Song to Song (2017), de Terrence Malick – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Siguen llegando películas del director texano en cascada y sigue la fiebre creativa del director de Malas tierras y La delgada línea roja tras décadas de silencio autoimpuesto. Parece que el realizador de El árbol de la vida se esté desquitando a marchas forzadas de su parón y trate de recuperar el tiempo perdido desde 1978.
No acaban los críticos y el público en ponerse de acuerdo qué clase de disciplina practica este hermético director de cine que jamás promociona una película, no concede entrevistas y no es amigo de fastos y festivales. En Song to Song hay algo de eso último. Terrence Malick aprovecha un festival de música en Austin, Texas, que le permite incorporar a Iggy Pop y Patti Smith haciendo de sí mismos, para rodar esta película paralelamente al rodaje de Knight of Cups y se trae unos cuantos actores de ese film: Natalie Portman y Cate Blanchett. Si en la precedente los planos eran semicirculares y envolventes, siguiendo un estricto ballet de imágenes bucle, en esta, Malick es más tradicional en la planificación, no abusa tanto de la voz en off o de los diálogos fuera de plano de sus actores y hay más historia.
Cook (Michael Fassbender, desatado) es un promotor musical de Austin, un triunfador y también depredador amoroso prendado de la atractiva camarera Rhonda (Natalie Portman) a quien hace infeliz por su promiscuidad y sus continuas infidelidades. BV (Ryan Gosling), amigo desde hace muchos años de Cook, que quiere introducirse en el mundo de la música, y Faye (Rooney Mara) forman una pareja estable. Tanto Cook como BV intercambian sus parejas en un juego erótico amoroso que evidencia su vacío existencial.
Como ya sucedía en Knight of Cups, hay una lectura moral tras el aluvión de bellas imágenes y sus correspondientes acompañamientos musicales. Las reglas del juego del show business implican un tipo de vida vacuo y disoluto en el que Terrence Malick nunca ha entrado porque es un outsider dentro del mundo de Hollywood, un antisistema al que algunos críticos consideran más videoartista que director de cine. No faltan en la película, dotada de ritmo y bien musicada, los guiños a la naturaleza a los que el director de Días de cielo nos tiene acostumbrados, la excelente música y la fotografía extraordinariamente bella de Emmanuel Lubezki que le acompaña en todas sus últimas aventuras cinematográficas.
Con Malick no caben términos medios. O se le adora, cada vez menos, o se le detesta, cada vez más, y ahí está el cúmulo de críticas negativas que tildan la película de estirada como un cliché, sonrojante en su erotismo barato de anuncio de perfume, cansina, previsible, etcétera. Estaba a dos años de filmar la impostada A Hidden Life. O te dejas llevar por sus imágenes, o te sales del cine.