‘Perdido en el paraíso’, de Umberto Pasti

Perdido en el paraíso

Umberto Pasti

Traducción de José Ramón Monreal

Acantilado

Barcelona, 2020

280 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Ser progresista consiste, hoy, en ponerse de parte del planeta, en una guerra que se libra entre una naturaleza empeñada en seguir existiendo y una humanidad, que se muestra como un ente de extrema derecha. La guerra es a destrucción definitiva y la victoria está cayendo del lado de los canallas. Pero todavía queda algún rincón en el que alguien se muestra como lo que todos deberíamos ser, amantes y defensores de Gaia, y este individuo se transforma en un maestro. Este es el caso de Umberto Pasti (Milán, 1957), que haya un refugio en la costa de Marruecos, en un diminuto pueblo, y nos descubre que la belleza todavía es posible; y que no existe ninguna diferencia entre ética y estética. Su proyecto, la creación de un jardín con los elementos básicos del entorno, nos habla de bonhomía, de generosidad, de comprensión y hasta de una forma de piedad que no tiene nada que ver con la limosna. Perdido en el paraíso es un libro hermoso, que se desarrolla lentamente, como lo hace la creación de un jardín.

Nuestro jardinero demuestra una humanidad que tiene que ver con algunas palabras que comparten idéntica raíz: humanismo, humanitarismo. Su tiempo es lento, porque la felicidad que busca no es un azote de euforia. Y su relación con el jardín, con una naturaleza que no termina de estar domesticada, pasa a través de una serie de personas que le acompañan en el viaje. ¿Hemos dicho viaje? El jardín representa, con ternura, todo lo contrario al viaje: la quietud frente al desplazamiento. Sin embargo, ambos comparte alma, pues ambos se arman de contemplación, aunque se trata, eso sí, de una contemplación activa: ni el jardín crece sin cuidados, ni el viaje progresa sin movimiento. Y en ambos, bien llevados, se puede transmitir armonía. Esa es la base del estil de Pasti, la armonía. Y la estructura del libro, lineal, cronológica, no olvida que se enfrenta a un proyecto de construcción, en el sentido más entusiasta del término: uno viaja o es jardinero sintiendo algo semejante a que un dios le posea.

Pasti reproduce, eso sí, el mito del buen salvaje, aunque acertando a la hora de actualizarlo: en Marruecos todavía se haya pureza, sinceridad, humildad, al mismo tiempo que se irá encontrando con la inevitable versión cruel del hombre contra el hombre. Pero en su proyecto resulta perdonable, posible de resolver siempre y cuando se recurra a la sensibilidad y a la inteligencia, si es que se trata de dos cosas diferentes. El viaje, vertical, es hacia lo real y hacia lo exquisito. La lucha, una lucha de bajísima intensidad, es por conservar lo exquisito, que es belleza, sí, pero, repetimos, es también bondad. Si es que belleza y bondad pueden separarse, cosa que se nos antoja imposible y más aún tras la lectura de Perdido en el paraíso.

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