«Traición»: admirable versión de un triángulo presidido por el príncipe de la desolación
Por Horacio Otheguy Riveira
El escenario convertido en un espacio amplio, que recuerda las primeras películas en scope, en blanco y negro, aunque hay color en personas y objetos, se produce una sensación que es a su vez un sentimiento de antigua crispación. Remembranza de la pantalla grande que marcó una nueva etapa en la historia del cine, y también fascinó a Harold Pinter (1930-2008), dramaturgo, actor, director teatral y cinematográfico, guionista, poeta, descubridor de dramaturgos a los que ayudó de diversas maneras, como fue el caso de Simon Gray, cuya obra Butley dirigió en teatro en 1971, y la llevó al cine en 1974.
Esta «Traición» data de 1978. Bajo notable influencia del arte cinematográfico en el uso del flashback, se incorpora a un ciclo de numerosos textos con el título genérico de Teatro de la memoria.
Recordar para no repetir, un mensaje clave en el campo del psicoanálisis, que el escritor esgrime de diferentes maneras, afincado en la tragedia o asomado a una concatenación de emociones y miradas con una estructura dramática tan sólida como peculiar, generando un modo narrativo, ya históricamente afamado como pinteriano: situaciones que se elevan de la cotidianidad entre quienes expresan más de lo que dicen y callan emociones más sugeridas que vividas intensamente. Una poética del teatro que reclama potente comunión con quienes la lleven a escena, que además están obligados a respetar el texto por exigencia rigurosa de los herederos del autor.
En Traición —que empieza en 1977 y acaba en 1968—, dos amigos de mucho tiempo acusan el fracaso de su existencia entre palabras propias y páginas impresas, ilustran el vacío en torno a Emma, la mujer compartida durante una época; Emma, la figura ensoñada, idealizada, por la que ambos en algún momento de su vida perdieron la cabeza.
Los ciclos de su experiencia vital están ligados a una traición que ninguno en realidad valora como tal, gente de letras ellos, galerista de arte ella. Hombres cultos y refinados que son muy conscientes de las maneras diversas en que traicionan ideales, conceptos, y a su propia trayectoria de seres encadenados a convencionalismos, excepto cuando lograron estar en Emma, un ser fascinante por su sensualidad, delicadeza, y generosa capacidad de elevarse de la monotonía existencial, aunque tal vez demasiado dependiente de los vaivenes emocionales de ellos.
La trama en realidad importa poco, pues lo que entusiasma de la obra —y especialmente de esta representación— es cómo se ha llegado a la ruptura que se menciona al comienzo y cómo fue el hechizo de los primeros tiempos. Del presente al pasado, la escenografía de Mónica Boromello, y la iluminación de Paloma Parra acogen y recorren, respectivamente, los cuerpos de los intérpretes y sus ambientes de tal modo que hacen del espectador el observador que ellos necesitan, un espectador alerta porque desde el primer instante comprende lo mucho que las imágenes acompañarán a las palabras.
Vemos siluetas a través de puertas transparentes, botellas de agua que se suponen cargadas de alcohol, humo de cigarrillos, piernas cruzadas, movimientos casi imperceptibles de pies y manos… Todo comienza con cuatro minutos de espera: lo que dura la partitura que la pianista Lucía Rey interpreta, bajo una lúdica reproducción de Miró, mientras los tres personajes esperan su turno para ocuparse de los episodios a su vez ilustrados con unos carteles que ellos mismos portan, también «actores» de los cambios escenográficos. Arropados por la música, los vemos envueltos en una inquietante penumbra. Nos ven a nosotros ocupando una sala prolijamente desinfectada, todos con mascarilla. Una tensión se suma a la otra y el arte mayor del teatro no tarda en expandir su talento.
La pianista y los carteles con títulos de las escenas son creados por esta producción, fuera del texto original, una invención generada entre el traductor y autor de la versión y el director: otro acierto junto al esencial de las interpretaciones. Tres estilos y experiencias diversas aunados armónicamente. Por momentos creemos oír su agitada respiración.
