‘Ochenta y seis cuentos’, de Quim Monzó
Por Javier Úbeda Ibáñez
Ochenta y seis cuentos
Quim Monzó
Anagrama, 2001
ISBN: 978-84-339-2478-0
504 páginas
Quim Monzó nació en 1952 en Barcelona. Tanto el año como el lugar son relevantes, sobre todo, para ser conscientes del paisaje que lo rodeó, y que aparece en los cuentos en ciertas ocasiones, y para comprender las vivencias de la contracultura de los años setenta del siglo pasado, que queda reflejada en ellos y que nos permite ver la evolución en su escritura. Es importante no perder de vista este particular, porque nos podemos quedar atrapados en la fantasía, pero él siempre parte de una base real para embarcarnos, después, rumbo al desconcierto.
Ha publicado novelas, cuentos y recopilaciones de artículos, que continúa escribiendo en La Vanguardia. También participa en televisión y radio. Escribe sus originales en catalán y se han sido traducido a varias lenguas. Baste ver quién se ha encargado en ciertas ocasiones de volcar su obra al castellano: Javier Cercas. Ha recibido importantes premios y goza de un merecido reconocimiento.
La obra de la que me ocuparé está compuesta por siete recopilaciones, reunidas y ordenadas cronológicamente, que son Uf, dijo él, Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux et Maury, La isla de Maians, A handkerchief or neckerchief of soft twilled silk, La casa de la estilográfica, El poder de las cosas y Guadalajara. Los relatos, si los leen respetando el orden de la propuesta, hacen evidente una evolución personal y profesional del autor; sin embargo, aunque ningún cuento es igual ni igualable a los demás, subyace en todos la misma realidad, que le permite en mayor o menor grado acercarse a los distintos aspectos de la vida: amor, sexo, familia, trabajo, dolor, miedo, misterio, orden, anarquía, vida, muerte, etc., vistos desde ángulos tan diferentes que es imposible prever cómo llegará la sorpresa que nos ha preparado. Así, en ochenta y seis ocasiones.
Él mismo lo señala: «Desde la primera colección de cuentos, Uf, dijo él (1978), hasta Guadalajara (1996), ha habido una evolución de carácter brutal. En aquella época era joven, feliz, no tenía responsabilidades. […] Después llega el desengaño, el descubrimiento de que todo es una farsa, que todo es una mentira. Es una evolución necesaria». Aunque presa del desencanto que le produce lo circundante, se opone al discurso oficial, a la ocultación de lo cierto, a la manipulación velada o evidente, a los fingimientos, a las verdades de medio pelo y a los oportunismos. Se percibe sin ningún género de duda que el deseo de ser combativo y de denunciar lo que de despreciable tiene a veces nuestra propia humanidad sigue ahí.
Así debe ser, y esto lo debemos tener bien presente en unos momentos en los que asistimos, espero que no impávidos, a la censura ideológica de los medios de masas, que pretenden dinamitar y ocultar obras llevadas a cabo en otros tiempos, con otras ideologías producto de su momento histórico, porque en Ochenta y seis cuentos podemos leer relatos que hoy harían llevarse las manos a la cabeza a ciertos sectores. ¡Pero son relatos hijos de su tiempo y sus circunstancias! Mal hacemos si no leemos comprensivamente, y esto requiere la inteligencia de nutrirse de todo tipo de autores y de saber su por qué y su para qué.
Somos testigos, si así lo deseamos, de la Barcelona literaria tantas veces reflejada en innumerables libros, pues así logra el efecto que desea, poniéndonos ante los ojos el mapa de lo reconocible, para luego arrebatárnoslo y arrojarnos a una ciudad hermana, paralela, en la que no podremos dar crédito a que ocurra lo que nos propone, porque dinamita todos nuestros parámetros. Con el paso del tiempo, será una Barcelona que nunca llegó a existir la que tomará el espacio físico del libro.
Acontece algo a quien se aproxima a Quim Monzó por primera vez, y es ese déjà vu que hace que uno se revuelva con la sensación de haber leído antes algo así. Naturalmente, si ustedes ya han compartido libro y sillón con Borges, con Kafka, Bioy Casares o Cortázar, entonces, amigos, ya han transitado ustedes por este territorio. No me malinterpreten, porque Monzó no es una suerte de advenedizo o de imitador. No vive de réditos ajenos, sino que comparte una visión diferente y alternativa.
