Jaime Fernández vuelve al aforismo con Centinelas del sueño
José Luis Trullo.- Tras resultar vencedor del I Premio de aforismos La Isla de Siltolá con su primer libro de aforismos Maniobras de distracción (2018), el cual además resultó acreedor del Premio AdA a la mejor opera prima, Jaime Fernández vuelve al género más breve con Centinelas del sueño, un título en el cual incide en los mismos temas y tonos que en su anterior propuesta. Encontramos en él la misma mirada (irónica, escéptica y desencantada) respecto a la naturaleza humana, teñida aquí y allí de una necesaria compasión, pues todos somos humanos y quien esté libro de pecado, que no tome la pluma ni encienda el ordenador.
Jaime Fernández Martín (1960) es periodista y ensayista literario. En 2009 publicó su primer libro, De claro en claro: Una lectura de El Quijote (Editora Regional de Extremadura). Al año siguiente publicó el estudio literario La ciudad de los extravíos.Visiones venecianas de Shakespeare y Thomas Mann, (Fórcola), en el que analiza El mercader de Venecia y La muerte en Venecia, estableciendo una curiosa comparación entre los personajes principales de ambas obras sobre el telón de fondo de la ciudad de los canales. En su libro Hitler, el artista del mal (Almuzara, 2012), desmenuza la mentalidad del dictador alemán y de la ideología nacionalsocialista a partir de su peculiar concepción del arte. Con motivo del centenario de Por el camino de Swann, en 2013 publicó El almuerzo en la hierba (Hermida Editores), una amplia selección de pensamientos extraídos de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, en traducción de María Teresa Gallego y Amaya García.
En una entrevista, Fernández, que admitía que el aforismo ocupaba en su quehacer literario “un lugar destacado”, ponía de relieve que su virtud es la “capacidad de síntesis, de condensación. Decir algo significativo en pocas palabras”, mientras que el peligro que corre era el de “incurrir en la banalidad, en la tontería pretenciosa, en el verbalismo”. No hay retórica en Centinelas del sueño, sino esmerada tabulación de la cotidianidad, de la cual dimanan los sentidos que podemos extraerle a la existencia humana, incluso cuando éstos apuntan a otra cosa distinta a ella. Es el aforismo de Fernández de corte clásico, y en él reconocemos la impronta de los grandes moralistas franceses (especialmente, de La Rochefoucauld), cuya extrema lucidez les regateaba los múltiples consuelos con que las personas solemos entretener al dolor. Se detecta, quizás, en nuestro aforista una mayor capacidad para disculpar las flaquezas y los vicios, así como una apuesta decidida por el valor existencial de la dimensión onírica para no caer en los brazos de la desesperación.
No encontramos, sin embargo, en Centinelas del sueño pistas de que el autor se adentre por nuevas rutas aforísticas, sino que abunda en las fórmulas ya experimentadas con éxito en su obra anterior; queda el lector, así, un tanto frustrado y con cierto regusto a déjà lu, pues aunque el resultado resulte digno y solvente, a uno no deja de asaltarle la impresión de que el escritor está jugando sobre seguro (en el lenguaje del toreo, se hablaría de faena de aliño). Y qué duda cabe de que, en materia literaria, correr riesgos, siempre que se afronten desde la envergadura intelectual y el bagaje cultural -y ambos son argumentos de los que Fernández anda sobrado-, es garantía de profundización, de crecimiento y, en último término, de excelencia. Desde aquí animamos a Fernández a “abandonar su zona de confort” (esa hórrida expresión que no tiene por qué resultar siempre desafortunada) porque de su pluma esperamos aún muy altas gestas… aunque sean, como corresponde al género en liza, breves, lacónicas y concisas.
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Los enemigos se tienen en casa. Fuera de ella hay enemistades.
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Primero se olvida el pasado y luego se lo desconoce.
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El eufemismo ensucia lo que no estaba negro antes de las tentativas de blanquearlo.