El Tour como ficción 2020 (I). Galdós y los cien mil hijos de Brailsford

Este año se cumple el primer centenario de la muerte de quizás, tras Cervantes, el literato más recordado y reconocido de las letras españolas: Benito Pérez Galdós. El bueno de don Benito jamás debió de pensar que un especial sobre el Tour de Francia comenzase acordándose de él, a pesar de que en enero de 1920 se hubieran celebrado trece ediciones de lo que ya era uno de los más grandes y mediáticos acontecimientos deportivos. Trece ediciones que habían tenido todo tipo de eventos de corte ficcional: desde el triunfo del ganador más joven de la historia del Tour, Henri Cornet, de diecinueve añitos, debido a la descalificación de Maurice Garin, primer ganador de la ronda gala, de quien se supo que había hecho unos cuantos kilómetros de nada montado en un flamante automóvil, episodio que tal vez Armstrong (o más bien su director de equipo Bruyneel) quiso homenajear con la figura de Motoman; pasando por el suicidio del primer corredor considerado como escalador, René Pottier, poco después de haber triunfado en la edición de 1906, muerte, todo sea dicho, que dio lugar a cierto mito ciclista con el que Pottier se convirtió en una especie de Trovador Macías del ciclismo, debido al mal de amores que le arrastró a esa brutal decisión; hasta la aparición de los dos primeros bicampeones, el francés Lucien Petit-Breton y el belga Philippe Thys, este último, pocos meses después de la muerte de Galdós, convertido en el primerísimo de los tricampeones (tiempo más tarde se le unirían ilustres como Bobet, Lemond y… Contador). Así, en cualquier caso, insistimos, el bueno de don Benito nunca debió de pensar que su obra literaria pudiera servir a dos articulistas para engranar una serie de crónicas sobre un extraño deporte basado en dar pedales, comer mucho hidrato de carbono, echar espuma por la boca como el mutante Riis y crear equipos de nombres tan castizos como Manuela Fundación para que al final unos australianos te den calabazas. Incluso, antes que columbrar tal situación, don Benito pudo figurarse la proliferación de textos acerca de una pandemia que colapsase la sociedad. De hecho, don Benito llegó a escribir unas crónicas dirigidas al periódico bonaerense La Prensa sobre la epidemia de cólera que devastó España en 1885. La historia que se repite.

Pero aquí estamos. Estamos gracias a Culturamas, revista incauta que decidió aceptar a dos filólogos, Luis Fernández Mosquera y este que escribe, quienes durante dos años, en una genial revista de poesía y muchas cosas más, de apelativo tembloroso, pergeñaron nueve artículos que buscaban trasladar a sus lectores el desarrollo del Tour, pero mediante un toque literario. Las crónicas se basaron en comparar diferentes aspectos del ciclismo con todo tipo de personajes y situaciones literarias, lo cual dio pie a comentarios a medio camino entre la realidad y la ficción. Así, si en el primer año se era consciente del potencial literario del más noble de los deportes, en el segundo viajamos junto a la caravana del Tour por las ciudades de Bruselas, Albi y Nîmes para acabar llorando en París a Thibaut Pinot, ciclista cesante, y para terminar con una reflexión acerca del año ciclista como inocentada. Esto, evidentemente, se nos acabó escapando de las manos y dio pie a un desarrollo mucho más acusado de la ficcionalización de la realidad.

