‘Un cambio de verdad’ y como las ovejas negras no son malas
JAIME CEDILLO.
Gabi Martínez regresa a sus orígenes familiares en su nueva novela, publicada por Seix Barral, donde narra su experiencia como pastor de ovejas en la Siberia extremeña.
Lo más estimulante de un viaje es la incertidumbre ante lo que el destino nos depara. Y si el desplazamiento hacia un lugar desconocido amplifica la mirada del que llega, un viaje de regreso enriquece los espacios internos del que retrocede. El escritor Gabi Martínez vuelve a los recuerdos infantiles de su madre como aprendiz de pastor para impregnarse de aquellas sensaciones. Así se instala en La Siberia, comarca del nordeste extremeño, cuna de la oveja merina entre la hoz del Guadiana y el embalse de la Serena, cuya densidad de población no supera los siete habitantes por kilómetro cuadrado.
Un refugio sin habitar desde hace treinta años, sin calefacción ni agua caliente, determina la experiencia radical que el autor escoge vivir durante un curso, desde el invierno más gélido hasta el verano más seco del paisaje siberiano. Las ovejas que cuida como ayudante de Juan Alfredo, que pretende recuperar la raza original de la región, la merina autóctona, conviven entre córvidos, cigüeñas, buitres leonados, meloncillos, cigarras, corzos, lobos, avutardas, langostas, abejarucos y un mastín con textura de personaje en la novela. El autor se adentra tanto en su nueva realidad que participa en el pastoreo y es testigo de la matanza o la esquila.
El escenario no puede ser más proclive a la corriente neorruralista que desde hace años ha conquistado el mercado editorial. En La Siberia predominan las estepas y las dehesas de encinas, mientras que grandes bosques de pinos y eucaliptos plantados durante la dictadura franquista complementan el paraje, que recibe el sobrenombre de “Laponia española” por sus temperaturas extremas.
La inclemencia de la naturaleza es una constante en el texto y responde a la voluntad de desmitificar el campo desde la noción beatus ille que conservan solo quienes no lo conocen desde dentro. El frío, los lobos que comen ovejas o las comadrejas que asesinan gallinas forman parte del entramado literario de esta novela. “Gran parte de la sociedad española aún se acerca a la naturaleza […] exacerbando el bucolismo”, se dice en un pasaje. Y es que esta versión edulcorada del campo supone un escollo más en sus posibilidades para escapar del estereotipo o la postal que se le ha asignado.
En Un cambio de verdad están los cuervos sacándoles los ojos a las ovejas. Se antoja impensable no vincular esta y otras intrahistorias del relato principal con las novelas de terror o Las Hurdes, el inquietante documental de Buñuel. La “vieja España negra”, de Martínez, es el término que se postula como alternativa al de “España vacía” que acuñó Sergio del Molino y se ha infiltrado incluso en el discurso político nacional. La España profunda y su “analfabetismo endémico”, una de las causas de la violencia según el autor, es inseparable de la espiritualidad, revelada a través de los mitos, las leyendas o las fábulas, también presentes en la novela. ¿Qué es la inclemencia del campo sin una historia negra —como la de nuestro país— a sus espaldas?
Nada escapa al ojo clínico del autor. Son varias las alusiones a conceptos como el puritanismo de la sociedad rural que, puestos sobre el tablero y consecuentemente diseccionados, cobran una dimensión lo bastante significativa como para verter sobre ellos ciertos juicios. Algunos no exentos de sarcasmo, como en la ocasión que invoca la rudeza, valor en alza en determinados espacios rurales. “La cotización de muchas cosas aún se mide en la moneda del siglo donde permanecen algunas mentalidades”, asevera Martínez, e incluye el ejemplo del rito de caza consistente en manchar con sangre al novato que se estrena con la muerte de algún animal.
No obstante, se prodigan en la novela otros muchos momentos de gran belleza, como el que describe el comportamiento acuático del somormujo, un ave cuyo pico romperá el agua en vertical tras una zambullida metros atrás. La tentativa es clara: invertir el relato asumido por el campo a partir de la seducción. El autor rompe así con la tónica de la última literatura rural, que se afana en la crudeza y la descripción minuciosa de secuencias descarnadas. La lluvia amarilla de Julio Llamazares o Intemperie de Jesús Carrasco podrían ser algunos ejemplos.
