensable requiere de escribir lo ilegible”. En este presente permanente que Derrida predijo, nada más pertinente que una producción que proporciona a sus detractores material suficiente para destruirla. A merced de la corriente centrífuga / centrípeta de la teorización francesa, según la cual las nociones se arremolinan en círculos para brillar, antes de diluirse, la congruencia del pensador de La diseminación (1972) trata de su imponer su orden lógico en el revoltijo antiautoritario donde “el contexto lo es todo”, sostiene Bray, “por lo que el significado es inestable, contingente, indeterminado, múltiple”.
En el artículo para la edición de noviembre de 2020 de la revista británica The Critic, se actúa para convencernos del carácter cíclico de la toma de decisiones, porque “no estamos constituidos por el significado”, se argumenta, “sino por esa concatenación interminable de toda definición. De ello se deduce que la idea del yo individual y aislado es solo eso: una idea, una fantasía”, similar a la falacia de un progreso hacia un futuro donde seremos reemplazados por nuestra representación. Para habitar la artificialidad del mundo que entre todos hemos construido, “olvídense del “pienso, luego existo” de Descartes”, sugiere Bray, ““Pienso, luego soy pensado”, es la lección derridiana esencial”.
Definida a sí misma por las microasociaciones de sus partes, la presciencia del Premio Theodor W. Adorno 2001, en opinión de su biógrafo, describe con precisión las derivas de su, de nuestra época desvinculada de cualquier atisbo de vida sentida, producto inconsciente del proceso antihistórico que nos descubre cada mañana apretujados contra el cristal del ordenador, (“El juego de la duda presupone certezas”, sostiene el ideólogo Ludwig Wittgenstein, citado por el articulista de The Critic), aplastados contra la pantalla en busca del veneno mercantilizado del entretenimiento, pendientes de una revolución, basada en el camuflaje, que nace prematuramente muerta.
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