Reseña de «Notas para no esconder la luz», de Faustino Lobato
Por Jesús Cárdenas.
Sobrecoge la luz que busca el centro de uno mismo. Es fácil que el cuerpo que persigue la luz halle un foco luminoso; en cambio, el espíritu, como suele acompañar al cuerpo, le cuesta dar con la médula. Cuando el cuerpo escarba desde la cotidianidad la luz parece errante. Es lo que se conoce desde Jung como símbolo arquetípico, ya que parte de experiencias humanas universales. Desde las Sagradas Escrituras la luz se considera un símbolo espiritual, de orden y armonía, de la trascendencia del ser al fin: según la Biblia fue el primer elemento creado extraído de la sombra. Como es sabido, fuente de inspiración en San Juan de la Cruz y, más tarde, referente en la obra del último Juan Ramón, en poetas exiliados como León Felipe, en Claudio Rodríguez, en Eloy Sánchez Rosillo y en un largo etcétera.
Muchas de estas lecturas, de seguro, que no han pasado inadvertidas para el poeta y profesor de Filosofía, Faustino Lobato (Almendralejo, 1952), como se demuestra en su décima entrega lírica, Notas para no esconder la luz (Olé Libros, 2019), donde crea un ámbito creativo y espiritual desde donde hallar la luz interior. Como aclara en la introducción, el escritor pacense Santiago Méndez, “la luz está omnipresente en él, pero en realidad lo que está presente es la consternación del poeta frente a los juegos contradictorios en que esta lo sume”. Esto es, la luz se expresa de diferentes maneras a lo largo del día. Se trata de una poética que contempla y reflexiona el encuentro consigo mismo a lo largo de una jornada. Para el poeta la luz y su opuesto se reconcilian, como el yo y su reflejo. El lector se siente calmado porque en estas breves composiciones se transmite toda la calma y el asentimiento, ninguna inquietud latente.
En este libro de poemas nos encontramos ante una entidad bien definida por tres apartados, que comparten una estructura semejante: un “introito” (cuyos fragmentos podrán detectarse en cursiva en distintas composiciones), una cita junto al membrete del apartado, seguido de un poema en prosa, escrito en castellano y portugués, como “un guiño al hecho de ver, cada tarde, como la luz abraza las tierras del Alentejo” y un conjunto de diez breves composiciones poéticas de verso libre.
Tras la invocación a la luz, el poder de la luz reside en la creación. La luz se convierte en sanadora. El despertar es llevado “con calma, asumo el vértigo del instante”. Al ser poseído por la luz, el sujeto toma una nueva identidad y siente una relación distinta frente al mundo: “me haces más humano / terriblemente humano”. Comprueba que su capacidad reflexiva no haya sido anulada: “me duele la luz que desvela mis errores”. Al invocar la luz, también reconoce la fuente de inspiración y lo aleja de dudas e incertidumbres. Con la entrada de la luz se convierte en silencio. Y casi lo aparta de lo terrenal: “Un solemne mutismo / se adueña de todo. La luz / me conduce a las puertas / del Paraíso”.
En la segunda sección el símbolo se convierte en agotamiento, porque lo esperado es incierto, lo que desborda al sujeto de inseguridad. La descripción paisajística denota “paz, sin resistencia” y el sujeto se deja absorber. Y el motivo metapoético va ganando peso en el libro. El canto proviene de un espacio solitario y silencioso, donde encuentra la calma necesaria para escribir. Tal vez, una parte de la poética de Lobato se refleje en la composición “16 (El poema)”, donde puede leerse: “Un momento para desnudar / la palabra y descubrir, ahí, / en el poema, / el esplendor de los adverbios”. Así parece deducirse que la escritura poética es bálsamo y refugio al mismo tiempo: “escribiendo una nueva página / por las estrechas plazas de la ciudad / buscando un refugio seguro”. También se dice del poema que es “un espacio para volar / por encima de las derrotas”, y no se niega su “travesía compleja”. En el homenaje a poetas coetáneos y con los que comparte el gusto por la palabra que trasciende lo cotidiano. El discurso lírico del almendralejense, lejos de la conceptualización y de alambicamientos innecesarios, muestra la energía del fluido lumínico, que aviva los sentimientos, gracias a la nominalización, la acumulación de sustantivos en detrimento de otra clase de palabra, en un transitar lento, misterioso.
Por último, nos descubre la resistencia frente a la inquietud del encuentro con la luz. La creatividad tenida como manifestación espiritual vuelve a quedar patente en estas páginas: “trabajar poesías / donde el solo respirar / se convierte en oración”. La amada, convertida en referente de inspiración, parece, como el verso, a ratos se muestra posible; en otros momentos, inalcanzable: “Te siento en el verso /, en el leve resplandor del instante / que escapa de las sombras, fugaz”. Ya de noche, cuando la luz parece al mínimo, su destello estimula el deseo, la elección de un campo semántico despierta el tacto: “resbalar”, “desatar”, “enamoras”, “apetito”, “muslos”, y las composiciones rebosan erotismo y susurro y sutileza. “El milagro de la luz” deja el cuerpo vencido pero sin temor. El cuerpo tiembla, sin decir nada más.
En pocas palabras, Faustino Lobato nos ofrece en Notas para no esconder la luz un camino en busca de la palabra poética. El encuentro transforma al sujeto, iluminando realmente lo que es. En esa búsqueda no se conceptualiza sino que trata de ser comunicativa. Estos poemas cantan al amor salvando “el hastío de los días”.
Precioso, acertado, limpio comentario de la obra exquisita de este amigo al que quiero, además de admirar como escritor. Mi sincera enhorabuena a los dos. Un abrazo luminoso.