La novela gráfica latinoamericana o el caso de ‘El Eternauta’, de Héctor Oesterheld
ANDRÉS G. MUGLIA.
Muchos condimentos hacen de El Eternauta la novela gráfica (en el pasado historieta o tebeo a secas) más importante de la larga tradición argentina. El primero, su guionista Héctor Oesterheld y su historia personal. Militante opositor al gobierno de facto de la Argentina que dio comienzo en el año 1976, Oesterheld fue muerto por el régimen junto con sus cuatro hijas. Pero antes de este terrorífico desenlace, había pasado a la historia definitiva de este género que mezcla texto e imágenes en una suerte de fascinante cinematógrafo congelado, con la fundación de la editorial Frontera en 1956 y su principal producto, la publicación de aparición semanal Hora Cero.
En esta humilde revista apaisada publicaría varias historias en episodios. Guionista de extraordinaria versatilidad, Oesterheld escribiría los textos de todas ellas, colaborando con dibujantes que luego trascenderían al mundo. El italiano Hugo Pratt, el chileno Arturo Pérez del Castillo, Francisco Solano López y otros, crearían junto a Oesterheld historietas que han quedado como referencia del género de esa época. La más importante sin duda fue El Eternauta. Desde el primer número de Hora Cero, El Eternauta cubrió el nicho de la ciencia ficción. Durante dos años la historia de una invasión extraterrestre en pleno Buenos Aires tuvo en vilo a los fans que pronto ganó la calidad inexcusable de la publicación.
La narración, aunque víctima de las taras de todo texto que se va publicando aditivamente y sin posibilidad de revisión, es consistente de principio a fin, pasando por clímax y ambientes cambiantes y hasta contrapuestos; representados eficientemente por los dibujos de Solano López.
El principio es deslumbrante. Un hombre se materializa en la casa de Oesterheld, le explica que es un viajero del tiempo (eternauta) y se dispone a contarle la historia que lo ha llevado a tan extraña situación.
Este antaño hombre corriente, Juan Salvo, se reúne en la casa donde vive con su mujer y su hija, a jugar con un grupo de amigos al típico juego de cartas rioplatense, el Truco. En medio de la partida que llevan a cabo en el altillo de la casa de Salvo, que es además el refugio de los hobbies de todos los presentes, se corta la luz. Cuando se asoman por la ventana para ver qué ocurre, descubren que una extraña nevada (no es secundario advertir que en Buenos Aires nieva en promedio una vez por siglo) empieza a cubrir la ciudad. Poco más tarde descubrirán que el contacto con los bellos copos iridiscentes es mortal y que la nevada no es más que el primer recurso de una invasión extraterrestre para ultimar a la población.
El primer paso de la historia, que se actualiza en estos tiempos de encierro y cuarentena por el COVID-19, se realiza pues bajo el influjo del encierro obligado por la amenaza de la nevada mortal. La casa de los Salvo será una isla de vida en un mar de muerte, la metáfora de cuño “robinsoneano” es reiterada varias veces por Oesterheld. También es tomada de Defoe la siempre fascinante descripción, clasificación y optimización de los recursos limitados con los que se cuenta para sobrevivir ante un revés repentino y decisivo del destino. Asistimos, embrujados desde el primer momento, a la lucha de Salvo, Favalli (científico que forma parte del grupo de amigos) y el resto de los personajes, por utilizar todos los recursos disponibles para sobrevivir. Pronto se fabricarán trajes protectores para salir al exterior en busca de recursos, comida y medicamentos. También pronto descubrirán que en la calle ya reina la “ley de la selva” y el “sálvese quien pueda” que convierte al hombre en una fiera dispuesta a todo en un mundo naufragado.
La trama sufrirá un cambio de registro, justo a tiempo cuando la fascinación inicial de esta estructura isla-encierro-acopio de recursos-lucha por la vida, comienza a decaer; cuando una unidad armada de resistencia ante el invasor llega a la casa de Salvo y recluta a todos los hombres qua allí se refugian. La historia toma entonces ribetes vertiginosos, sucediéndose batallas contra un enemigo cada vez más complicado.
Es interesante analizar la estructura del poder en las filas de los extraterrestres y perfilar el solapado análisis de la guerra, la violencia y la responsabilidad de los actores involucrados por ellas que hace Oesterheld. Los primeros enemigos con los que Salvo (nombrado rápidamente teniente) y sus filas se encuentran son los “cascarudos”, típicos bichos a escala humana de las historietas “pulp” norteamericanas de los post-atómicos ´50s, y los “gurbos” seres portentosos capaces de tumbar edificios de un frentazo. Sin embargo los “cascarudos” y los “gurbos”, no son otra cosa que organismos teledirigidos por otros más inteligente llamados “manos”, comandantes superiores y de terrible y fría estampa que cuentan con manos de dedos infinitos. Pero la postergación de la responsabilidad no termina allí, porque los “manos” son a su vez dominados por los “ellos”, jefes que convenientemente jamás son mostrados. De este modo y con esta suerte de postergación indefinida de la responsabilidad en relación a la violencia, Oesterheld fragua una elíptica metáfora en torno a la violencia en general y a sus mecanismos de implementación.
El éxito rotundo de El Eternauta llevó a Oesterheld a extender la historia en varios sentidos. El primero, una nueva versión con otro dibujante, el talentoso Alberto Breccia, a publicarse también en entregas en la revista Gente. Breccia, que es quizás el mejor dibujante de historietas o tebeos de su tiempo, encaró la imagen de El Eternauta de un modo más experimental que Solano López, todavía ligado a la tradición historietística norteamericana, más convencional. La imagen que Breccia elige para la historia de Juan Salvo roza por momentos lo abstracto. La intransigencia del artista ante las presiones de la revista, que le exige volver a una representación plástica más tradicional, hará que Oesterheld negocie abreviar la tira para no dejarla inconclusa. Así se convierte esta segunda vuelta triunfal de El Eternauta, en un triunfo a lo Pirro, donde la que principalmente sale perdiendo es la historia. A fin de cuentas la imagen de Solano López, quizás menos talentosa pero más eficaz en termino narrativos que la de Breccia, será la que quedará en el imaginario popular como mejor ligada a la inmortal historia escrita por Oesterheld.
Otra vuelta de El Eternauta no fue una remake sino una típica secuela, publicada en 1976 y que sería además la obra póstuma de Oesterheld. En un mundo postnuclear con influencias de La máquina del tiempo de H.G. Wells (hombres de la cavernas, humanos y mutantes entremezclados), reaparece Juan Salvo dispuesto a expulsar a lo que queda de la invasión extraterrestre. El cliché que indica que “segundas partes nunca fueran buenas” se verifica parcialmente en esta secuela, que de todos modos puede resultar estimulante para los fans de El Eternauta.