The Boys: Superpoderes, neurosis y economía de mercado
Por Juan F. Trillo.
Si alguna vez se preguntaron cómo era posible que Superman camuflase su auténtica identidad simplemente quitándose la capa y poniéndose unas gafas, por favor, échenle un vistazo a Antony Starr cuando no interpreta a Patriota-Homelander, porque es exactamente eso lo que hace: se coloca unas gafas y se convierte en una persona completamente diferente. Hace que nos preguntemos: si eso es posible, ¿qué otras cosas super también lo son?
Se trata de una pregunta inquietante, porque lo cierto es que, si los supers existieran en el mundo real, no iban a ser nada guais, pero nada en absoluto. Fueron Alan Moore, guionista, y Dave Gibbons, dibujante, allá por 1986 (Watchmen, DC Comics), los primeros en abrirnos los ojos y advertirnos que tuviésemos mucho cuidadito con esos tipos de trajes ceñidos, porque no son lo que parecen. Watchmen – primero el cómic, luego la película, en 2009 y, el año pasado, la serie – causó una auténtica conmoción y abrió la veda a posteriores piezas revisionistas del concepto “superhéroe”.
Desde entonces, todo el mundo se apunta a examinar con lupa lo que significa ser super en el mundo real y los resultados son los retratos que, como en el caso de The Boys, nos muestran a unas personas disfuncionales que no consiguen gestionar las enormes capacidades que poseen, que no encajan en la vida normal y que están muy lejos de ser felices.
Desde el punto de vista de la industria del espectáculo, la mezcla de “seres humanos” y “capacidades sobrehumanas” se ha revelado un auténtico filón de oro, que ha generado ingresos billonarios a DC, Marvel, Paramount, Warner, Disney y unas cuantas filiales más que aparecen en los créditos en letra pequeña.
Porque, en realidad, de eso va todo, de cómo reaccionaría una persona normal (en el supuesto de que eso exista) si tuviese superpoderes, de cuál sería el resultado de mezclar en un mismo cóctel las neurosis que todos llevamos dentro, unas capacidades extraordinarias y el escrutinio incesante de las masas. Los superhéroes no son, en el fondo, muy diferentes de nosotros. Son personas normales y corrientes a las que, por obra y gracia de los guionistas, les ha caído encima un poder excepcional. Viene a ser algo parecido a que de repente nos toque el Euromillón y, de la noche a la mañana, nos encontremos con un par de cientos de millones en nuestra cuenta corriente. Lo que en un primer momento puede parecer maravilloso, no tardaría en revelarse como una situación extremadamente difícil de gestionar. Y si no, echen un vistazo a las estadísticas; la mayoría de los “afortunados” terminan arruinados en el plazo de cinco años y con su vida personal hecha unos zorros.
The Boys parte de una idea desarrollada por Erik Kripke, a partir del comic book de Garth Ennis y Darick Robertson, para la plataforma Prime Video, de Amazon. Sin embargo, y como viene siendo habitual, tanto el guionista, como el director van cambiando con cada episodio y los únicos que repiten son Craig Rosenberg y el propio Kripke, quien ha declarado: “La idea de los superhéroes es inherentemente absurda, así que partimos de la pregunta: ¿qué sucedería si existiesen en el mundo real?”.
Este es el concepto que mueve la serie y las super hazañas, por espectaculares que sean, son un aspecto secundario dentro de la trama. De hecho, ni siquiera queda claro qué poderes tiene cada uno de los superhéroes, más allá de que Patriota vuela y lanza rayos láser por los ojos, que todos son superfuertes y que Profundo habla con los peces y ocasionalmente mantiene relaciones íntimas con ellos (aunque eso último probablemente no entre en el apartado de “superpoder”).
El equipo de superhéroes, los Siete, (vagamente inspirados en la Liga de la Justicia, de DC Comics), reparten su tiempo entre actos heroicos de ayuda a la comunidad (pocos) y apariciones promocionales y publicitarias (muchas) para Vought, la corporación para la que trabajan. La ambigüedad moral que flotaba en el ambiente de los primeros capítulos no tardó en disiparse y ser sustituida por la hipocresía y la crueldad más descarnada. La imagen que el grupo presenta ante la sociedad, un puñado de heroicos individuos dedicados a “servir y proteger”, pronto se revela como una mera fachada que apenas oculta el objetivo real: obtener beneficios económicos utilizando para ello cualquier medio a su alcance.
