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Reseña de «Cuando la frontera cerraba a las diez», de Agustín Calvo Galán

Por Jesús Cárdenas.

En la trayectoria creativa de Agustín Calvo Galán (Barcelona, 1968) parece no hallar fronteras. Ha cultivado el articulo y la reseña crítica, la obra gráfica (fotopoesía, poesía visual, collage…), la novela (El violinista de Argelès) y, de un modo especial la poesía (A la vendimia en PortugalGPSAmar a un extranjeroTrazado del  naturalY habré vivido y Cuando la frontera cerraba a las diez). Un rápido recorrido por su obra poética arroja una producción entregada y amena, un discurso poético nunca cerrado, porque aparece en constante movimiento y mutación, mestizo, con numerosos matices que casi siempre vuelve sus ojos al pasado.

Cuando la frontera cerraba a las diez es un libro para disfrutar de la libertad estilística de Calvo Galán que propone a los lectores una interpretación poliédrica sobre un viaje que, inesperadamente, queda obstaculizado entre España y Portugal, una parada imprevista que obliga a repensar el retorno.

Esta nueva entrega, editada por Amargord, se compone de cuatro capítulos, destacando el titulado «La vuelta a casa», parte central del argumento y de mayor extensión que el resto. La estancia paratextual inicia cada división, invitándonos a hallar, al menos, una clave que ilumina su contenido significativo.

La línea divisoria que el sujeto contempla en la carretera entre los países peninsulares crea una suerte de halo que escinde al sujeto desde diferentes ámbitos. En una coordenada espacio-temporal, el lugar de cierre aparece como desconocimiento desde la primera composición: «Nadie les dijo que la frontera cerraba a las diez». Tras un largo camino extenuante («conduciendo por carreteras mal asfaltadas»), el bloqueo actúa como generador de incertidumbres («pensé que nos habíamos extraviado») antes de alcanzar la meta («si pretendían conducir toda la noche hasta casa»). La zona recuerda a Comala, un lugar casi fantasmagórico, desierto y desértico: «por pueblos y aldeas sin un alma por las calles». En esa recreación de una atmósfera tensa, el relato de Calvo Galán se diferencia del de Rulfo en el hallazgo de elementos realistas e íntimos: la identificación del sujeto y su acompañante («nosotros»). Ante esa incertidumbre, el sujeto recuerda los sentimientos del choque cultural producido en otro viaje pasado: «Habíamos estado tan solo un fin de semana en Lisboa», más adelante se nos dice «cuando se aceptaba pesetas». A medida que el lector vaya pasando de página, se encontrará con que esa frontera tiene unas connotaciones que nos hacen reflexionar en nuestro tiempo trazado: «en la posguerra se pasaba invisible y vados». Así, la palabra no se consume en el cauce expresivo, sino en desvelar grandes interrogantes existenciales, como la soledad, la incomunicación, el cierre, el silencio, y otras, generadas como: la lengua, el desconcierto o el miedo.

En un ámbito más personal o social, la frontera actúa de barrera también en el sujeto produciendo un ser desclasado, que no sabe muy bien dónde situarse ni a qué atenerse. El sujeto imagina una vuelta al hogar desoladora, «vacía». Ante tal desencuentro, más de un lector, podría intuir a un exiliado o imaginarse a alguien que ha quedado congelado en el tiempo. El hecho de rescatar distintos referentes artísticos, concretamente, literarios y musicales, podría favorecer ambas interpretaciones. En cualquier caso, la música actúa, ante la tormenta, como salvavidas. Es como si la melodía trajese la calma, el recuerdo y el anclaje. Ya lo dijo Jack Kerouac «the only truth is music». El arte tiene una función liberadora, catártica, porque tiene la capacidad de alejar al individuo del conflicto personal, de esa quiebra o hendidura espacial existente en el itinerario. Sin embargo, en Cuando la frontera cerraba a las diez la evocación de distintas referencias musicales nos trae sonidos del ayer como un acto doloroso en una oración que bien podría pasar por frase célebre «La música inevitable, regresa enfermiza porque nunca ha dejado de sonar». Ello supone un modo de enfrentar la fragilidad del ser a la atemporalidad musical. En otra oración, de carácter aforístico, podemos leer: «Las músicas les sobrevivirán, se oyen inolvidables». En el transitar del sujeto el sonido armónico permite atemperar el ánimo, despertar la conciencia y, tal vez, encontrar alguna pista para regresar, que es lo sumamente importante. Conciencia individual que trasciende a colectiva cuando se critica una serie de hechos que tienen como protagonistas a la guardia Civil o a la policía.

El carácter mestizo de estas composiciones, que basculan entre la narrativa y la poesía, entre el aforismo y el diario, mezcla de un lenguaje neutral, cercano al lenguaje informativo, salvando unos pocos casos de coloquialidad y un lenguaje literario conseguido gracias a la disposición acertada de una serie de recursos que tienen a la elipsis, a la hipérbole, a la metonimia o a la imagen visual como puntos fuertes, hacen de Cuando la frontera cerraba a las diez un libro de esos que te atrapan desde el principio y no te sueltan hasta el final.

 

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