Sitges 2020: “No Matarás” (David Victori), “Cosmética del enemigo” (Kike Maíllo), “Relic (Natalie Erika James)
Por Jordi Campeny.
Apretando los dientes y mostrando una valentía y arrojo dignos de admiración, el Festival de Sitges ha surgido de entre el desánimo colectivo para ofrecernos una tregua y un espacio para la evasión y la fantasía. 2020, este año aciago que parece surgido de una sesión Midnight X-Treme de las tres de la madrugada, está arrasando con todo y cambiando nuestro mundo, pero por fortuna siguen palpitando los reductos de resistencia. Como dijo Paco Plaza al recoger un galardón a su carrera y aportación al fantástico europeo, éste no ha sido un Sitges deslucido, sino el más bonito de todos, puesto que sus proyecciones han constituido un bálsamo; un auténtico oasis mientras el mundo se desmoronaba fuera. Conseguir levantar el Festival en estas circunstancias ha sido un acto heroico, y los que amamos el certamen sentimos un profundo agradecimiento hacia el trabajo titánico de sus organizadores. La resaca post-Sitges de este año se antoja más punzante que nunca. Volver a la puta realidad, la más hostil y desasosegante que hemos conocido, dejando atrás el espejismo de la fantasía, está siendo una tarea compleja. Lejos de vislumbrar un horizonte optimista, nos queda almenos la certeza de que 2021 va a arrojarnos, almenos, una tibia luz de otoño. 2021 llegará, tocará sacudirnos el abatimiento y el Festival de Sitges, esta certeza a la que nos agarramos todos los años, acudirá puntual a su cita de octubre. Y parecerá, durante diez días, que el suelo que pisamos se tambalea un poco menos.
Incluso las películas que menos nos han gustado de este año adquieren en el recuerdo una nueva dimensión. Sin lugar a dudas, un aspecto positivo que nos ha traído la pandemia es nuestra capacidad para disfrutar más y mejor de las pequeñas cosas que amamos; de colocar nuestros recuerdos buenos bajo una luz nueva que los embellece y engrandece un poco más. Sitges 2020 ha sido un buen certamen que se agiganta en el recuerdo. Casi seguro que recordaremos siempre todas y cada una de las películas que hemos visto en él. Possessor Uncut, la gran ganadora del año de la pandemia. Mandibules, la cinta de Dupieux que alumbró un grito de resistencia (“Toro!”). La explosiva e histórica ovación del Auditori tras la presentación de la serie de Álex de la Iglesia, 30 monedas. El fin de fiesta con hordas de zombis surcoreanos en Península. Incluso She Dies Tomorrow, crónica depresiva, presuntuosa y fallida, adquiere algún relieve al evocarla en el marco de estos días. Y tantas otras. Todas permanecerán en algún lugar de la memoria. La excepcionalidad del momento conseguirá que ninguna de ellas sea barrida por el olvido.
Vamos a detenernos brevemente en tres de ellas. Dos cintas españolas, una ya en salas y otra con estreno previsto en los próximos meses, y una pequeña propuesta, espeluznante y hermosa, que nos llega de la otra punta del mundo.
No matarás (David Victori)
La notable No matarás, de David Victori, ya en cines, nos propone un viaje sensorial con tintes de experiencia lisérgica por una noche scorsesiana, con potentes planos secuencia, cámara ágil pegada a su infatigable protagonista, gran uso de la banda sonora, violencia y luces de neón.
La película nos muestra como el azar rompe las rutinas de Dani, un apocado joven que ha estado cuidando de su padre hasta su muerte. Cuando decide dar un giro a su pusilánime existencia, conoce a la inquietante y sensual Mila, quien convertirá una noche anodina en un periplo de pesadilla.
La película, puro nervio narrativo, halla sus mejores bazas en su atmósfera y vertiente estética, con ecos de Gaspar Noé y Winding Refn, consiguiendo, a pesar de su endeble guion, una experiencia potente, frenética y satisfactoria. De entre las múltiples virtudes de la propuesta, sobresalen los trabajos de sus protagonistas: la debutante Milena Smit y un Mario Casas de rostro desencajado, implicadísimo, que evidencia, de nuevo, su versatilidad y crecimiento como intérprete. El plano final, rompiendo la cuarta pared e interpelando a la audiencia, ofrece una buena prueba de ello.
A pesar de la inverosimilitud de algunos giros y que el film es mucha más forma que fondo, No matarás nos habla de la fatalidad; de la caída en desgracia de un hombre por puro azar. Su adrenalina nos agarra y no nos suelta. El viaje funciona.
Cosmética del enemigo (Kike Maíllo)
En 2011, Kike Maíllo presentó su debut en Sitges, Eva, que ganó un premio a sus efectos especiales y público y crítica aplaudieron su artesanal propuesta futurista. Nueve años después, Maíllo vuelve al festival con la Première de Cosmética del enemigo (A perfect enemy), adaptación de la novela de Amélie Nothomb, propuesta más convencional y un tanto predecible, en la que su director muestra, una vez más, músculo, solvencia, pericia y buen oficio.
La película nos muestra a Jeremiasz Angust (Tomas Kot, protagonista de Cold War), arquitecto de éxito, quien es abordado por Texel Textor (Athena Strates). Los dos personajes iniciarán una conversación en un aeropuerto que irá enrareciéndose hasta convertirse en un relato siniestro, ambiguo y criminal.
Maíllo compone un thriller psicológico turbio y adictivo, de impecable factura, con planos y movimientos de cámara osados y brillantes -jugando con la arquitectura, con una maqueta y un aeropuerto- y nos habla de la fina línea que separa realidad y ensoñación, cordura y delirio. De nuestros demonios, que todos tenemos agazapados en algún lugar y que jamás tendremos la certeza de que vayan a permanecer para siempre dormidos. Cosmética del enemigo habla de eso, de nuestro peor enemigo, que no puede ser otro que nosotros mismos.
Y entre lluvia y aeropuerto, París y sus cementerios, la presencia siempre ambigua y fascinante de Marta Nieto, plot twists y alguna que otra trampa argumental, la película se desliza hipnótica ante nuestros ojos y asistimos a un espectáculo de lo efímero; cuando acechan los fantasmas del trauma y la locura, todo se desmorona y convierte en cemento, incluso las líneas pulcras y maestras de la arquitectura.
Relic (Natalie Erika James)
Sitges 2020 ha hecho una clara apuesta por las voces femeninas en el cine de género. Nuevos enfoques, nuevas miradas, casi siempre interesantes. Sus aportaciones en el fantástico van dejando huella, como evidencian títulos recientes como Crudo (Julia Ducornau, 2016) o The Babadook (Jennifer Kent, 2014), con la que Relic guarda ciertas similitudes, sobretodo en su vertiente más alegórica; en su sabia utilización de las claves del terror y el fantástico como vehículo para llegar a temas más, digamos, esenciales.
Ya en este mismo certamen conocimos a la directora Romola Garai con su interesante ópera prima, Amulet, extravagante cuento neogótico y salvaje artilugio feminista que, cocido a fuego lento, propone un demencial castigo a los hombres que dañaron a las mujeres.
Relic es un retrato generacional: una hija, una madre y una abuela, acosadas por un tipo de demencia que va consumiendo paulatinamente a la familia. Con un reparto encabezado por Emily Mortimer, la película se adentra con sigilo a los turbios entresijos de la decrepitud y la demencia senil, consiguiendo una bella, tristísima y espeluznante alegoría sobre la vejez.