Quinoterapia
Hace ya muchos años, en una entrevista de trabajo para una organización humanitaria, al final de una larga serie de cuestiones técnicas, me preguntaron las razones de mi motivación personal para trabajar en el sector humanitario. Tras quedarme pensando un momento, algo hizo que decidiera no seguir los consejos habituales de los amigos ni las reglas de los manuales para la entrevista perfecta y contestara: “Creo que es por mi educación y, bueno, porque crecí leyendo Mafalda”.
El entrevistador estalló en una carcajada. Quizá no tanto por mi respuesta sino porque el comentario le evocó alguna viñeta, alguna escena, alguna de las ingeniosas frases, gestos o reflexiones del universo Mafalda. Tratando de poner la risa bajo control solo dijo: “Comprendo”.
No hizo falta profundizar más. Probablemente, detrás de aquel comprendo estaba también el afecto y la admiración hacia ese pensador y filósofo que, a través de sus dibujos ha acompañado e ilustrado (nunca mejor dicho, pues aplican las dos acepciones del verbo) nuestra conciencia social, moldeado nuestra formación política, mostrados los significados ocultos de las palabras y enseñado a cultivar el sentido de la réplica, la irónica y la crítica inteligente.
Para mucha gente de varias generaciones (entre las que me incluyo y entre las que probablemente también está mi entrevistador de entonces) las primeras nociones de geopolítica mundial, las dudas y reflexiones políticas y sociales más profundas y las preguntas tempranas sobre el sentido de la vida, tienen forma de dibujo en blanco y negro hecho con un trazo personal e inconfundible y, a la vez, tremendamente simple. Por si hicieran falta más pruebas sobre el valor de la sencillez.
Las historietas e imágenes de Quino nos han mostrado, la esencia de la vida, los sueños y las frustraciones del individuo, las luces y sombras de la clase media; los miedos y logros en el trabajo y en la escuela, los complejos y los amores platónicos; los ideales y valores de la democracia y el abismo que separa su teoría de su práctica.
Sus dibujos nos han permitido ver los entresijos de la sociedad y de las relaciones humanas, descubrir los recovecos del alma, explorar los complicados y ambivalentes vínculos de la familia y la amistad y enseñarnos que, al final y aunque el tiempo pase, las grandes cuestiones son siempre las mismas.
Para quienes hayan crecido intelectual, social y políticamente observando los detalles de la vida diaria de una familia media argentina y hayan leído una y otra vez la recopilación de las historias de sus personajes más emblemáticos, deben saber, si no lo saben ya, que hay una larga vida más allá de Mafalda…
Durante muchos años Quino siguió publicando sus dibujos con regularidad en periódicos de España, Argentina y otras partes del mundo. Su ironía, precisión y talento para explicar críticamente la realidad no hizo sino mejorar y refinarse con el paso del tiempo a la vez que Mafalda y sus amigos se convertían en un icono popular.
Gran parte de esas viñetas, y muchas otras, están recopiladas en una fantástica colección de libros de Ediciones La Flor con títulos que hablan por sí solos: Potentes, prepotentes e impotentes; Gente en su sitio; ¡A mí no me grite!; Humano se nace; ¡Qué mala es la gente! ¡Yo no fui! o ¡Qué presente impresentable! que exploran y desgranan los mecanismos del poder y sus abusos, la codicia y la corrupción, el amor, la culpa, la vida y la muerte y, siempre presentes, las desigualdades y la injusticia social.
Sus viñetas siguen tan vigentes hoy como siempre y aportan algo absolutamente esencial para sobrevivir en nuestros tiempos: observación, reflexión y humor crítico e inteligente. En lo que a mí respecta, le seguiré admirando y le estaré siempre agradecido. Y en estos tiempos convulsos en el que los problemas son cada vez más complejos y su descripción y tratamiento es cada vez más rápido y superficial, seguiré aferrado a mis regulares sesiones de Quinoterapia.
Por cierto, me dieron el trabajo.
Maravilloso artículo Fernando (a decir verdad como todos los que publicas).
Crecer leyendo a Mafalda, no es cualquier cosa. Es crecer siendo consciente de la imperfección del mundo, del ser humano, de la sociedad en la que vivimos. Lo que cada uno haga con esos aprendizajes es cosa suya o quizás, una vez más, la respuesta la tenga Mafalda.
Un abrazo.