«Cádiz», una historia sobre el paso del tiempo y la verdadera amistad
Por Ana Riera
Cádiz, la obra con la que reabrió sus puertas el Teatro Lara tras la triste pandemia que nos asola, se estrenó en ese mismo teatro poco antes del cierre de salas, pero en la sala Lola Membrives. Ahora regresa a la sala principal, la Cándido Lara. Se trata de un texto ingenioso y divertido, que nos cuenta la historia de tres amigos cuarentones que no acaban de encarrilar sus vidas. La pieza busca la carcajada del público, pero tras los chascarrillos y las situaciones cotidianas hilarantes, esconde también elementos dramáticos con una gran carga emocional.
Gabriel Olivares, director de éxitos teatrales como Burundanga, El nombre, Mi primera vez, Una semana… nada más, Our Town y Nuestras mujeres, entre otros, y creador del TeatroLab, un interesante proyecto que investiga otras formas de hacer teatro, dirige esta pieza demostrando una vez más sus grandes dotes y su peculiar forma de entender el teatro como un arte colectivo.
De su amplia producción destacan notablemente dos funciones cercanas en el tiempo y muy diferentes en contenido y estructura dramática: El reencuentro, de Ramón Paso, con Amparo Larrañaga y María Pujalte en el Teatro Maravillas —febrero 2018—, y en septiembre del mismo año, en la sala principal del Teatro Fernán Gómez, Proyecto edipo, un experimento singular con su propia Compañía de TeatroLab.
Cádiz nos habla del paso inexorable del tiempo y sobre todo de la verdadera amistad, esa que es capaz de superar los escollos más complicados y las separaciones que a menudo nos impone la vida. Porque cuando un amigo es de verdad, cualquier cosa puede perdonarse, cualquier cosa puede superarse.
Los encargados de insuflar vida al texto escrito por Fran Nortes son Nacho López, Bart Santana y el propio autor. Resultan creíbles desde el primer instante, ya que combinan de forma equilibrada la espontaneidad y las tablas, la simpatía y el dramatismo. Se nota que han hecho suyos los personajes a los que interpretan.
Fran Nortes se pone en la piel de Eugenio. Aparentemente es el más centrado de los tres, el único que ha sido capaz de asumir la paternidad y que trata de adoptar el papel de hombre moderno, alejándose del rol machista y patriarcal. Pero lo cierto es que no sabe muy bien cómo hacerlo sin perder su propia identidad.
Bart Santana es Miguel, el típico cuarentón que sigue anclado en el pasado, incapaz de evolucionar. Vive con sus padres, tiene hobbies frikis y un miedo patológico al compromiso. Empieza siendo el más tópico, incluso resulta algo pesado. No obstante, acaba convirtiéndose en un ser absolutamente entrañable.
Nacho López asume el papel de Adrián, un claro ejemplo del síndrome de Peter Pan, que pasa por todas las fases, injerto de pelo incluido, tratando de recuperar los sueños de su juventud, porque le aterra enfrentarse a su propia madurez y a lo que ésta representa.
El público percibe y agradece la enorme química que hay entre ellos, porque esta logra que se produzca la magia, que uno se olvide de que está sentado en la butaca de un teatro, y que se crea que realmente está viendo a tres amigos que se encuentran y se pierden y se reencuentran, descubriendo por el camino que la amistad es un tesoro que no deben dejar escapar.
Ayuda la escenografía de Asier Sancho, dinámica y eficaz, que juega con el espectador y consigue que los cambios de escena resulten fluidos. Y la música, que añade algunos momentos de distensión.
Cádiz, ese lugar donde los tres fueron felices siendo muy jóvenes, con su luz mágica, su sol cálido y sus recuerdos evocadores, representa la juventud perdida, ese tiempo en el que nuestra historia está todavía por escribir, en el que todo es posible. Los tres amigos quizás no regresen a Cádiz, quizás no sea ya posible. Sin embargo, ese momento lejano, ese tiempo compartido entonces, les permite reconocerse bajo las arrugas, bajo la piel de adulto que les ha ido transformando. Pero, además, a medida que avanzan y evolucionan, descubren que ese reconocimiento, ese seguir allí a pesar de los desencuentros, de todos los cambios y vicisitudes vividos, tiene un valor enorme.
Porque un verdadero amigo no es aquel que ve las cosas del mismo modo que tú. Es aquel que te acepta y te quiere tal como eres. Ahora y siempre.
Un buen plan para escapar de la canícula madrileña y volver a incorporar el volver a incorporar el teatro a nuestra vida.