Con él no vamos a ir cargando con un espejo que nos acompañe a lo largo del camino. En todo caso, no es necesario ningún equipaje, porque nos propone despojarnos de los uniformes y sobrevolar la vida, a vista de pájaro, para ver no una realidad única, sino sus diferentes posibilidades. Si les agrada este juego, es fabuloso; si prefieren los libros atados de pies y manos a lo que sucede en el día a día, si a ustedes lo que les gusta es leer los atestados de los policías o las sentencias judiciales llenas de hechos probados, entonces no es este el autor que están buscando.
Es preciso ver en qué molde se ha cocinado este postre, si me permiten este juego, pues se puede asemejar a una bandeja llena de pasteles. Debería entrar en la archiconocida diatriba de qué es cuento y qué es relato. Las categorías son peligrosas, porque restan libertad, aunque nuestras mentes las agradecen y las necesitan. Cuestión de ceñirse a lo conocido, pero lo conocido por la mente racional no es lo que se nos presenta aquí. En todo caso, ateniéndonos a las palabras del autor, «el relato es narrativa que puede empezar y terminar en cualquier momento. […] Es narrar una historia de una forma compacta. Es muy búsqueda del poema».
Sostener una novela presenta cuestiones como desarrollar una trama que se alarga más en el tiempo, que ha de presentar personajes y dotarlos de significado dentro de esa trama, determinar y situar paisajes y escenarios, y todo ha de concurrir para el éxito de la misma. Es un esfuerzo sostenido en el que los pilares han de ser sólidos.
Un cuento o relato ha de ir al núcleo y prescindir de aire, centrar muy bien estos elementos sin fallar, sin poder hallar auxilio en lo accesorio, en aspectos que, en la novela, se apoyan entre ellos y que, al ser mayores en número, en ocasiones suplen las carencias de los demás. Monzó sabe con certeza despojar de lo superfluo, desnudar de adornos vacuos e ir a la raíz, resolviendo con asombrosa pericia el hallazgo de las necesidades exactas del relato. Es un maestro de la concisión, del regalar las joyas justas y del menos es más.
Es sorprendente comenzar Ochenta y seis cuentos y dejarse embaucar por dos maneras de narrar completamente diferentes. Una se ciñe más a la realidad del día a día, pero sabe fundirla con el lirismo, la poesía y el encantamiento, de ahí que se lo haya relacionado con el realismo mágico y la fantasía; la otra parte del mismo punto, pero coqueta con lo desagradable, con lo deforme, con lo grotesco y desagradable, hasta llegar a lo vergonzante y ridículo, a la desazón más apesadumbrada.
No podría dejar de lado el surrealismo de muchas de las situaciones, que sabe mezclar de forma genial con el humor, lo que causa la tan perseguida y no tantas veces lograda sensación de extrañeza en el lector, de estar leyendo algo ajeno a lo cotidiano, de sentirse incómodo porque reconoce partes de realidad a las que no puede sujetarse porque Monzó lo expulsa, lo vapulea y lo lleva a reírse de algo que la sociedad nos incitan a calificar como obsceno, inoportuno, irreverente.
Los personajes son parte de sus cimientos. Los podemos considerar extravagantes, enfermos mentales, ejemplares de estudio, outsiders, personas sin derecho a compartir mesa y mantel con gente de bien, pero tienen más corazón, más comprensión de la vida, más que ver con la auténtica razón por la que uno se ha encarnado en un ser humano que siente, vive y padece que la de cualquiera de las personas a las que se nos empuja a poner en un pedestal.
En definitiva, es un libro que leerán con gusto y de principio a fin, porque están ante uno de los mejores autores vivos, según su editor, Jorge Herralde. Un autor profundamente humano, que nos observa y nos retrata desde esta y otras realidades, que toma fotos de la condición humana y las presenta desde la perspectiva de otros tiempos y otros lugares, que son también los que nosotros estamos ocupando, y que trata y recoge las cuitas que siempre han sido y que siempre serán, pero, para nuestro consuelo, nos las envuelve en fantasía y humor, en muchas ocasiones. En otras, no, en otras nos enfocará desde nuestro peor ángulo y con la más cruel de las luces, quizá con la esperanza de hacernos despertar y ser un poco mejores, de que se produzca, por fin, un cambio.