Los productores han procurado desde el primer momento difuminar las fronteras entre la ficción de la pantalla y el mundo real y como parte de su estrategia decidieron introducir, en la temporada uno, cameos de los presentadores Jimmy Fallon y Mike Massaro, y de los actores Seth Rogen, Tara Reid y Billy Zane, todos ellos interpretándose a sí mismos.
Por otro lado, la segunda temporada está plagada de referencias a la actualidad social y política norteamericana: el discurso patriótico-populista, la secta religiosa sospechosamente parecida a la Iglesia de la Cienciología, la respuesta ante el fenómeno de la inmigración y el esfuerzo de ciertos sectores por vincularla a la amenaza terrorista, el personaje calcado de la congresista Ocasio-Cortez (congresista Victoria Neuman, en la serie) o el nazismo rampante entre los supremacistas blancos. Y todo ello aderezado con la campaña de marketing de Vought, la empresa que monetiza a los supers, tan realista que a veces tenemos que comprobar que seguimos en el mundo de ficción y no hemos saltado inadvertidamente a un canal de noticias.
Además, la segunda temporada de la serie se ofrece junto con un programa de apoyo, Prime Rewind: Inside The Boys, en el que Aisha Tyler entrevista a los actores. Por cada capítulo de la serie, hay uno de Inside The Boys y es preciso decir que la escenografía y el contenido de las entrevistas resultan… un poco inquietantes. Probablemente sea algo intencionado, pero son muy, muy similares a las entrevistas (ficticias) que les hacen a los personajes (ficticios), dentro de la ficción de la serie.
The Boys, que ya obtuvo un éxito rotundo de crítica y audiencia en la primera temporada, ha subido incluso más alto en la segunda, por lo que su continuidad está asegurada y los productores barajan ya, incluso, la posibilidad realizar un par de spin-offs, uno de los cuales estaría centrado en una escuela para superhéroes (G-Men, basada en X-Men, de Marvel), mientras que el otro exploraría el “universo pornográfico” de los supers.
Desde un punto de vista puramente narrativo, hay tres líneas argumentales que se pueden desarrollar en el tema “superhéroes”. La primera es la que explota sus espectaculares hazañas y nos los muestra luchando contra supervillanos, y aquí entrarían aquellas primeras películas de Batman y Superman de los años ochenta y noventa.
En la segunda posibilidad encontramos a los superhéroes enfrentándose a sus propios demonios, por así decirlo, y a sus problemas personales y afectivos, lo que podríamos llamar “los superhéroes también lloran”. Eso sí, incluyendo abundantes efectos especiales, que la taquilla manda. Es en esta categoría donde se sitúa The Boys, junto a Umbrella Academy, o las más recientes entregas de los universos Marvel y DC.
Por último, tenemos aquella otra línea argumental que muestra los conflictos que surgirían entre unos seres con atributos casi divinos y el resto de los seres humanos, esos seres normales y corrientes, que tienen que ir a trabajar a diario y que se mueren si les cae encima alguno de los edificios que destruyen un día sí y otro también cualquiera de esos tipos que vuelan y tienen súper fuerza. ¿Cuál sería la reacción de los ciudadanos? ¿Y la de los gobiernos? ¿Qué relaciones de poder surgirían entre unos y otros? Sin olvidarnos de cómo afectaría a la economía, por supuesto; el dinero es el mayor super poder de todos, como ya nos advertían en La Liga de la Justicia (2017): Flash: “¿Cuál dijiste que era tu superpoder?” Bruce Wayne-Batman: “Soy rico”.
Los guionistas están considerando esta última opción cada vez con mayor frecuencia y la propia The Boys es un buen ejemplo, lo que nos hace ser moderadamente optimistas al respecto de lo que podemos esperar en un futuro cercano. El espectáculo siempre es de agradecer, pero si además nos ayuda a reflexionar sobre el mundo en el que vivimos será doblemente bienvenido.
Los superhéroes se han convertido en los nuevos ídolos de esta sociedad nuestra, tan disfuncional como ellos mismos. Sabemos que no son reales, pero no nos importa, porque sus rasgos, sus debilidades y sus patéticos esfuerzos por alcanzar el equilibrio existencial son tan parecidos a los nuestros que nos sentimos identificados con ellos. Como bien dijo Aristóteles hace algún tiempo, se trata de experimentar un momento “catártico”; tras pasar una o dos horas viendo cómo les va a estos auténticos semidioses, podemos regresar a nuestras monótonas vidas convencidos de que, después de todo, no son tan malas.