Gazeta de la melancolía. Prosas de evocación y evagación
Por Nacho Aguirre
¿Por dónde nos lleva Víctor Colden? Nos paseó, en su Inventario del paraíso, por los veranos de su infancia en Málaga, y nos hizo vivir en esas vacaciones infinitas que, ¡ay!, sí tenían un final. Y, a pesar de eso, volvían al siguiente año y, con ellas, volvían sus biznagas, sus frascos de aromas y sus tesoros escondidos.
Ahora, en su Gazeta de la melancolía nos sigue llevando… porque, no lo he dicho aún, los libros de Colden son libros de viajes; mejor, son máquinas del tiempo, alfombras voladoras, ventanas indiscretas que nos hacen vivir otras vidas que son las suyas. Son sus textos un caleidoscopio que nos va mostrando papeles de colores brillantes, pero, cuando los vemos con sus ojos, descubrimos en ellos pequeños ópalos y ágatas; si sabemos mirar bien, si sabemos dejarnos llevar, quizá hasta rubíes o esmeraldas.
En Gazeta de la melancolía, Víctor Colden se pasea mirando y, a veces, como por accidente, nos encuentra en grandes ciudades europeas (París, Roma, Ginebra). Quizá luego camine por sus queridas Cádiz o Málaga. A menudo, sube por senderos más modestos pero no menos luminosos cuando él los mira: Bulbuente, Valvanera, Mondoñedo, Urueña o los pueblos que son un frescor en su antológico La sorpresa de Castilla; y, al final o, quizá, al principio, encuentra Madrid como punto de fuga.
En este viaje viene con muchos, muchos compañeros de escritura. Van asomándose al desgaire. Están Galdós, Cervantes o Machado, Gil-Albert, Kavafis, Zambrano o Jiménez Lozano, o el Sánchez-Ostiz que evoca al título de la obra; pero, sobre todo, está Carmen Martín Gaite, Natalia Ginzburg, Xuan Bello, Cunqueiro y el Azorín de El caballero inactual, los escribidores con quienes parece hablar en un tono más familiar.
En su andar seguro pero pausado de montañero nos va mostrando objetos (un reloj de plata, una jacaranda, los legados de su padre) que han quedado en sus cuadernos. Ésa es su forma de embellecer el mundo. Va creando lágrimas de ámbar en las que quedaron encerrados los recuerdos, como canciones del ayer (de Leonard Cohen, de Paul Weller, de Roddy Frame; o de la Nueva Ola madrileña: Enrique, Antonio y José María).
Y así, con el poder evocador del sabor al paladear un Negroni o con la esencia memorial que guarda en un tarro, conoceremos a algunos amigos, los que se fueron para siempre (Bruno, el poeta Manuel R.) y los que vuelven (Luisa, Ana, Tato) mencionados sin apellidos para mutarse en símbolos melancólicos de lo que fuimos.
En este libro, Colden nos leerá sus manifiestos de los solitarios, de los galdosianos conjurados, de su patria y su poética particulares. Manifiestos nada exaltados, más bien escépticos, con una tristeza profunda que acaso no lo es tanto porque Colden nos lo cuenta.
Gazeta de la melancolía reúne setenta textos breves de unas Quinientas palabras (como titula su “soneto de Violante” en prosa), que nos producen el secreto deleite de las palabras raras, como hojas marcescentes, que se huelen y se dicen con placer, con esa prosodia cuidadosa que tanto gusta al autor.
Pero los textos y las imágenes que los acompañan van mucho más allá de unas simples definiciones o reseñas, hablando sobre la conservación de los tejidos.