Morante publica justo a tiempo Ahora que es tarde

José Luis Trullo.- Uno de los sueños más o menos inconfesables de todo poeta es poder brindarle al público un itinerario para caminar juntos por los poemas que ha ido escribiendo a lo largo de su vida. Aunque es cierto que, en cuanto se publican, los textos literarios pasan al dominio ajeno y sus autores quedan inermes ante el juicio de ojos extraños, no lo es menos que éstos acarician la posibilidad de recuperar cierto control sobre el mismo, siendo el de la antología personal uno de los más socorridos. Quizás las más célebres sean las sucesivas recopilaciones selectivas que hiciera Juan Ramón de su obra lírica, y las mismas constituyen una suerte de cartografía doble, pues por un lado nos permiten acceder a los poemas predilectos del escritor en un determinado momento, mientras que por otro trazan un esbozo tanto de su autocomprensión personal como de hermenéutica acerca de la tarea poética en general.

José Luis Morante se incluye, con Ahora que es tarde (La Garúa, 2020), en el selecto grupo de creadores que han podido gozar del privilegio de antologarse a sí mismo. Hay quien cree que un escritor no es el mejor juez de sí mismo, del mismo modo que la versión de referencia de La consagración de la primavera no la dirigió Igor Stravinski. Es probable que, en lo que a significación global de un proyecto lírico, así sea; ahora bien, no hay que desdeñar esa otra dimensión a la que apuntaba más arriba, al hablar de Juan Ramón: espigando entre sus poemas aquellos en los que se reconoce especialmente en una fase de su periplo vital, un autor nos está diciendo más cosas de las meramente dichas: además, nos habla de su propia alma, también, de su concepción de la escritura, de su percepción del tiempo… y con estas propuestas sobre la mesa, el lector no sólo puede entrar en fructífero diálogo, sino que además está en condiciones de matizar, enriquecer y quizás refutar algunas conclusiones parciales que pudiera haber extraído de los mismos libros en los cuales el escritor ha abrevado para su selección.

Y, ¿qué encontramos de Morante en Ahora que es tarde? Pues, si se puede decir así, un autorretrato descarnado, pero a la vez quintaesenciado, de tres décadas de singladura poética. Resulta pasmosa la homogeneidad que se percibe en la voz lírica del autor: se diría que, como Palas Atenea, nació armado. Si, en lugar de cronológicamente, las piezas se hubiesen organizado al buen tuntún, la impresión final que extraería el lector sería, mutatis mutandis, la misma: la de encontrarse ante una persona perfectamente identificable, escanciando sus versos de un modo absolutamente idiosincrático. (En este sentido, el prólogo de Antonio Jiménez Millán resulta muy útil y para nada ocioso, como suele ser costumbre en este tipo de pórticos).

Se suceden los poemas morantianos como pequeñas acuarelas emanadas de la vida cotidiana, de la experiencia directa (a veces, velada; otras, más o menos descifrable y, en cuanto tal, compartible: es el caso de los magníficos Resaca y Objetos); no hay lugar en su quehacer para los devaneos librescos, para las banalidades, los escarceos o los burdos experimentos sin salida. La poesía es, para Morante, como para la mayoría de sus lectores, un espacio de esclarecimiento, de aproximación a los sentidos, y con eso no se juega. Comparto con el poeta la visión de la palabra como espacio en cierto modo salvífico: escribir rescata, preserva, ahonda y, lo que no es poca cosa, nos permite transmitir para compartir. Ahí está la dimensión social de la poesía: en la posibilidad que nos da de hermanarnos sin perder nuestra identidad, de reconocernos como miembros de una comunidad de seres únicos… ¡Qué lejos, pues, de esa otra poesía social que alisa las diferencias personales bajo el rodillo ideológico para subsumirlas en un ente fantasmagórico, llámese pueblo, patria o cualquier otro!

Ahora que es tarde, como adelanto en el titular de esta breve nota, es un libro que llega para el autor justo a tiempo: cuando aún conserva perfectamente operativo su músculo poético y puede permitirse contemplarse al espejo y extraer algunas lecciones de lo vivido y lo por vivir… que esperamos que sea mucho y tan valioso como lo ha sido hasta ahora . El hecho de que esta antología incluya un libro inédito, Nadar en seco, nos parece una muestra de vitalidad literaria. “Palpita la vejez / cuando no hay sueños”, admite el poeta; bien, pues ojalá que siga soñando, que nosotros, sus lectores, continuaremos, como siempre, acompañándole en sus ensoñaciones, para conjurar ese “crepúsculo gastado” hasta el mismísimo final.

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