Borges en Cnosos
Por Antonio Costa Gómez.
Yo fui a Cnosos a buscar la vitalidad y el dinamismo, el refinamiento y la pasión. Para mí fue la cultura más fascinante de la Tierra, sus frescos exquisitos e imaginativos, sus mujeres abrazando árboles, su Parisiense con los labios pintados , sus casas dispuestas de manera movida y llena de sorpresas, sus comodidades insólitas hace miles de años, su pacifismo apasionado, me atraían mucho más que las pirámides apabullantes, las puertas o las murallas militaristas, los dioses feroces de otras culturas. Me encantaba aquel moverse de casas de colores saltando con pinturas (las originales las vi en el Museo de Heraklion) sin palacios prepotentes ni murallas, hasta el trono de Minos parecía de juguete. Caminaba por esas calles nada cuadriculadas y recordaba a Borges.
Borges fue a buscar el laberinto original. Toda su vida estuvo pensando en laberintos y escribiendo sobre ellos. Las bibliotecas, los palacios, el ser humano, el mundo entero es un laberinto, una indagación sin respuesta. En “Los dos reyes y los dos laberintos” un rey suelta a otro en un laberinto del que no consigue escapar, después el otro rey suelta al primero en un desierto como un laberinto aún más difícil. Los libros son laberintos, pero El libro de arena es el laberinto más vertiginoso de todos.
Bajando las calles en escalera me acordaba de Borges. La vida está llena de sombras enigmáticas, pero él acabó físicamente en la sombra. Tal vez, todos estamos ciegos y la ceguera nos da un ver más profundo, como decía Sábato. Cuando Borges quedó ciego escribió “El laberinto” en Elogio de la sombra: “En el pálido polvo he descifrado / rastros que temo. El aire me ha traído / en las cóncavas tardes un bramido / o el eco de un bramido desolado”. Para Borges el laberinto es la soledad y el enigma. Para mí el laberinto de Cnosos era también la vitalidad y la sorpresa.