Y dicha ficcionalización, pese a verse afectada por la COVID-19, no tiene como motor incausado al asqueroso coronavirus, como ya demostró Galdós con sus textos periodísticos sobre el cólera, sino a las consecuencias del mismo. La ficcionalización ya estaba de antes, ahora únicamente cuenta con nuevas situaciones, acciones y protocolos a los que parasitar. Por ejemplo, el Tour de Francia, obligado por ese coronavirus tan maldito que también ha trastocado otras cosas verdaderamente más importantes, comienza en fechas extrañas, septiembre, más propias de aquellos ciclistas que van arrastrándose en todo tipo de cuestas de cabras de la orografía española, y de la vuelta al colegio que este año no se sabe muy bien si será “vuelta” y si será “colegio”. El Tour también ha decidido reducir su caravana publicitaria y va a restringir el acceso del público a las líneas de salida y de llegada. Además, la Unión Ciclista Internacional (UCI) decidió que los ciclistas se agrupasen en “burbujas”, para reducir el riesgo de contagios y así asegurar el buen funcionamiento de la carrera. Una burbuja de equipo, que constituiría el único grupo de contacto frecuente, aunque con ciertas matizaciones (en teoría, ya no se compartiría habitación con un compañero de equipo, por ejemplo), y una burbuja de pelotón, dentro de la que habría que incluir las medidas relacionadas con la caravana y el público, así como la nueva ceremonia en el podio. Junto a las decisiones anteriores, se ha creado un protocolo con el que se expulsaría a aquellos equipos que contasen, en un lapso de siete días, con dos positivos por COVID-19, sean ciclistas o miembros tales de la escuadra como mecánicos, directores, etc. —al cierre de esta edición, la UCI ha cambiado de criterio y la expulsión se producirá cuando dos ciclistas del mismo ocho obtengan un resultado positivo. Y al cierre del cierre, se ha comunicado que el Tour vuelve al primer plan—. Sin embargo, el Tour deja en manos del gobierno francés la decisión de suspender la Grande Boucle si se disparasen los casos de positivos en el país. De hecho, realmente no se sabe muy bien qué pasaría si se tuviera que suspender el Tour: ¿se declararía un vencedor si no se llega hasta París? ¿Valdría con llegar a un porcentaje tal como el 50% de la carrera —es decir, superar las diez etapas— para considerar al corredor que tuviese en aquel momento el maillot amarillo como legítimo ganador? Por el momento, no parece haber contestación a tal pregunta, y, sin embargo, es una de las que más se repiten los aficionados.

Los nuevos fichajes de Culturamas, fervientes seguidores del Tour, también han pensado en este tipo de pormenores que les afectan a ellos como enviados telemáticos especiales del evento. De ahí que este año hayamos decidido dividirnos en dos burbujas de equipo: nos turnaremos para ver las etapas, las impares para mí y las pares para Luis. En cuanto a las preguntas que les haríamos a los corredores, eso tendrá fácil solución porque nuestros comentarios serán enviados al tuíter no de Culturamas o del ABC Cultural, sino al del Chiringuito, para regocijo de Pedrerol, quien disfrutará en dilatar las respuestas a las mismas mientras el resto de tertulianos peroran frenéticamente como en el casino de cualquier novela decimonónica, a la par que dirigen sus miradas al anteriormente conocido como el ciclista Óscar Pereiro, el cual, dentro del programa patrio más consciente de su ficcionalidad, se erigirá en una especie de Ronzal sacado de La Regenta. Respecto a la burbuja de pelotón, si uno de los dos colaboradores diera positivo, este tendría que retirarse de esta misión literaria y el otro tendría que continuar hasta París para preservar el trabajo del compañero, aunque nuestros nombres seguirían alternándose en la firma de los textos. Además, dentro del reglamento de escritura, se decidió honrar a Galdós titulando cada entrada como un Episodio Nacional, pero, al igual que la normativa del Tour da pie a cierta incertidumbre sobre los efectos en el palmarés de una posible anulación, nada garantiza que esta decisión vaya a mantenerse a lo largo de todo el especial, como la compra del Mitchelton-Scott por Manuela Fundación, pero esa es otra historia, semejante a la de un cuento de fantasía escrito por Galdós y de título ¿Dónde está mi cabeza?, en la que la gente o bien manifestaba muy poco asombro o bien sentía algo de susto, mas no terror, al ser testigos del extraño fenómeno que sufría el protagonista: las mismas reacciones que suscitó en el mundo ciclista la posibilidad de que un misterioso señor de Granada, en medio de una gran epidemia, tomase las riendas de uno de los equipos más poderosos del ciclismo mundial, con un campeón de grandes vueltas como Simon Yates en sus filas. Como pueden ver, el motivo de que los autores apliquen tales normas especiales tiene la misma justificación que la que tendría prohibir los juegos de pelota en un instituto mientras se permite que se hacinen los alumnos en un aula diminuta al mantener enormes ratios.

