Wallace Stevens en Meteora
Por Antonio Costa Gómez.
Las cigarras chillaban de una forma galáctica. Discutimos por algo en la habitación, pero todo alrededor tenía una fuerza tan cósmica que tuvimos que dejarlo. Al salir, una especie de Mamá Zorba nos dio en una terraza una ensalada griega reforzante. Visitamos el monasterio de la Metamorfosis con su cantidad de dependencias y el de la Santa Trinidad que parecía un tubo de roca en el aire. Adivinamos la locura onírica de los demás. Uno se sentía como impulsado hacia el firmamento, lanzado por la inspiración más telúrica. Aunque solo quedan tres o cuatro monjes en aquellas alturas solitarias Meteora, al norte de Grecia.
Y resulta que allí estuvo también el gran poeta norteamericano Wallace Stevens, uno de los pocos poetas originales de verdad. En el poema “Imagen”, del libro Las auroras de otoño se pregunta cómo puede rebrotar la Europa destrozada por la Segunda Guerra Mundial, y se responde que por la fuerza de imágenes como Meteora. Para Stevens la imaginación es la base de todo, la que crea y ordena el mundo. En un poema dice que la poesía es la suprema ficción, en el sentido de la suprema creatividad e impulso. Europa está deshecha pero con imágenes como Meteora todo puede recomenzar:
El hombre es mediocre
pero en febrero escucha los himnos de la imaginación
y ve sus imágenes, sus movimientos,
la multitud de movimientos
y siente la misericordia de la imaginación.
Pero a mí aún me emociona más aquel poema “Humanidad hecha de palabras”, del libro Transporte al verano, donde insiste en la fuerza y la fragilidad de la imaginación:
La vida consiste
en proposiciones acerca de la vida. El humano
ensueño es una soledad en la cual
componemos esas proposiciones, desgarrados por los sueños,
por los terribles sortilegios de las derrotas
y por el miedo a descubrir qué derrotas y sueños son uno.