‘Maldad líquida’, de Zygmunt Bauman
MÁSCARAS DEL MAL
O DE LA PRECARIEDAD LABORAL
ZYGMUNT BAUMAN
Maldad líquida
Traducción de Albino Santos
Editorial Paidós
Barcelona 2019 251 páginas
Por Íñigo Linaje
La mejor manera de evitar que un prisionero escape es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión. Lo dijo Dostoyevski, pero podría haberlo dicho el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Su libro póstumo, Maldad líquida, escrito en forma de diálogo con Leonidas Donskis, estudia las múltiples encarnaciones del mal en nuestros días y temas como la crisis económica o la precariedad laboral, haciendo especial hincapié en el control al que están sometidas las sociedades modernas y en su falta de alternativas.
Para Bauman el mundo actual no deja de ser un juego de simulaciones: los políticos parecen gobernar y quienes detentan el poder económico fingen ser gobernados, al tiempo que una masa ignorante elige a los primeros pasándose por ciudadanos. Las promesas de gloria y libertad que anunciaba el progreso tecnológico han resultado otra mentira más en este carnaval de especuladores. Y más que sociedades integradas por personas, hemos fabricado hordas felices de consumidores y esclavos.
He ahí la doble función del sujeto a día de hoy: producir y comprar. Para que esta cadena no se rompa, el Poder disfraza de bondad sus peores intenciones y dispone de múltiples sistemas de persuasión como internet o la televisión. Si Foucault estudió a fondo los mecanismos de control social en centros penitenciarios y hospitales psiquiátricos, hoy no hay institución que más sutilmente lo practique que la industria moderna.
Hacer una afirmación categórica como ésta puede parecer arrogante, pero a veces basta abrir los ojos para ver. Las personas que conocen los engranajes de las grandes multinacionales saben que estas compañías son prisiones dirigidas por explotadores sin escrúpulos, donde se trafica -impunemente- con el sufrimiento humano. Modernas salas de tortura que cuentan, como aliados benefactores, con grupos sindicales inoperantes y servicios médicos vendidos a la causa, que no dudan justificar –con la frialdad de un asesino- la tropelía más clamorosa. En medio de ese circo de humillaciones queda el obrero de a pie, cada vez más sumiso y obediente, subordinado a la disciplina feroz de jefes y maestros que, hábilmente instruidos por gurús empresariales, ofician de azuzadores y chivatos, cuando no de orgullosos tiranos.
Ante un panorama como este, uno se pregunta dónde queda la dignidad del ser humano, dónde una salud quebrantada tras horas y horas de trabajo. Simone Weil dijo, hace un siglo, que la opresión no genera una tendencia a la rebelión, sino a la más completa sumisión. Zygmunt Bauman cree que los hombres, igual que los objetos de desecho, nos hemos convertido en bienes de consumo que hay que usar y tirar. Todo ello es consecuencia de siglos de dominación cada vez más disfrazada, de un conformismo peligrosamente acomodaticio y una psicología del miedo administrada minuciosamente por el Poder. El resultado es éste: manadas de borregos orgullosos y miserablemente serviles.
Todo es una transformación de la esclavitud, somos esclavos a tiempo parcial y los amos se desentienden de la responsabilidad de tener un esclavo. Y además nos transforman en esclavos por la necesidad de consumo que nos hace vender nuestro preciado tiempo, trozos de vida, para poder seguir estando en el circuito social.
Excelente reflexión la de Íñigo Linaje.
Siempre impresiona por lo bien que escribe y por la profundidad que alcanza en todos sus textos ese escritorazo vitoriano llamado IÑIGO LINAJE; y así mismo sucedió en el caso de su reseña de hoy para la revista Culturamas.