La ley de Comey: Entre el poder y el deber.
Por Juan F. Trillo.
La plataforma de televisión de pago Movistar+ ha incluido recientemente en su programación la serie La ley de Comey, producida por la CBS y centrada en enfrentamiento que se produjo entre James Comey, director del Federal Bureau of Investigation (FBI) y Donald Trump, y que terminó con la destitución del primero, tres meses y veinte días después de que el segundo jurase el cargo de presidente de los Estados Unidos de América.
Se trata de una mini serie, en realidad, de tan solo cuatro capítulos, escritos y dirigidos todos ellos por Billy Ray y protagonizados en sus principales papeles por Jeff Daniels (James Comey), Holly Hunter (haciendo de Sally Yates, Fiscal General) y Brendan Gleeson (como Donald Trump). Billy Ray es fundamentalmente un guionista con treinta años de experiencia a sus espaldas, que ha firmado los guiones de películas como Los Juegos del Hambre (2012), Capitán Phillips (2013) o Destino oscuro (2019), la última entrega de la franquicia Terminator, entre muchas otras. Recientemente, dirigió —además de escribir el guion— la serie para TV El último magnate (2016-2017).
En su formato original para el mercado norteamericano, esta serie se emitió en dos partes y no en cuatro como se ha ofrecido en España, a través de Movistar+, lo que explica su perceptible división argumental. La primera parte se centra en la investigación que Comey y sus agentes realizan sobre la interferencia de Rusia en las elecciones, en los correos filtrados de Hilary Clinton y en las dudas éticas del director del FBI, obligado a decidir entre dos opciones, a cuál peor. Informar públicamente de que habían reabierto la investigación sobre la candidata presidencial, a pocos días de las elecciones, podía interpretarse como un intento de influir en los votantes. Por otra parte, de no hacerlo, podría acusarse al FBI de ocultar información a favor de uno de los candidatos. Y, poco más o menos, lo mismo valía para la investigación relativa a los vínculos de miembros del equipo de Donald Trump —y del propio Trump— con Rusia.
No desvelamos nada que no sea de sobra conocido, si decimos que Comey decidió finalmente actuar preservando en todo momento la reputación del organismo federal que dirigía, lo que le convirtió durante algún tiempo en uno de los hombres más odiados de Norteamérica.
En la segunda parte de la serie, con Trump ya en el poder, asistimos al pulso entre ambos: el presidente intentando someter a un control absoluto al director del FBI, como acostumbra a hacer con todos sus colaboradores, y Comey tratando de mantener su independencia y al mismo tiempo no ponerse a malas con quien estaba situado en lo más alto de la estructura jerárquica de su gobierno y, por tanto, era su superior último.
Hay que decir que La ley de Comey está basada en el libro A Higher Loyalty: Truth, Lies and Leadership (no editado en español, por el momento) que el propio James Comey escribió intentando limpiar su nombre y contando su versión de los hechos, versión que, como es fácil imaginar, no deja en buen lugar al presidente: “Tiene poca ética y no se apega a la verdad ni a los valores institucionales. Su liderazgo es transaccional, motivado por el ego y la lealtad personal”. Comey, quien años atrás fue fiscal federal y hubo de hacer frente a la mafia neoyorkina, en concreto a la familia Gambino, compara a estos grupos de delincuentes organizados con el entorno que rodea a Trump y a los miembros de su campaña electoral. El libro ha resultado todo un éxito de crítica y lectores, con 600.000 copias vendidas tan solo una semana después de aparecer en las librerías.
La serie, sin embargo, no ha sido tan bien acogida por la crítica norteamericana, sin duda más familiarizada con los hechos narrados, de lo que lo estamos nosotros, acusándola de oscurecer algunos hechos y no añadir nada nuevo a lo que ya era sabido. Se le reprocha, además, ofrecer una imagen artificial del protagonista, James Comey, como un paradigma de la corrección y devoción al deber.
Nuestra opinión, en cambio, es más positiva. La compleja interdependencia entre los distintos poderes —judicial y ejecutivo, en este caso— está descrita aquí de forma comprensible y amena, incluso para quienes no estamos familiarizados con los entresijos que regulan la política estadounidense. Para lograrlo el director ha tenido que simplificar lo que sin duda han sido investigaciones extraordinariamente complejas, pero, al fin y al cabo, conviene no olvidar que esto es televisión, entretenimiento, y La ley Comey es una serie basada en hechos reales, no un documental.
Estamos seguros de que el espectador español disfrutará de estos cuatro capítulos, porque, independientemente de su mayor o menor cercanía a los hechos descritos, la historia está bien contada, los actores hacen un trabajo excepcionalmente bueno —a destacar Jeff Daniels y Brendan Gleeson— y el tema de fondo tiene el suficiente interés, en especial en los momentos que estamos viviendo, como para permitirnos disfrutar con el espectáculo.
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