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‘La leyenda del santo bebedor’, de Joseph Roth

RICARDO MARTÍNEZ.

El tema del bebedor (santo o no dentro del paisaje de su soledad ontológica, de su ‘versión’ del amor) ha sido ampliamente tratado en los libros que guardan la mejor literatura. Es una realidad inexcusable en la historia del hombre, razón por la cual un escritor necesariamente ha de hacer, en un momento u otro de su tarea literaria, alusión a esa circunstancia, a esa forma de entender (o no) la vida. 

Por razón de ello quiero señalar aquí expresamente un título de Simenon, traducido como Antonio y Julia, donde el gran autor belga-francés hace un desarrollo narrativo tan profundo en lo moral y tan minucioso en lo descriptivo (dones en los que demostró sobradamente su maestría, a veces a solas, otras a través de las actuaciones de su inspector Maigret) que, por razón de ello, su obra, su inteligencia dramática, merece en cualquier momento ser revisitada. De hecho, tengo para mí que George Simenon es un escritor muy mal (o banalmente) tratado por la crítica; no así por nombres señeros en la materia literaria.

Roth, desde luego, constituye también, a mi entender, una de las voces narrativas europeas más sobresalientes por su visión interior de los personajes, por su vinculación reflexiva respecto de una realidad dura, contraria de algún modo, por cuanto las guerras mundiales llegaron a devastar tantos y tantos paisajes exteriores y, lo que es peor, interiores: los alusivos al hombre con sentido ético. Tal vez ‘un hombre de honor’ como el bueno de Andreas.

Aquí el propio escritor, Roth, pudiera ser el paradigma didáctico, instructivo como lección y prueba de vinculación con su personaje. Él habría de ir siendo minado interiormente por la imaginaria convicción de la bebida, pero antes, en su trayectoria literaria, nos dejó títulos tan ilustrativos de bella prosa como Hotel Savoy, Jefe de estación Fallmerayer o Abril, historia de un amor. El autor, próximo siempre a su personaje, deambula de continuo con él reparando en los detalles del paisaje, le hace compañía en sus decepciones, en su lucha contra alguna forma de incomprensión. También resaltando el valor de la amistad.

En esta leyenda Roth en persona, protagonista in pectore, nos habla siempre de una manera armoniosamente elaborada, de ahí que el discurso nos llegue y nos aluda, como una implícita actitud, como una forma de ser: “El sábado por la mañana despertó con la firme resolución de no separarse ya de la bella muchacha hasta su partida. Sí, hasta germinaba en él la tierna idea de un viaje a Cannes con la joven, y es que, como todos los pobres, tendía a considerar mucho más grandes las pequeñas sumas que tenía en el bolsillo (es algo a lo que tienden especialmente los pobres bebedores)”

“¿In vino veritas?”, digamos “in vino animae”, esto es, la verdad interior, el ser ontológico donde, con seguridad, se delimitan el camino del bien y del mal. De todo hombre, históricamente; de toda soledad. Avalado por un sincero sentimiento de amor.

El Epílogo de Ibon Zubiaur, muy oportuno y constructivo. Un complemento consciente.

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