José Luis Puerto en La Alberca
Por Antonio Costa Gómez.
Un verraco de piedra mira las casas con embutidos de madera y con jarrones colgando. Ventanas verdes flotan cerca de otras ventanas íntimas. Las calles se estrechan como pasillos entre casas como armarios llenos de auras. En un crucero una virgen aldeana sujeta con ligereza a su niño aldeano. En el mesón del hermano del poeta José Luis Puerto un toro casi te echa el aliento a la cara y los zapatos cuelgan de las vigas de esquina. Comí suculentamente en la plaza, tomé coñac en un escondrijo de piedra brava en el mesón del hermano del poeta, me eché a dormir junto al río por donde navegaban todos los musgos verdes. Este pueblo de la sierra de Francia tal vez es demasiado turístico, pero conserva el sabor profundo de los jamones colgados.
Y en La Alberca nació José Luis Puerto, el que escribió “Un jardín al olvido”. Nada más leer el título me sentí atraído por ese libro. Y me he recitado muchas veces esos versos que me apasionan y me recogen: “Siento aún el galope velocísimo / de esos latidos que me llevan siempre / a aquel jardín lejano / a aquel espacio virgen”. Yo también quiero ese jardín en el olvido que atraviesan los caballos más íntimos: “De enciclopedias que atesoran / los jardines del tiempo./ Que vuelvan los caballos, / tengo caminos para su galope / que llevan a un jardín, a mi jardín”.
Yo también añoro esos caballos, añoro ese jardín onírico escondido en la sierra de Francia. Yo también pido esos caballos “que atraen las caracolas del recuerdo, / tengo praderas en el mapa mudo/ de la niñez, / allí qué pastos hallarán, que arroyos / en que abrevar felices”. Yo añoro esos prados, como los “prados felices” de que hablaba Kathleen Raine en el norte de Gran Bretaña. Pero en los recodos de la sierra de Francia también José Luis Puerto nos regala esos caballos interiores, invencibles.
Curiosas e interesantes aspiraciones, para cualquier tiempo y más en el desarrollo de este especial año 20 20 y en lugar de especial variada riqueza.