Raúl Arévalo, el marido con gran dominio del cinismo, a contracorriente de sí mismo; Miki Esparbé, el amante muy frío, a quien tardamos en descubrir en su pasión inicial, una clave del drama; e Irene Arcos, que despliega un extraordinario talento «pinteriano», al expresar mucho con lo mínimo en episodios tan variados como al colocar un bonito mantel que acaba de comprar para una mesa camilla, o dolorosamente compungida, decididamente derrotada, lágrimas y sonrisas en un trabajo inolvidable como fueron sus últimas creaciones mayores (El cielo que me tienes prometido, 2016, y Antígona, en Mérida 2020, en marzo 2021 reposición en Matadero Naves del Español).
La atmósfera creada por Israel Elejalde al dirigirlo todo como una sutil coreografía, por momentos sugiere un aire fantasmal. No como si estuvieran muertos, si no cuya mortandad interior la han llevado consigo a lo largo de lo que han creído experimentar, excesivamente sumidos en un extraño vacío que hace de esta experiencia teatral un sigiloso acercamiento a un sorprendente teatro de intriga psicológica.
Mención aparte para el vestuario diseñado por Sandra Espinosa, donde se reflejan todos los estados anímicos prenda a prenda, e incluso con lo que nunca veremos: cuando la ropa desaparezca y se encuentren desnudos en los fugaces momentos de esplendor. Lo que no se ve, lo que imaginamos, lo que nos susurran, lo que nos dicen. Todo suma y es el espectador el dueño y señor de la aventura para hacer propia la angustia del trío, así como la empatía con su breve conciencia de cierta felicidad.
Los personajes parecen ser claros, parecen luchar por expresar aquello que creen, o más bien quieren creer. Se esfuerzan por mantenerse dentro de los límites de lo razonable. Pero debajo está el caos. Hay un torrente oculto. Un mundo de perversión que se respira en la atmósfera. Traición es una descripción crítica y feroz de esa clase intelectual que cree estar a salvo de las pasiones más bajas.
Israel Elejalde
Mi vida está en tus manos, a eso me estás llevando, a un estado de catatonia, ¿sabes cuál es el estado de catatonia? ¿Sabes?, el estado donde el príncipe reinante es el príncipe del vacío, el príncipe de la ausencia, el príncipe de la desolación.
TRAICIÓN (Betrayal)
De Harold Pinter (Fotografía de la época en que estrenó esta obra)
Versión y traducción Pablo Remón
Dirección Israel Elejalde
Intérpretes Irene Arcos, Raúl Arévalo y Miki Esparbé
Pianista Lucía Rey
Dirección de producción Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción ejecutiva Pablo Ramos Escola
Producción Víctor Hernández
Iluminación Paloma Parra
Escenografía Mónica Boromello
Diseño de sonido Sandra Vicente
Técnicos de sonido en gira Pablo de la Huerga e Iñaki Ruiz
Técnico de maquinaria en gira Víctor Sánchez
Diseño de vestuario Sandra Espinosa
Realización de vestuario Ángel Domingo
Gerente / regidor en gira Aitor Presa
Maquillaje y peluquería Álvaro Sanper y Estela Serrano para The Lab Make Up Studio x I.C.O.N Spain by Mön Team
Fotografía Vanessa Rábade
Vídeo Pedro Chamizo
Diseño Gráfico Patricia Portela
Ayudante de dirección Pilar Valenciano
Distribución Caterina Muñoz Luceño
Comunicación Pablo Giraldo
Estudiantes en prácticas Esther Sanz y Antonio Villalba
Agradecimientos García Madrid, Papiroga, Pons Quintana, Weist&Vintage&Couture y Lucía Carballal
Una producción de Buxman Producciones para El Pavón Teatro Kamikaze
EL PAVÓN TEATRO KAMIKAZE. DEL 27 DE AGOSTO AL 4 DE OCTUBRE 2020
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Otros montajes dirigidos por Israel Elejalde comentados en CULTURAMAS:
Resistencia, de Lucía Carballal
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