En definitiva, ante el frenesí ocasionado por la explicación de los sobrevenidos reglamentos y protocolos, más propia de un personaje parlante de una película de Christopher Nolan, conviene recentrar esta narración acuñada de ficciones y referirse a esos ciclistas llamados a llenar las tardes de grandes gestas o aburridos paseos. De ahí que sea pertinente hablar del equipo que ha dominado a su antojo el Tour desde 2012, ya que su mandamás, Dave Brailsford, ha confirmado una idea que sobrevolaba en el ambiente desde el año pasado: cambiarlo todo para que nada cambie. Tal máxima es la que explica la defenestración de dos de los antiguos héroes del Sky (después Ineos, ahora Grenadiers): el Froomey Campeador, que tendrá que volver a vencer después de muerto en la otoñal Vuelta a España versión Pereda, y el personaje más pynchoniano del pelotón actual, Geraint Thomas, quien asume la capitanía en el Giro de Italia a pesar de haber declarado, tras cerrar el pelotón en la última etapa del Dauphiné, que estaba en el mismo estado de forma que cuando obtuvo el maillot amarillo. Brailsford, el Duque de Angulema del equipo inglés, demuestra así que el colectivo está por encima de las individualidades, y que todos los medios de los que disponen se pondrán a disposición del objetivo final: perpetuar su tiranía. Para ello, no importan tanto los nombres, sino que un integrante del Grenadiers sea el que ría el último en París gracias a la acción en conjunto de estos cien mil hijos de san Luis: Bernal, Carapaz, Sivakov… tanto monta, monta tanto. Precisamente, don Benito dejo constancia de tal contingente en su episodio nacional Los cien mil hijos de san Luis: la realidad una vez más se confundió con la ficción al referirse Galdós a la técnica del manuscrito encontrado, en este caso no de un Cide Hamete sino de una Jenara de Baraona, y al reconocer que la supuesta historia verdadera tuvo que completarse con algo de su propia cosecha:

Sólo dos fragmentos, sin enlace entre sí, llegaron a nuestras manos. Hemos hecho toda suerte de laboriosas indagaciones para allegar lo que falta, pero inútilmente, lo que en verdad es muy lamentable, porque nos veremos obligados a llenar con relatos de nuestra propia cosecha el gran vacío que entre ambas piezas del manuscrito femenil resulta. (Benito Pérez Galdós en la introducción a «Los cien mil hijos de san Luis»)

Algo así sucede con este especial sobre el Tour, en el que, con nuestras subjetividades, filias y fobias, daremos testimonio de los cien mil hijos de Brailsford, comandados por el mariscal Bernal, que ya sabe que podría ser sustituido en cualquier momento. Frente a la gran potencia, surgen otros comandos dispuestos a tomar los métodos y formas de los tiranos de las últimas grandes vueltas, como el esquiador Roglic y el desaparecido Dumoulin, o bien a liderar una guerra de guerrillas mediante la alianza de una legión de empecinados que, ojalá, no duden en establecer las líneas básicas del conflicto desde la segunda etapa en Niza. Nos referimos, claro está, al cesante Pinot, al melancólico Landa, quien parece acudir con la sabiduría que un Gazel obtiene de un Ben-Beley que, confiante, le promociona como líder único de equipo, y al tapado Quintana, liberado de los sobresaltos picarescos de un Movistar que tendrá que rezar por que Mas o Soler carburen. A estos subalternos se les podrían unir secundarios como Tadej Pogacar y Miguel Ángel López, el Rocky Balboa de los grandes puertos. Y, sin embargo, merced a esta extraña ficcionalización, no se extrañen de que, al final, después de tantos cien mil hijos de Brailsford y tantos empecinados, se suspenda el Tour cuando lidere el hombre sin rostro, es decir, Emanuel Buchmann, o, lo que sería aún más irreal, que llegados a París, tras la expulsión de más de la mitad de los favoritos por culpa del coronavirus, Dios no lo quiera, vean en lo más alto del podio a Pierre Rolland vengando a Thomas Voeckler, derrocado en 2011 tras una aventura robinsoniana en plato grande, y a Bernard Hinault, el último francés ganador del Tour hace la friolera de treinta y cinco años. O, incluso, que un equipo de nombre Manuela Fundación aparezca en medio del pelotón poniendo patas arriba todos los esquemas previos. Si eso fuera así, por cierto, no estaría en el coche de dirección del Manuela Stefano Garzelli, hombre de confianza del enigmático mecenas granadino, sino Dave Brailsford, quien sonreiría a la cámara al estilo de un Keyser Söze, por saberse capaz de mutar, cual camaleón, para así coronar a unos de sus cien mil hijos, llámense estos Wiggins, Froome, Thomas, Bernal, Carapaz, Messi o Panete.

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