La boda de Rosa, una dramedia con buen rollo
Una sonrisa y un buen sabor de boca, muy veraniego, deja la última película de Iciar Bollain, curtida directora que sabe manejar muy bien los tiempos, los silencios y esa vis cómica que sus personajes saben transmitir con gran complicidad. En La boda de Rosa, la directora aborda un asunto, un tanto marciano que, a una servidora, de primeras le provoca cierto rechazo: la sologamia o “moda” (o no) de casarse con unx mismx. Se trata de un compromiso que la persona adquiere consigo misma, prometiéndose que se va a querer y a cuidar porque ella es la persona más importante de su vida. En definitiva un alegato para decir alto y claro que una lo vale todo, como la protagonista de La boda de Rosa.
La actriz Candela Peña es la encargada de meterse en la piel de Rosa, una mujer sobrecargada de tareas y responsabilidades con las que tiene que hacer un auténtico tetris en su agenda diaria: Ocuparse de los sobrinos, cuidar de la gata de su amiga, el trabajo, quedar con su pareja, llevar a su padre al médico, preocuparse por el bienestar de una hija que es madre primeriza… Una serie de rutinas que pocas veces son reconocidas y forman parte de los quehaceres diarios de muchas mujeres que, como Rosa en la película, parecen hadas invisibles, pero no lo son. Tienen derecho a ser egoístas de vez en cuando y es por esto que Rosa decide anteponerse por una vez a los demás.
Para reflejar el frenesí rutinario de Candela Peña, Iciar Bollaín se apoya en el vaivén de una cámara al hombro que la sigue a todas partes en planos cortos o primero planos para reflejar el desasosiego de su protagonista, a quien el espectador sigue casi con la lengua fuera. En este cuadro costumbrista le acompañan unos secundarios de lujo como son los actores Sergi López y Nathalie Poza que se meten en la piel de su hermano y hermana respectivamente. El primero enternece con su rusticidad, despiste y aparente falta de empatía. La segunda presenta un cierto egocentrismo y esnob debido a buena posición en su trabajo como traductora que camufla con su adicción al alcohol, un problema que aquí adquiere un tono tragicómico.
Porque el filme de Iciar Bollain es en realidad una propuesta muy refrescante para la canícula estival y permite pasar un rato desconectando de la era poscoronavirus, con mascarilla mediante dentro de la sala. Los lugares y personajes son reconocibles en tanto en cuanto la familia (para quienes la disfrutan y la padecen) se convierte en el eje sobre el que gira la trama, situando a Rosa por primera vez en el centro para hacerse más visible a los demás. Y en ese viaje personal (y profesional) aflora al mismo tiempo una bonita historia de vínculo materno-filial como es el de Candela Peña con su hija (Paula Osero), con esa responsabilidad de no hacer recaer las frustraciones propias sobre los seres a los que más queremos y nos admiran o ven como ejemplo a seguir.
Y así transita esta comedia de enredo familiar, muy similares a las propuestas italianas o francesas que llegan a nuestras carteleras, en la que los equívocos y el diálogo sordo entre sus personajes son una constante. Sin embargo, la directora logra asimismo manejar la profundidad del discurso en un guion, coescrito con Alicia Luna (CIMA), aparentemente liviano. En realidad se trata de todo un ejercicio de aplicación de terapia cognitiva donde su protagonista se da cuenta de que debe decir “para” si quiere coger las riendas de su vida y eso empieza por escucharse a una misma y prometerse que va a cumplir, aunque sea en una boda inusual, unos votos que son para la persona con la que va a convivir toda la vida.