Entrevista a José Ángel García Caballero
José Ángel García Caballero: “pido a las musas que pongan rostro a esos que se ven forzados a surcar los mares”
Por David Valiente.
José Ángel García Caballero es un joven padre, poeta y profesor con un mundo interior evocado al triunfo de las ruinas, la palabra y los clásicos. Especialmente recurrente en El jarrón roto, su último poemario, son los hilos de Ariadna que teje entre el mundo griego y el siglo XXI y que lo obligan a plantear interrogantes, deduzco por la conversación, más persistentes que las respuestas. Asimismo, sus versos beben del néctar propiciado por las musas con quienes tanto trata de conectar poéticamente.
El mundo actual, intransigente, evanescente en ideales, le preocupa y por ello dedica muchas palabras a tratar de comprenderlo y a encontrar el aplomo suficiente, entre versos, para dignificar el arrojo de los desfavorecidos, el denuedo obviado de los sirios, libios, congoleños y demás pueblos que aparcan sus miedos y se lanzan a una aventura incierta. Son grandes acciones que en sus poemas se simplifican en pequeñas cosas como los gestos cotidianos, que aún siendo nuestro día a día, no desprenden menos importancia para el poeta y la poesía.
- ¿Qué significado tiene para usted el mundo griego?
La Grecia Clásica, para mí, es como una madre. El origen de la actual Europa se encuentra en los poemas épicos escritos por Homero; la sociedad europea del siglo XXI tiene la misma variedad de personajes en toda su casuística que la Ilíada y la Odisea.
- ¿Esta sociedad posmoderna puede huir del “folclore antiguo”?
Hay intentos de evasión innecesarios, principalmente promovidos por los poderes económicos. Huir es cortar el cordón umbilical de las humanidades, separarnos de nuestra historia y desconectarnos como sociedad. Y esto no es necesario ya que, de algún modo, el mundo antiguo puede revitalizarse.
- ¿Hemos llegado a un nivel tal de desnaturalización que “la comida no habla ninguna lengua”?
La vida rápida que hemos asimilado estandariza los productos alimentarios y los restaurantes. Es decir, el sabor de la comida no cambia, es igual en Valencia que en Madrid. Esto, a su vez, provoca una paulatina destrucción del comercio local y la propuesta artesana; en nuestra sociedad cada vez hay menos espacio para un restaurante de comida tradicional, y ese espacio vacío lo ocupa la comida rápida. En suma, nos desnaturalizamos debido a que nuestros sentidos no encuentran contrastes, sino que se repite lo mismo una y otra vez.
- ¿Y qué me dice de la primavera, parece que le gusta más noviembre?
Inevitablemente siento apego por noviembre, ya que mi mirada poética, de alguna manera, me exige recaer en la melancolía y no hay estación del mes que mejor simbolice la melancolía que el otoño; porque es el mes asociado a la contemplación, y tanta explosión de vida primaveral hace cuestionarme por qué estoy viviendo. Lo que intuyo en mis poemas es que la belleza eclosiona en la vida y a su vez esta va acompañada del dolor, dos elementos que no quiero disociar líricamente.
- ¿Siente añoranza y deseos de volver al pasado?
No deseo tanto volver como sí aprender a convivir con el pasado mediante el diálogo constante. El pasado nos habla: cuando veo las ruinas de un templo la forma de mirar mía es diferente a la forma que tuvo de mirarlo en el siglo XIX Lord Byron, nos evoca también cosas distintas. Lo importante de la ruina es su capacidad de diálogo; Italo Calvino supo expresarlo muy bien: “lo clásico nunca termina de decir lo que tiene que decir”. La conversación aún está abierta y esto beneficia a los individuos posmodernos, y nos mantiene conectados con la historia, dotándonos, a su vez, de las herramientas para crear vínculos sociales.
- Entonces, ¿podemos huir de nuestro pasado o somos esclavos de él?
Dependemos del pasado, es parte de nuestra educación sentimental, pero no hablaría de esclavitud. Escribiendo El jarrón roto una de mis intenciones fue dignificar el pasado y establecerlo como elemento dialógico que nos ayuda a conectar con otros individuos.
