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‘El bazar de los malos sueños’, de Stephen King

Por Javier Úbeda Ibáñez

Sucede algo con Stephen King. Compras lo que publica porque, sencillamente, sabes que te va a gustar. Es una garantía de calidad. Vas a disfrutar de su lectura.

No son sus obras de relatos las que más me gustan. Considero que se desenvuelve peor en las distancias cortas y que sale mejor parado en el cómputo global, a mi juicio, cuando tiene mucho que contar. Aun así, se trata de quien se trata, por lo que uno adquiere el ejemplar, también por el temor de estarse perdiendo algo, ya que, con un relato bueno que haya, da por bien invertido el dinero.

En esta recopilación hay altibajos, claro está, y son más los bajos que los altos. Se han incluido grandes relatos, gérmenes para novelas que me han hecho rezar por que ojalá considere convertirlos en novelas, tal como hizo Cervantes con El Quijote. Sin embargo, la mayoría pasan sin pena ni gloria.

Los diálogos son perfectos, eso sí. Son perfectos de fábrica, con cada una de las palabras absolutamente ponderadas y bien medidas en el original, sí, pero también en la traducción. Vaya un agradecimiento a su traductor, Carlos Milla Soler y al diseñador de la cubierta; no tanto al editor, sea quien sea, que no se ha preocupado por contratar a un corrector que unifique los necesarios y debidos criterios de uso para no sacar constantemente al lector de su afán, que no es otro que el poder leer tranquila y agradablemente. ¿Por qué ese empleo anárquico de las cursivas cuando no toca? ¿Ya no existen las comillas, por otra parte? Señor, llévame pronto (cerca de un buen corrector).

Las descripciones, sobre todo, en lo tocante a los ambientes, son el espectro favorito del autor. El sentimiento que sube por la espalda de terror o de desasosiego es marca de la casa. Es el momento en el que uno recuerda por qué no lee a King por las noches y se maldice porque sabe que ya no va a poder parar. También es cierto que, al final, uno piensa que, ¡sorpresa!, ha terminado el libro y tampoco lo ha pasado tan mal como esperaba. Sí, es un tanto masoquista.

Un factor positivo con el que juega el autor es seguirse dirigiendo a su lector constante. Se percibe el cariño y respeto que le sigue teniendo. Por eso y por el hecho de que los relatos, mejores o peores, están bien construidos, este matrimonio de facto entre King y nosotros sigue cumpliendo años. Como matrimonio de larga duración y bien avenido, sabemos que tendrá días peores y mejores.

Y para ese lector constante son las introducciones, una general y una individual por cada relato. Como ferviente admirador de Mientras escribo, no he podido ser más feliz. Esa sensación de complicidad con el autor es fascinante, es un regalo en el que te cuenta cómo llegó esa historia a él y qué tuvo que hacer para escribirla. Es la intrahistoria del relato y supone la exposición de la intimidad del escribiente. Por eso seguimos casados, claro. Es parte del contrato.

Les voy a tratar de compendiar brevemente, por orden, cada uno de los relatos. Comenzaré por «Área 81», para mí, uno de los sobresalientes. Un niño acude a un área de servicio abandonada. Después de inspeccionar la zona y de probar un poco de alcohol (ay, Stephen, no vuelvas por ahí), se queda dormido. No ve llegar un coche extrañísimo que puede comer a las personas. Sí, es el autor que esperamos, y por eso, supongo, es este el encargado de inaugurar el libro.

«Premium Harmony» es un desafío autoimpuesto en el que trata de imitar el estilo seco y espartano de Raymond Carver, considerado uno de los mejores escritores estadounidenses del pasado siglo. Ciertamente, son unas páginas impecables que logran su objetivo. En este caso, nos relata un día normal de una pareja de mediana edad que va de compras mediante el reflejo de las pequeñas miserias del día a día. Ya les adelanto que no acaba bien.

