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Samuel Beckett, poeta de «Los días felices» cuando todo lo bueno se corrompe

Por Horacio Otheguy Riveira

Beckett: Irlanda, 1906-Francia, 1989. Premio Nobel 1969.

Desde los años 50, a partir de Esperando a Godot, el irlandés Samuel Beckett, radicado en París, forjó una manera de entender el teatro que se encuadró malamente en el Teatro del Absurdo, junto al rumano Eugene Ionesco y el ruso Arthur Adamov, ambos también residentes en Francia. Con Fin de partida y el monólogo La última cinta, su exploración teatral fue paralela a algunas obras literarias planteadas como antinovelas. Entre estas su obra mayor data de 1961, Como es, un periplo literario sin signos de puntuación, dejando que la palabra circule por las emociones perdidas de un mundo en descomposición.

En 1963 llegan Los días felices, su última obra en dos actos, ya que luego solo escribió obras breves, muchas sin palabras. Con ella volvió a revolucionar el escenario mundial diez años después del primer impacto de Godot. El muy minoritario teatro beckettiano no ha cesado de ser representado por intérpretes de las salas alternativas y primeras figuras aplaudidas internacionalmente, con especial éxito en México, Argentina, Francia, Estados Unidos o Alemania, algunas dirigidas por él mismo.

La ironía de los años 60 que impone Winnie en Los días felices junto a las escasas palabras y sonidos guturales de su marido Willy se implican en una larga retahíla de palabras para aprehender el afán de supervivencia: los lugares comunes de la vida cotidiana, tales como un cepillo de dientes, un espejito, un sombrero… y una pistola a mano «en caso de necesidad».

La peculiaridad principal de la obra consiste en que Winnie ya no puede andar. Nos habla enterrada hasta la cintura en un montículo formado por una «extensión de hierba seca». Allí menciona una y otra vez los detalles de sus días felices en una agonía a veces observada por una pareja de transeúntes que nada intentan para sacarla de esa situación. En el segundo acto, ya solo asoma la cabeza y algunas de las peculiaridades «felices» de la primera parte han desaparecido. Su voz y su texto imparable también son diferentes. La tragedia de la situación se expresa con un lenguaje de fabulosa síntesis poética. Lo ínfimo se torna en esplendorosa constancia de la nada en que podemos abundar cuando se nos arrebatan la rutina y su considerable cantidad de objetos. Por eso la estructura dramática de la pieza resulta tan interesante, porque la cada vez más incapacitada Winnie siempre habla como si se moviera en una cotidianidad común a la mayoría de los mortales, como por ejemplo el salón de su casa, moviéndose mientras va y viene simulando que todo sigue igual, mientras su marido lee los anuncios, las ofertas de trabajo «para jóvenes prometedores». Winnie, la enterrada y Willy, el zigzagueante se mantienen vivos hasta que la tierra los devore, sin ánimo de abandonar su estancia por mucho que crezca el deterioro del lenguaje y del cuerpo.

 

… Puedes descansar, Willie, no volveré a molestarte a no ser que no tenga más remedio, quiero decir a no ser que se me acaben todos los recursos cosa poco probable, saber que en teoría puedes oírme, aunque de hecho no lo hagas, es todo lo que necesito, sentirte ahí, a la escucha y a lo mejor atento, es todo lo que pido, no decir nada que no desearía que escucharas o que pudiera hacerte sufrir, no estar charlando sin cesar, a crédito, por decirlo así, sin saber y algo royéndome aquí dentro. (Pausa para tomar aliento) La duda. (…) Oh, sin duda llegará el momento en que antes de pronunciar una palabra tendré que estar segura de que has oído la última y después sin duda llegará otro momento cuando tendré que aprender a hablar conmigo misma cosa que jamás he podido soportar un desierto semejante. O mirar al frente con los labios apretados. Todo el día…

 

La presente versión parte de una minuciosa traducción de Antonia Rodríguez Gago, responsable a su vez de un muy valioso ensayo introductorio en la excelente edición bilingüe de Cátedra. De esta manera, no pudo haber tenido Pablo Messiez mejor comienzo, pero se le ha ocurrido añadir una versión personal, además de dirigirla, y con ello altera la intención del original considerablemente, pues hunde a Winnie en una montaña de escombros que dan la sensación del resultado de un bombardeo, aporte muy dramático que nada tiene que ver con el texto, donde se plantea una «Extensión de hierba reseca que se eleva en el centro en forma de pequeño montículo. Internada hasta más arriba de la cintura: Winnie».

Además de esta peculiaridad visual de los escombros, Winnie es aquí de nacionalidad argentina con marcado acento y moderado lenguaje porteño. Dado que en España no ocurre como en el país sudamericano, donde los intérpretes españoles hablan con su acento sin que a nadie le llame la atención, aquí convierte toda la obra en un dramatismo ajeno, confuso. ¿Es que acaso los escombros van a cargo de algo que sucede en ese país? ¿Quieren hacer ver que es una inmigrante argentina, observada por impávidos españoles que pasan a su lado, indiferentes? ¿Por qué motivo hay una versión de ese tenor, existiendo una traducción castellana tan sólida y rica en matices, más allá del excesivo protagonismo del director?

El resultado es una puesta en escena muy fría, artificial, muy alejada de la emoción que el texto transmite en el duelo trágico entre lo cotidiano aparentemente banal y la disolución paulatina del ser humano.

Fernanda Orazi afronta el primer acto en un tono recitativo muy sobreactuado, estilo marioneta que bordea el grotesco. En el segundo acto reduce esa intensidad, cuida los matices, le alcanza la sensibilidad del propio texto, y su talento logra conmover, dentro de los límites propios de la decepcionante puesta en escena. Por su parte, Francesco Carril, asume con precisión el difícil empeño de un ser que va deteriorándose paulatinamente.

Autor Samuel Beckett

Traducción Antonia Rodríguez Gago

Versión y dirección Pablo Messiez

Reparto (por orden alfabético)
Willie: Francesco Carril
Winnie: Fernanda Orazi

Escenografía y vestuario Elisa Sanz (AAPEE)
Iluminación y vídeo Carlos Marquerie
Espacio sonoro Óscar Villegas
Ayudante de dirección Javier L. Patiño
Ayudante de escenografía y vestuario Paula Castellano
Ayudante de iluminación y vídeo David Benito
Diseño de cartel Javier Jaén

Fotografías marcosGpunto

Coproducción Centro Dramático Nacional y Buxman Producciones

TEATRO VALLE INCLÁN. SALA FRANCISCO NIEVA. HASTA EL 1 DE NOVIEMBRE DE 2020

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