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Rūdolfs Blaumanis a la sombra de la muerte

JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.

El desafortunado colectivo trata de mantenerse a flote (“habían estado tan ocupados horadando el hielo para pescar, arrojando las redes al agua, que ninguno de ellos se dio cuenta de que el hielo había comenzado a alejarse de la orilla”). El hambre nunca se sacia del todo, la solidaridad se debilita, a medida que la incertidumbre se afianza. Se desmoronan los personajes a cámara lenta, sin tiempo para seguir adelante, sin suerte que les acompañe, mientras el autor los contempla. Las vacilaciones que operan a un nivel profundo identifican la imprevisibilidad errática de los héroes, fieles menos a su propia peripecia que a la forma en que palpitan desde la página, con espontáneas compulsiones.

En estos tiempos de pandémica asepsia, he revisado la nouvelle Nāves ēnā (1899; A la sombra de la muerte), en versión inglesa de Uldis Balodis (In the Shadow of Death, Paper and Ink, U. K., 2019), un relato que traducimos al castellano aquí, basado en hechos reales, escrito desde la desesperación. Una forma cruda de representar el interior de los abandonados a su suerte entrelaza conflictos, revela emociones contradictorias, pensamientos que discurren a la deriva mientras el prosista y periodista letón Rudolf Blaumanis (1863 – 1908) incurre en la feliz paradoja de liberar aislamientos, el de sus avatares y el suyo propio, víctimas de una angustia que ambos intentan, en vano, evocar.

Un súbito ejercicio de ira no cede al cinismo, se ocupa de “catorce pescadores y dos caballos” que, perdidos en alta mar, se aferran a la vida sobre un témpano de hielo; sometidos a una experiencia liminar, se niegan a adoptar los disfraces de la prudencia, “borrando de su semblante los primeros rubores del pánico. En los rostros solo eran visibles los vuelcos del corazón (…) Sabían que a cada momento se alejaban no solo de la costa, sino de la posibilidad de escapar vivos”. Al tiempo que se derrite su modo de subsistencia, nos desconcierta su fuerza de voluntad: Grīntāls, el líder, lucha con honestidad; el niño Kārlēns rehúsa salvarse; Dalda, la madre, se sacrifica en beneficio de su descendencia; Gurlums “intenta ocultar su zozobra bajo una apariencia de triste frialdad, temeroso de que, si no los salvan a tiempo, perderá los estribos y con ello la posibilidad de morir con honra”.

A veces, lo que dicen es duro. Las más, lo que callan conmueve: “Cayó la tarde. Ni un astro en el cielo. Un viento cortante hacía que el mar aullara y gimiera. No pegaron ojo. Pasaron la noche pendientes de aquella espesa oscuridad, que caía sobre sus hombros como el plomo”. La crónica del representante del Renacimiento del Despertar Nacional los sigue uno a uno, mientras pasan de un estado de ánimo a otro, alerta al sufrimiento de los que están a punto de perecer, demolidos por su propia indeterminación. La novela corta del dramaturgo de Zagļi (Ladrones, 1890), aborda el proceso de aceptar la realidad, en ese momento devastador en que uno repara en que subsistir consiste en defender los ideales frente a la máscara social que nos alienta a ocultarlos.

“Las siluetas se hicieron indistintas, se fundieron en una sola encima del témpano de hielo, visible en el horizonte hasta hacerse un punto grisáceo, insignificante. Algo que también, pasado un tiempo, desapareció”. En A la sombra de la muerte se nos muestra el mundo a través de los ojos de seres comunes, a medida que el pesimismo se afianza y confunde los sentidos: “Atracción y repulsa asomaron al rostro de los pescadores, al igual que el gusto por el calor y la humedad, así como el asco por el sabor de la sangre en que habían sido educados desde la infancia”. Como la nota periodística que recrea, el revolucionario de Corriente Nueva forceja para trasladar lo que sucede, persiste en su empeño, indignado por todo, decidido a reivindicar a esas mujeres y hombres, como cualquiera de nosotros, empeñados en sobrevivir.

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