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Un acercamiento a la literatura de Javier Castillo

IRENE MUÑOZ SERRULLA.

La mala noticia es que llego a leer a Javier Castillo cuando ya ha publicado su cuarta novela. La buena es que he enmendado mi torpeza y ya estoy a medias con la tercera de sus novelas (Todo lo que sucedió con Miranda Huff) publicadas todas, ahora, por Suma de Letras, y que pronto llegaré a la cuarta (La chica de nieve) que era mi primera idea. Me perdí, por desgracia, su aventura al llegar al mundo editorial —una historia con matices similares a la de Pablo Alborán y su vídeo en YouTube a raíz del cual lo «descubrieron» cuando ya lo estaba, pero en el lado literario de las artes. Se lo habrán dicho mil veces, espero que no me odien si leen la reseña…—.

En una entrevista a Javier Castillo que he podido leer en la hemeroteca de ABC Cultural, encuentro algo muy importante, creo. El autor dice que incluyó muchos ingredientes que a él le gustaría encontrar en una novela de misterio. Se puso, en algún momento, en la piel del lector. Gracias. Escribir puede ser la necesidad de volcar todo lo que llevamos dentro, pero también es importante, de vez en cuando, pensar en quienes van a leer la novela y en lo que les gustaría —no me refiero a hacer una novela comercial pura y dura, me refiero a que a veces las manifestaciones artísticas deben pensar en los destinatarios—.

El día que se perdió la cordura comienza con una breve introducción que ya hace que el lector entre de lleno en la historia y quiera saber más. El uso de capítulos breves ayuda a querer seguir leyendo —ese típico de un capítulo más y apago la luz se convierte en la hora que es y ¡mañana tengo que madrugar!—. Además, cada capítulo deja la trama necesitada de más desarrollo, así que lo más fácil es seguir leyendo. Lo malo es que para continuar con esa parte de la historia que te ha dejado con la mosca detrás de la oreja tienes que avanzar dos o tres capítulos más, porque Castillo va entrelazando la historia desde el punto de vista de diferentes personajes y desde diferentes momentos del tiempo. De manera que vamos conociendo el origen de la historia a la vez que conocemos lo que pasa en el momento actual; y también entendemos la narración desde el punto de vista de varios de los personajes, lo que nos permite tener una visión esférica de la historia, pero con el inconveniente de que la narración no nos adelanta nada más que lo estrictamente necesario en cada capítulo.

Los diálogos resultan creíbles, las descripciones son plenas, el uso de una técnica narrativa cercana a la de un guion cinematográfico pero más desarrollado, la consideración hacia al lector al no llenarnos de sangre en algunos momentos (aunque sepamos que la sangre debía recogerse a palas…)… todo eso hace, como Castillo decía en esa entrevista de ABC, que la novela tenga muchos ingredientes de una novela de intriga que todos esperamos y queremos encontrar.

Y después llegó El día que se perdió el amor, como segunda parte. ¿Es necesaria? Pues sí y no. Sí, por la curiosidad de saber que pasó con los personajes. No, porque el cierre te deja imaginar y no esperar. Así que las dos opciones podrían haber ocurrido. Sin embargo, Javier Castillo le da una vuelta de tuerca a la trama recuperando personajes que apenas tienen peso en la primera parte de esta bilogía —¿se convertirá en trilogía?— y haciéndonos vivir la angustia de los personajes principales de toda la historia en poco más, en esta segunda parte, de veinticuatro horas de acción. La técnica es la misma: narración desde los puntos de vista de varios personajes y saltos en el tiempo para explicarnos quién, cuándo y por qué. Si en la primera parte funcionó, en esta segunda también, sobre todo porque la urgencia de resolver la situación ahora es mayor, o al menos esa es la sensación que genera la narración «pausada» en el lector.

Lo bueno de esta segunda parte es que no se centra solo en los personajes que ya conocemos de la anterior novela, sino que introduce nuevos personajes con un peso más o menos importante en la trama, y al final de la novela entiendes la importancia y la necesidad de todos ellos para cerrar la ficción de forma adecuada —o no, yo no dejo de ver como plausible una tercera parte—. Sí, adecuada para recuperar la cordura y poner el amor en su sitio justo, sin excesos que hicieran que lo inviable probable pasara a ser posible absurdo, lo cual se hubiera cargado toda la trama de un plumazo. 

Mi única pega se la pongo a la gestión de la historia de amor entre Amanda y Jacob, en algunos momentos los diálogos y pensamientos de Jacob me han resultado demasiado… azucarados —a pesar de la sangre, o quizá quiso ser una forma de compensar—, no porque sean de un personaje masculino, que lo mismo me habría pasado si fueran de uno femenino. Pero como dice la canción Love is que interpreta de lujo Rod Stewart: …love is patient… love is blind, love is tender… 

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