- ¿Qué sentido tiene el cambio para usted?
Para mí tiene el sentido que le dio Höderlin: “somos una conversación”. Como animales sociales dependemos de la interacción con nuestros allegados, precisamos de una conversación fluida en continuo avance para mantener vivas las ideas. No puede ser rupturista, porque nuestra condición actual la marcan los hechos históricos que nos han precedido.
- ¿Se puede comprender el envejecimiento?
En algún poema empiezo a intuir esto, porque la poesía me ha ayudado a darme cuenta de muchas cosas. En la realidad lo percibes cuando nacen los hijos o llevas más de 20 años trabajando, pero en el mundo poético primero sufro un proceso de interiorización para después hablar de ello en el poema: de cómo los niños han cambiado mi manera de mirar o de que llevo más de 20 años dando clases.
- Además usted lo plantea desde el punto de vista de que envejece rodeado de gente joven.
Es trágico a la manera clásica; por un lado te encuentras rodeado de juventud, pero a la vez comprendes que los años pasan y que ya hay un poco de distancia con esa juventud. Con el tiempo, la mirada se carga de serenidad, mientras a tu alrededor pulula pura efervescencia de vida y obviamente no miras de igual forma que cuando tienes 23 años y has empezado a impartir clases. Me gusta tratar este conflicto en mi poesía, es más, el otro día revisando inéditos me he dado cuenta de que se ha convertido en un tema recurrente en mi mundo poético.
- ¿Cómo le ayuda al poeta la mirada del niño?
Ayuda mucho gracias a su inocencia. Es comparable a los poemas que se detienen en lo obvio, pero que todo el mundo busca; la mirada del niño te desnuda, te resetea contemplativamente. En este libro hablo mucho de los colores y las estaciones del tiempo y es porque mi hija, que ahora empieza a hablar, con su comentarios me obliga a fijarme en cosas como esas, cosas dadas por conocidas. Sin duda, la mirada infantil nos cambia el enfoque.
- ¿Qué cree que diría un profesor de la Grecia Clásica de la educación que actualmente se da a los niños?
Se echarían las manos a la cabeza. Algunas cosas se están haciendo bien, pero fallamos en algo tan simple como el método. Aunque disponemos de magníficos profesores, hemos perdido la buena tradición de plantear las clases al estilo socrático, con preguntas y respuestas. Además hemos hiperespecializado las materias, cuando la educación de los griegos se basaba en los nexos que presentaban los diferentes saberes. Es ridículo que la filosofía tenga que buscarse un hueco en el sistema educativo cuando es la simiente de todas las ciencias. Y esto es gracias a como se plantean los planes de estudio, cada vez más deshumanizados y deshumanizantes. Ya no se busca al individuo que ame el saber incondicional, sino que sea capaz de aportar algo al sistema productivo.
- ¿Cómo ha cambiado la situación de la mujer desde aquellas heroínas griegas a nuestras heroínas actuales?
Me interesa mucho Eurípides porque hace 2500 años planteó una tragedia en la que dio voz a las mujeres del bando perdedor de la guerra. En gran medida, renovar esa voz me ayuda a explicarme la realidad actual de las mujeres maltratadas y violadas. Me dice, además, que lejos de mejorar, nos encontramos en el mismo punto. Esas cuatro mujeres de Eurípides, que yo menciono en mi poemario, son reencarnaciones pasadas de las mujeres refugiadas que hoy sufren la guerra. Pretendo con mis poemas dar voz a esas mujeres que sufren todos los días violencia.
- ¿Lo mismo ocurre con la crisis del Mediterráneo?
El Mediterráneo ha dejado de ser noticia por la Covid-19, pero antes no había día que en las noticias no saliera algún barco de refugiados por uno u otro problema. La gente huye para vivir y con mi poesía, dando ese énfasis en el tono clásico, pido a las musas que pongan rostro a esos que se ven forzados a surcar los mares para que no caigan en el olvido. Cuando allá por el 460 a.C., Esquilo escribe Las suplicantes, dudo mucho que supiera que su obra estaría tan vigente ahora como lo estuvo en su tiempo; los clásicos nos muestran que estamos en el mismo punto.