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Reseña de «Todo cuanto es verdad», de Diego Medina Poveda

Fotografía: Mercedes Poveda

Por Jesús Cárdenas.

Diego Medina Poveda (Málaga, 1985) había publicado cinco poemarios entre 2009 y 2018 (Urbana BabelLas formas familiares, He visto la vida más humanaA pesar del fríoMar de Iroise), antes de recibir el accésit del Premio Adonáis por Todo cuanto es verdad (Ediciones Rialp, 2020). Una trayectoria poética que comienza a asombrar, dada la juventud del autor. Aunque lo verdaderamente asombroso es el contenido de este último libro.

El conocimiento de la tradición literaria mostrado por el malagueño, afincado en Rennes, es reconocible no sólo en las citas, sino, sobre todo, en el espacio entre versos. El título extraído de las Epístolas a Lucilio, de Séneca, un pórtico que invita a la reflexión como las siguientes citas: Fray Luis de León, Celan, Benedetti, y podríamos ver el trazo irónico de Jiménez Millán, la herencia barroca, etc. Su formación literaria fue inculcada ya en casa, como reza en el poema «El viaje», que constituye el descubrimiento de la poesía: «mi padre, sigiloso, me iba dando / las píldoras de angustia necesaria / para enfrentar la vida». A ello cabría añadir una de las declaraciones en las que Medina Poveda afirma sentirse atraído por la lectura de Claudio Rodríguez, legado de una poética del entusiasmo de la vivencia inmediata. A pesar de todas esas fuentes en las que bebe el malagueño, no cabe duda de que Todo cuanto es verdad posee una voz singular sorprendente.

El conjunto de poemas, dividido en dos secciones, mantiene un ritmo constante y una proporción de tono y tema decidida. Los poemas parten de la observación cotidiana para hacernos reflexionar a los lectores de que todo funcionamiento tiene una causa, un porqué. Son sobresalientes los dos primeros poemas de la primera sección.

En el poema inaugural, donde aparece inscrito el título del libro, «todo cuanto es verdad nos pertenece», se comprueba la poética de Medina Poveda: un paisaje experimental trasciende en busca de una condición universal por su efecto reflexivo. Mientras la lavadora está funcionando, los elementos que nos igualan son enumerados, nuestra soledad junto con la fragilidad y la fugacidad: «Somos también nosotros peregrinos». La ropa, metáfora de la emoción vivida fuera, debe ser lavada en casa: «Después volvemos rápido a la casa, / limpia la ropa, a repetir el eco / de un martes a otro martes». Quienquiera que haya estado fuera de su hogar, habrá comprobado esta cotidianidad.

El cambio de hogar, de paisaje, pulsa los resortes de la memoria, aun confesándose como ese pasajero en el que pervive la incertidumbre de si cambia el paisaje o el propio ser: «En todas las mudanzas se nace y resucita, / cuántos recuerdos van a la basura, / nos llevan de la mano a otros momentos». Los cambios siempre dejan un lugar abandonado y la capacidad intacta para ilusionar en otro: «No importa –como digo–, / abunda en paradojas la mudanza».

A continuación, le siguen unos poemas donde el discurso parece perder gravedad. El poeta se ocupa de un Narciso en el gimnasio («Vigorexia»), la utilidad cuestionada tras el montaje de un taburete («STIG»), el temor angustioso por localizar chinches («Plagas»), pero remonta el vuelo y la descripción del descubrimiento de un libro conduce al sujeto por los recovecos de la memoria («El viaje»).

Posteriormente, el discurso, con motivo del viaje, se ensancha entre anécdotas que recrean paisajes y la memoria, donde lo asombroso no es mudarse sino «Huir de uno mismo», en «Charcos», otro de los magníficos poemas que contiene este libro, pero también descubre su identidad en «Diario de a bordo», y manifiesta la conciencia en poemas como «Desahucio», «Reciclaje» o «Metempsicosis», donde el desengaño hacia las personas carga la expresión de un doble sentido hasta rozar el velo satírico cuando se refiere a un préstamo hipotecario: «pero tranquilos, no está muerto, / vive en la deuda que perdura».

Cabe destacar del ámbito prosódico que Medina Poveda demuestra, sobradamente, que el efecto que produce el ajuste de sílabas en los versos, heptasílabos y endecasílabos predominantemente, no sólo afecta a la solidez del ritmo endecasilábico sino que, mediante sugerencias, refuerza la idea sin perder consistencia. En esta entrega lírica la concepción de un verso clásico no está reñido, en absoluto, con la aportación de nuevas palabras (selfies, tetrabrik, web, Prozac, low cost…), o referencias numéricas («140 x 200»), resultando poemas que indagan en los adentros de un modo deslumbrante y atrevido.

Así, no es de extrañar que Todo cuanto es verdad se haya alzado con la mención de accésit del Adonáis y el libro esté en boca de muchos. Se trata de un poemario íntimo con grandes momentos de cambio vividos por el sujeto, donde los versos nos hacen sentirnos cómodos y cercanos, para comprender la esencia que transita entre un lugar a otro, entre el ser que fuimos y el que seremos. La voz de Diego Medina Poveda es introspectiva y refrescante y reflexiva sobre la mudanza y la soledad, llegando a conectar con nuestra geografía sentimental.

 

 

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