«Batman y Robin tienen un altercado» despierta varios sentimientos contrapuestos y es brillante. Habla sobre las atenciones que un hijo prodiga a su padre, enfermo de alzhéimer y residente en una residencia de ancianos. El hijo invita cada semana a su padre a comer fuera del asilo. La contención del autor a la hora de poner negro sobre blanco el dolor de los familiares de personas afectadas por esta dolencia es muy loable. Recoge, con mucho tacto, el cariño, el sufrimiento, la resignación y los cuidados.

A raíz de una anécdota del pasado que el padre no recuerda surge el título. Tendrá lugar un altercado, como bien anuncia el título, y será el padre quien lo resuelva y quien recupere la memoria momentáneamente en un instante de tensión. Lo cierto es que es uno de los mejor logrados de todos los que conforman el libro.

«La duna» es un ejemplo de escritura de misterio. Arranca presentándonos a un anciano exjuez que navega hasta una isla montado en su kayak. Si ya resulta sorprendente la idea, más sorprendente es que decida contactar con un abogado para poner en orden sus asuntos testamentarios. Será a este abogado a quien le confiese todo lo acontecido durante ocho décadas en la citada isla. Para mí, lo mejor, sin duda, son los diálogos entre ambos y el choque generacional entre ambos.

«Niño malo» es un disfrute. Nos sitúa en un ambiente ya conocido por sus lectores: en la antesala de la pena de muerte de un preso, quien le confiesa a su abogado qué fue lo que lo impulsó a cometer el crimen y por qué, efectivamente, es culpable y nunca se quiso defender. Introduce un componente extraño, un niño malvado que pretende fastidiarle la vida al protagonista, pero, lamentablemente, aunque todo funciona bien, el final desmerece el desarrollo.

«Una muerte» tiene lugar en el Oeste americano. Una niña aparece estrangulada y se acusa a uno de los vecinos en un juicio en el que el fiscal y el juez son la misma persona. Él mantiene que es inocente, pero lo ejecutan igualmente. El final revelará la verdad, y de forma demasiado gráfica, además.

«La iglesia de los huesos» es un poema narrativo sobre una expedición a la jungla en la que muchos de los miembros del equipo fallecen. He de admitir que, o bien yo no he tenido la suficiente pericia como para entenderlo, o realmente King, igual que Cervantes, es mal poeta. No se puede tener todo.

«La moral» plantea los límites de la honestidad de cada persona. Por si esto fuera poco, es un sacerdote el encargado de poner en solfa este concepto cuando le hace un ofrecimiento dudoso a su cuidadora, quien aceptará, tras no pocas dudas, la oferta. Llámenlo karma, pero esto tendrá consecuencias.

«Más allá» es fantástico por la ironía que introduce, en la que, al estilo de Matrix, cuando uno muere, tiene que escoger entre dos puertas. Una lo lleva de vuelta a la Tierra, pero no puede cambiar nada; la otra significa que todo acabó. Es fantástica la exposición de King de la propia incapacidad para hacerse responsable de sus actos, y lo es aún más cuando descubrimos de qué dos personajes se tratan.

«Ur» es difícil de definir para mí. Es un relato controvertido porque fue un encargo de Amazon, así que uno ya lee con cierta prevención. Además, me cuesta entrar en los mundos paralelos. Por abreviar, diré que un profesor universitario, reacio a ello, compra un Kindle. Para su sorpresa, el artefacto puede conectarse a otros mundos, en los cuales se le ofrece la posibilidad de hacerse con obras literarias inexistentes en nuestro plano de autores ya fallecidos.

Me sorprendió encontrar algo concebido ex profeso para el gigante de los libros cuando quienes lo seguimos hemos percibido que toda la parafernalia de Apple está más que presente en sus novelas desde hace años, tal se diría que tuviera un contrato promocional con la compañía de la manzana, pero es de suponer que Amazon le haría una oferta que no pudo rechazar. Todos tenemos un precio.