Un discurso por lo ecológico
En efecto, hay quien lo categoriza en el nature writing, pero Un cambio de verdad es un libro que va mucho más allá de la categoría rural y sus valores más característicos. Las versiones de cazadores, ganaderos, apicultores, rescatadores de buitres, veterinarios, etc. fortalecen la pluralidad del texto, que constituye una cosmovisión de la biodiversidad donde el autor es la bisagra y también el contrapunto entre el medio natural y el estadio urbano. Además, es una novela testimonial —poco importa ahora si se trata de literatura autoreferencial, no ficción o ambas cosas— en la que se desvelan unos principios éticos.
Se trata de un relato social, también ideológico, partidario del ecologismo y de las formas sostenibles de producción, aunque ausente de proclamas y panfletos. Al menos no pretende contornear sus juicios. A lo largo del texto se percibe la obstinación del autor por no incurrir en la equidistancia ni en la arbitrariedad. Su propuesta pretende ser integradora y pasa por la exposición de un escenario, una coyuntura y el análisis de un estigma: el ostracismo al que se ve sometido el medio rural por parte de las instituciones, más atentas al impulso de la cultura visual y el desarrollo tecnológico que se propone desde la urbe.
Martínez aboga por el contacto intenso con la naturaleza como esgrima contra el deterioro moral de la sociedad. A su vez, se hace eco del proceso de cambios que han experimentado la agricultura y la ganadería en los últimos años, desde la influencia de las instituciones en la explotación del ganado —extensivo o intensivo— hasta el impacto de los herbicidas, pesticidas y otros químicos tanto en la flora como en la fauna. De las entrañas de la ganadería ovina, donde tiene lugar su bautismo como pastor y habitante del campo, emergen estímulos para la reflexión. Por ejemplo, el futuro de la trashumancia, la apuesta por la cría en ecológico, la recuperación de especies autóctonas o los efectos del cambio climático en la alimentación.
Encontramos una conmovedora defensa de la moralidad rural, vieja, de conducta sencilla y analfabetamente exquisita o exquisitamente analfabeta. La educación sin protocolos ni pedanterías, a la manera inversa de lo que promociona —o, más bien, censura— la recalcitrante corrección política. Estamos ante un discurso de tono sutil, pues no hay un posicionamiento manifiesto respecto a determinados temas, pero de principios firmes, como la denuncia de la caza furtiva. Aunque mesurada, su voz se muestra respetable incluso cuando sugiere o insinúa, y en virtud de los logros en el tono, articula un discurso contundente.
Para lograrlo, encuentra complicidad en los vivos —sus padres, en la distancia; Juan Alfredo, Miguel y otros lugareños de la Siberia extremeña, en la cercanía circunstancial— y en los muertos, como Félix Rodríguez de la Fuente. Su amigo Tono, el biólogo naturalista que proyectara el Parque de Doñana y fuera mayor experto en aves del país, también aparece en el libro, así como las referencias a Delibes y la caza, aclarando que para el escritor no era lícito el asesinato de un animal gastronómicamente inútil. Concretamente, el de “El cazador” es un capítulo que destila un sentido del humor prácticamente inédito hasta el momento, que coincide con el ecuador del texto.
Del campo a la escritura
Un cambio de verdad es un artefacto puramente literario, a menudo rayando con lo poético, más allá del indudable cariz ensayístico: pasajes que constituyen brevísimos tratados filosóficos alejados de la erudición. Lo más interesante, desde el plano reflexivo, es el conflicto existencial que planea por todo el texto. Martínez nos presenta dilemas interesantes, como el que se da entre partidarios y detractores del proyecto Reserva de la Biosfera, que conservaría la pureza natural de la Siberia, aunque podría desencadenar el regreso del lobo a los pastos. Por otro lado, la posibilidad de abrir un parque temático enfrenta la postura ecológica con la del desarrollo económico.
En esta obra se reconocen direcciones temáticas muy diversas, y al mismo tiempo la habilidad del autor para incorporar el lenguaje y otros elementos propios de la modernidad en un contexto radicalmente anacrónico. Con todo, se mantiene fiel al tono establecido desde el inicio. Así convoca la oralidad en la jerga real de los autóctonos, incluyendo apuntes de cultura popular: expresiones, refranes y dichos comunes de los que, en la mayoría de los casos, desconocemos su significado original. Por ejemplo, que “«la madre del cordero» es una expresión española que denota la importancia de las ovejas en esta cultura, y viene a significar «el origen de todo lo demás».
