Teatro en el cine: La flauta mágica de Mozart por Kenneth Branagh
Por Horacio Otheguy Riveira
La personalidad del actor-director Kenneth Branagh (Belfast, Reino Unido, 1960) es la de un hombre del espectáculo que desde muy joven se ha puesto a montar caballos desbocados. Bajo la sombra de un padre superior como fue en el teatro y el cine Laurence Olivier (Inglaterra, 1907-1989) se forja un estilo en todas las categorías —pues Branagh debuta en la gran pantalla el año de la muerte de Olivier, dirigiendo y protagonizando un Shakespeare: Henry V, como aquel lo hiciera con Hamlet en 1948—. De entrada, se mueve con voz propia, pasión absoluta, evolutivo dominio de diversas técnicas, poética energía con los pies en la tierra; siente gran admiración y sumo respeto por los actores de los que se acompaña, y un ansia fiera de hacerlo todo y estar en todas partes con algo nuevo que decir, y se lanza sin titubeos a decirlo. La variedad de géneros y estilos es enorme, el reparto, siempre sorprendente surtido por veteranos y jóvenes: Michael Caine, Jude Law, Emma Thompson, Helena Bonham Carter, Lily James, Cate Blanchett, Chris Hemsworth, Judy Dench, Natalie Portman… y hasta monstruos sagrados del cine en breves intervenciones como sucedió en su Hamlet, con Charlton Heston, Jack Lemmon, Robin Williams, John Gielgud, Gerard Depardieu.
Se ha forjado entre clásicos del teatro y la literatura (Como gustéis, Henry V, Mucho ruido y pocas nueces, Frankenstein), en el comic (Thor), los cuentos de hadas clásicos (Cenicienta), un policíaco muy personal como Morir todavía; los remakes de éxitos basados en Agatha Christie (Asesinato en el Orient Express, y en 2019 Muerte en el Nilo), una versión musical de una de las piezas más divertidas de Shakespeare, a su vez homenaje a los musicales de los 50: Trabajos de amor perdidos; nuevas versión de un clásico del siglo XX, que no remake, como La Huella; o la ópera de Mozart, de la que aquí dejamos constancia.
En todos sus trabajos como realizador ha impuesto una energía excepcional que a veces suma a la del actor con inigualable acierto. En esta ocasión ha logrado una espectacularidad que contrasta felizmente con la austera versión que realizara para el cine Ingmar Bergman (TV, 1975, estrenada en cines). Mientras éste respetaba la fórmula teatral, Branagh rompe aguas, se va a la primera guerra mundial entre grandes espacios por donde pasean actores-cantantes británicos de notable belleza física en ambos sexos, algo insólito en el mundo de la ópera con esa precisión estética para adquirir la elegantísima prestancia de un cuento masónico de luz y esperanza: el que salvó del hambre, temporalmente, al propio Mozart, ya que murió malamente el mismo año en que la estrenó, 1791, a la edad de 35 años. La versión de Bergman respeta el original en alemán, la de Branagh es adaptado al inglés, una tradición en el mundo operístico británico, donde Verdi o Puccini reciben el mismo tratamiento.
Branagh entiende de maravilla la juvenil fascinación de Mozart por los placeres sensuales ligado a la búsqueda del éxtasis, carne y espíritu, picaresca y sublimación del amor, el ideal convertido en mensaje de paz y solidaridad masónica: una organización que entonces protegió al genial artista con un mecenazgo a cambio de esta creación inigualable. Y Branagh la lleva con gran armonía de color y acción cinematográfica, atravesando con muchos aciertos la terrible primera guerra mundial (colofón incomparable la aparición de la Reina de la Noche con su aria majestuosa metida en un tanque), hasta que a mitad de la película se le acaba la cuerda y los aspectos bélicos, con su buena carga ideológica, pierden fuerza, todo el ambiente se torna pasteloso en exceso y confuso argumentalmente. Salva la catástrofe la calidad de todos los intérpretes, quienes además de eximios cantantes y muy buenos actores resultan de notable belleza, ambos sexos, dueños de una fotogenia imprescindible para resistir la multipresencia de los primeros y segundos planos.
Tamino es un príncipe de Egipto que se ha extraviado en un bosque, en sitio próximo al Templo de la Reina de la Noche. Ésta tiene una hija, Pamina, que está en poder de Sarastro, Gran Sacerdote de Isis. El otro personaje importante es Papageno, travieso cazador de pájaros y mujeres.
La vista de una serpiente hace caer desmayado a Tamino. Unas doncellas de la Reina matan a la serpiente, y cuando vuelve en sí el príncipe, ve por allí a Papageno y cree que éste ha matado al reptil.
Tamino, por un retrato que le muestran, se enamora de Pamina y parte para rescatarla, con el auxilio de una flauta mágica que le da la Reina de la Noche, y acompañado de Papageno.
En el palacio del Sacerdote está Pamina, custiodada por Monostatos, que la enamora. Papageno consigue llegar hasta ella, intimidando al guardián; le hace saber el amor que por ella siente Tamino, y logra que éste se involucre también, y entre todos, con la ayuda de la flauta mágica, preparan la fuga. Son sorprendidos por Sarastro.
Tamino se libra del castigo con la condición de someterse a duras pruebas de virtud, fe y silencio. Triunfa en todas; pero con la del silencio llega a hacer creer a Pamina que ya no la quiere, puesto que no contesta a sus cariñosas preguntas. Pasa victoriosamente la prueba del fuego que tiene que atravesar y la del torrente. En todos estos trances le ayuda de manera decisiva la flauta mágica.
Pamina, engañada, intenta suicidarse con la daga que le entregó su madre, una vez que se le aopareció, para que matase a Sarastro. Tres cupidos impiden el suicidio y aseguran a Pamina que aún la ama Tamino.
El Sacerdote, al fin, los une para siempre en el Templo, contra la voluntad de la Reina, que intenta impedir el casamiento. Papageno se casa con una mujer de la que se ha enamorado y que casualmente se llama Papagena, y la Reina y su séquito descienden a las profundidades de la tierra. [Transcripción de la sinopsis editada en EcuRed]
A pesar de su irregular resultado final, esta Flauta Mágica de Kenneth Branagh tiene notables hallazgos, gran calidad musical, y una primera parte de teatro en el cine realmente mágica. En todo caso resulta ideal para ver en programa doble con la de Ingmar Bergman, dos maneras igualmente fascinantes de acercarse a través del cine a una ópera que aúna lo fantástico con una filosofía mística de fuerte carga social.