«Herman Wouk todavía vive» es un poco desconcertante. ¿Para qué mezclar una especie de Thelma y Louise con niños en una furgoneta con dos autores que han hecho una parada para tomar un tentempié? No he terminado de entenderlo, pero me quedo con lo bueno: la conversación de los escritores sobre Wouk y las opiniones que vierte King acerca de Dios y de cómo se comunica. Es impagable.

«No anda fina» versa sobre la locura, un asunto en el que el autor se desenvuelve con grandes capacidades. Lo protagoniza un publicista, con una vida aparentemente normal, aunque es perceptible que algo no anda bien con él. En cierto momento, se nos revela un episodio del pasado que te hace temer lo peor… Y hasta ahí puedo leer.

«Billy Bloqueo» (“Blockade Billy”) resulta difícil de leer para un neófito del béisbol. Sabemos que es una de las debilidades del autor, pero, uf, Stephen, he sufrido para acabarlo. El personaje no se desarrolla convenientemente, y el final es tan abrupto que aún no tengo claro por qué acaba así.

«Pimpollo» es una mirada al ámbito homosexual de los años ochenta, jalonado con referencias al sida y a David Bowie. Se ve el recorrido del joven personaje mientras atraviesa una época difícil, pero también apasionante y piadoso, pues la imagen de la muerte y la felicidad, unidas de extraña manera, es muy potente.

«Tommy» es un poema narrativo, y sigo pensando que no es el género propicio para King. Nos traslada a la casuística hippy de los años sesenta y se centra en las expectativas de juventud y cómo estas desaparecen con el tiempo.

«El diosecillo verde del sufrimiento» es genialidad de la casa. Un hombre riquísimo está padeciendo mucho. Con esta premisa, se da paso al terror y se llega a un exorcismo. La enfermera desempeña un importante papel, puesto que desprecia el dolor del paciente. ¿Hay algo más terrible que estar en manos de una persona carente de compasión cuando uno está enfermo?

«Ese autobús es otro mundo» abre el telón con un ejecutivo que no llega a tiempo a una cita relevante en Nueva York. Desde su taxi, es testigo de un crimen cometido en un autobús. ¿Reaccionará? En absoluto: King deja al descubierto las vergüenzas del éxito y de la propia autoconcepción de uno mismo, que estima que los demás son muy poca cosa como para involucrarse en problemas ajenos. Es filosófico y descarnado. Fantástico.

«Necros» es bastante prescindible. Un periodista inexperto comienza a trabajar en un panfleto digital de poca monta para escribir las necrológicas de los famosos. Un argumento que tenía bastante potencial va decayendo, después de resultar bastante promisorio, pero decae definitivamente con el final.

«Fuegos artificiales en estado de ebriedad» explica, en primera persona, lo absurdo de la vida de los nuevos ricos. Es divertido, sí, pero podría haberse explotado más. El argumento se resume en que una madre y su hijo resultan agraciados en la lotería. El resultado es que el uso que le dan a ese dinero es, sencillamente, grotesco, pues lo destinan a desafiar a sus vecinos a ver quién dispone de los mejores fuegos artificiales cada cuatro de julio. Sin más.

«Trueno de verano» es un buen broche. Tras una guerra nuclear, que es, ciertamente, un camino ya muy transitado, los supervivientes se resignan a que la radiación resultante acabe con ellos. ¿Qué se puede hacer mientras uno espera una muerte inevitable y, además, agónica? Buscar cariño y amistad en los que te rodean.

¿Es el mejor libro de este autor? La verdad es que no. ¿Hay buenos relatos? Los hay, pero no todos lo son, así que se generan sentimientos ambivalentes. El peligro de los libros de relatos es que haya alguno de relleno y que pueda haber algún caso que debería haber quedado en mero ejercicio que no viera la luz. Aun así, y debido al sagrado vínculo del matrimonio, aceptamos a King en lo bueno y en lo malo.

 

Stephen King, El bazar de los malos sueños, Barcelona,

Penguin Random House Grupo Editorial, 2017, ed. DeBolsillo,

quinta reimpresión, 608 páginas.

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