Alejada de las etiquetas, Un cambio de verdad es una obra libérrima donde la reflexión política y el apunte histórico se imbrican en la anécdota y el diario, en tiempo presente, con la justa medida de los diálogos. Se dan cita la excelencia de lo formal con la profundidad del contenido. Algunas oraciones son hallazgos, incluso podrían pasar como versos. “¿Por qué recibimos al negro como una forma convencional del temor, si es la sustancia del cielo?”, se pregunta antes de incluir la referencia al negro como color característico de Zurbarán. Una gran obra de arte es una síntesis de toda la cultura en general, y en esta Gabi Martínez convoca con asombroso criterio un buen número de disciplinas ligadas tanto al humanismo como a la ciencia.
Siguiendo con lo literario, encontramos máximas muy certeras, píldoras de pensamiento que nos dicen, por ejemplo, que “todo está controlado y de repente la naturaleza te demuestra lo poco y pequeño que eres”. Esta suerte de aforismos, como el de “a la creación se llega cavando”, se alternan con juegos asociativos interesantes, como el que relaciona el color oscuro de la lana con la leyenda negra de violencia.
Tampoco es extraño que se sirva de metáforas del entorno para complementar la narración. Comparaciones que siempre empiezan con la naturaleza y acaban, según la relación causa-efecto, con la propia vida. “Presenciando una muerte, espiro un aliento de vida plena” es un ejemplo de su inclinación por las paradojas. Por último, el propio título o la idea de que “las ovejas negras no son exactamente las malas” revelan una tendencia a la ironía. Y un interés por aquellos que se salen de la horma, claro.
A veces la fórmula es aportar informaciones aparentemente intrascendentes que podrían pasar desapercibidas y sin embargo funcionan como clicks literarios. En este caso, “es más fácil entender su realidad desde este fuego” se presenta como una síntesis sencilla y precisa del sentido del libro, y tal vez la primera motivación del autor para emprenderlo. “Seguir la pista de mi madre implica hablar de cultura y educación” porque “mi idea de la libertad contiene la semilla de su ejemplo”. Sin duda la madre es el principio y el final de todo. En un pasaje hay una interpelación en segunda persona que nos conduce a los vestigios más emocionales de la novela.
En general, el autor labra un acercamiento a ciertas cuestiones técnicas nada pretencioso, pero no es el análisis la inercia de este texto, sino más bien un ejercicio literario de calado confesional: un hombre en crecimiento que experimenta un proceso interior trascendental en su vida. “Este suelo tan impreciso me da la seguridad de estar en la incertidumbre que he elegido”, exclama cuando se reconoce dentro del entorno. También indaga en las diatribas personales del escritor a la hora de acometer un proyecto —en plena aventura, “me faltaba vocabulario, historia, vivencias”, reconoce— y elabora digresiones sobre el proceso de creación y la responsabilidad ética. “A escribir, a narrar, no ayuda saber tanto, la moral importa más”, apostilla.
No es hasta el final cuando nos habla de cómo comienza a contar esta historia. Y cuando el lector agradece la deferencia del autor al no infantilizarlo. Martínez confía en su capacidad de meditar ante un asunto de gran complejidad. Es curioso cómo en los diálogos cede la voz a los otros personajes. Sus consideraciones son acaso residuales, pues comprende que lo más valioso reside en el discurso de quienes iluminan el nuevo escenario de su vida, en el que guerrean cada día. Los verdaderos protagonistas son los que lo acompañan en su aventura, un cambio de verdad del que no saldrá ileso.
Coincidiendo con la época de la fecundación ovina, se engendra esta reseña asombrada por la iluminación de un libro total que se impone como una crítica al progreso que solo pone el foco en lo económico. En definitiva, un alarido contra la codicia. “La naturaleza socorre a quien la vela”, se dice en este libro, y Gabi Martínez la ha velado con esmero y cariño. Con respeto. Así, la naturaleza le ha devuelto un libro magnífico: Un cambio de verdad. La verdad de las ovejas negras como él, que concibe la literatura sin ambages, lejos de la zona de confort y siempre en movimiento.
Que buena crítica desmenuza la novela con la minuciosidad de un cirujano y nos convence de que no es coba,como tantas críticas, que vale la pena leerla.