Nada de lo literario nos es ajeno
José Luis Trullo.- La rama de oro es el rótulo de una sección que Luis Alberto de Cuenca mantiene desde hace unos años en la revista Leer, y rinde homenaje al clásico homónimo de James George Frazier. Como reza la nota editorial, «la variedad temática y el capricho presiden los distintos epígrafes del libro, que aspira a difundir el gusto por la lectura y el acercamiento placentero a una atractiva serie de libros de ayer, de hoy y de siempre». No miente. Estamos ante una recopilación de artículos heterogéneos: reseñas clásicas, perfiles biobibliográficos, recomendaciones literarias, incluso estampas más o menos confesionales en las cuales el autor, evoca sus juveniles lecturas de la obra de Shakespeare, glosa su encuentro con tal o cual libro en una librería de lance o expone su concepto de la literatura como «la pomada que alivia nuestras heridas» (pág. 175).
A pesar de incluir decenas, quizás centenares de referencias eruditas de toda clase, La rama de oro es de lectura ágil, percibiéndose el medio al que iban destinadas las piezas: una revista de índole generalista y divulgativa. A este libro se le podrían aplicar las palabras que el autor destina a Martín Almagro Gorbea: «escribe de forma didáctica y ajena, sin que la profundidad de sus conocimientos sea un obstáculo para comunicar con un público muy amplio» (pág. 67). Lejos de suponer un demérito, resulta de agradecer que un sabio de la talla de Luis Alberto de Cuenca desista de recluirse en una torre de marfil, tan tentadora, y se avenga a compartir amigablemente sus gustos y disgustos en público.
A despecho del carácter heteróclito de su contenido -escrito, la mayoría de las veces, a propósito de la publicación de una novedad editorial, o de la reedición de un clásico-, percibimos en el libro un hilo rojo que infunde coherencia a las distintas piezas que lo componen: se trata de la convicción de que las distintas tradiciones culturales comparten un fondo común, esa «Humanidad» que el autor escribe estupendamente en mayúsculas y que, en tiempos de extincionismos diversos, se hace más urgente que nunca. Símbolos, arquetipos, mitos y leyendas apuntan a un bagaje antropológico compartido por todos, lo cual nos permite trascender la estrechez de los localismos obtusos para acceder a un tesoro de un valor inmenso, ya que supone el acervo cultural y literario que ha podido reunir la especie a lo largo de la historia. Vistos desde esta perspectiva transversal, humanista, podemos ver desfilar sin torcer el gesto a Charles Nodier junto a Galdós, a Pedro Abelardo junto a Lovecraft, a Saint-Exupéry junto a enjundiosas reflexiones acerca de Las mil y una noches o de los libros sobre Japón de Lafcadio Hearn, de la mitología celta o del Santo Grial: a Luis Alberto de Cuenca, eminente estudioso de lo humano, nada de lo literario le es ajeno, y así no le resulta complicado inscribirse en la estela de los borgesianos, para quienes la vida es un conjunto de referencias cruzadas, una «biblioteca babélica» en la cual casi cualquier cosa tiene cabida porque todo dialoga entre sí. Como afirma el autor a propósito de los cuentos populares, tampoco las obras literarias «tienen patria chica, pues pertenecen a esa patria grande que no es otra que la Humanidad» (pág. 175).
Por mucho que para quien esto escribe la literatura sea otra cosa que «ante todo, placer, deleite» (pág. 167), no puedo por menos que compartir esta afirmación de La rama de oro, la cual bien podría presidir un imaginario congreso de literatos (activos y pasivos): «Leer es soltar el lastre necesario para que el globo en el que viajas gane altura y no acabe estrellándose contra la montaña vecina» (pág. 166). Ese impulso vertical, que tan bien ha sabido captar Luis Alberto de Cuenca, es en esencia lo que confiere valor epistemológico a la lectura, pues implica vaciarse de prejuicios para acceder a una más vasta comprensión de algo que, seguramente, tampoco esté en la propia literatura, sino mucho más allá de ella, incluso más allá del lenguaje humano. Pero eso ya sería materia para otro libro…
¡Qué artículo tan brillante!, porque sobrepasa con mucho lo que es una reseña.
Mi enhorabuena para cada una de las muchas partes implicadas.
Un saludo afectuoso.