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‘Signos de contrabando’, de Antonio Valdecantos

Del desreconocimiento y otras virtudes

 

Signos de contrabando. Informe contra la idea de comunicación.

Antonio Valdecantos Alcaide

Año: 2020

Underwood

Páginas: 242

 

Por Mar Gómez González

Diría que mi amigo Antonio y yo venimos conversando desde hace tiempo, a veces en directo y otras, las más, en diferido. En ocasiones conversamos sin que el otro lo sepa o lo sabe muy a posteriori, tanto que la conversación casi deja de ser conversación para convertirse en informe, como este que tengo en mi escritorio. De aspecto inofensivo y minimalista, cubierto en cartulina gris sobre la que destacan unas letras cortadas con algo de brillo que anuncian la clandestinidad del contenido. El libro tiene además un tamaño inusual que hace que se resista a la estantería y pida leerse. “Signos de contrabando. Informe contra la idea de comunicación” reza el título. Una lo abre. Lo empieza. Aun advertida de que es un brulote que viene a estrellarse contra su embarcación, sigue navegando. Como es natural, se incendia. El calor de las llamas la invita a tomar la palabra para agarrarse al bote salvavidas de una comunicación náufraga. Su editor, Javier López González, lo había advertido en el umbral del texto: “Rehuyendo el pensar franquiciado, la glosa inofensiva de la dominación o la ñoña erudición de una academia entregada al paper, la colección Brulotes se propone escuchar las voces de la Provincia, ese santo zafarrancho contra la siempre metropolitana desfachatez normalizada de la Ideología.” ¿Quién me manda adentrarme en esta lectura?, me pregunto cuando ya doblo la página. Me sumerjo en la prosa mordaz de mi amigo Antonio, que antes que amigo fue profesor y, mal que le pese a mi orgullo, constato que nunca dejará de serlo. Las indómitas palabras me hacen sentir un poco más despierta, obligada a ese ejercicio que hoy en día es propio de pobres diablos y diablas, como yo misma, donde hay que utilizar las neuronas del cerebro y no las recién descubiertas (o al menos, recién descubiertas por mí) neuronas intestinales que nos servirán para otros fines.

            Este libro ofrece algo poco usual en el mundo de la letra impresa, una nueva categoría analítica con la que descifrar la estructura de su embarcación. Se trata de la catagnórisis o desreconocimiento que viene a subvertir la anagnórisis Aristotélica que entusiasma por igual a filósofos y teatreras. La anagnórisis supone salir de la ignorancia para adquirir conocimiento. Edipo no sabía que había asesinado a su padre ni que vivía en incesto con su madre Yocasta hasta que va descubriendo la verdad. Cuando no queda duda de los hechos, se produce la dramática anagnórisis. Lo que puede parecer una forma accidental de saber, “Signos de contrabando” lo convierte en su forma habitual, “secreta e inconfesable”. De la catagnórisis, sin embargo, no deviene conocimiento, sino el desreconocimiento, y “consiste, en sentido estricto, en un desengaño, mostrándose aquí con toda claridad que constituye lo contrario de la agnición. Quien efectúa el reconocimiento de alguien no se desengaña ciertamente de nada (si acaso, puede desilusionarse viendo que el aspecto de la persona reconocida no es el imaginado o ensoñado), pero la catagnórisis perfecta es el desengaño perfecto y el desreconocimiento ordinario lleva siempre consigo un desengaño más o menos punzante. Creía que éste era fulano y resulta que no; es otro cuyo nombre no me dice nada, o alguien que ni siquiera sé cómo se llama y semejante caída de conocimiento derriba el saber que se tenía, sin sustituirlo, de ordinario, por nada que merezca mucho la pena ni que llame la atención.” Recomienda, mi amigo Antonio, incluir este yoga de la vanidad en nuestras rutinas. Dedicar un rato al mes o a la semana, según ande necesitado el ego de cada una, a pensar la cantidad de catagnórisis de las que habremos sido objeto es una cura de humildad.

            Este texto que se autodenomina “informe”, podría haberse llamado “ejercicio catagnórico en torno a la idea de comunicación y sus consecuencias” o si lo prefieren, optando por una fórmula de apariencia más discreta y que abarcara otros textos del autor: “desreconocimientos”. El “desreconocimiento” sería el nuevo género literario que se adentrase en las librerías, conviviendo con la novela, la poesía y el ensayo, dándole una nueva puntilla a Montaigne, quien no sale particularmente bien parado en estas páginas y perdería la exclusiva de filósofo inventor de un género antifilosófico.

            Muchas cosas quedan por decir de la cantidad de entuertos lingüísticos que va desfaciendo el caballero Antonio con su pluma, pero yo me doy por bien servida con decir lo que aquí he dicho. Una reflexión más larga descubriría que demasiadas coincidencias sobre las que se asienta nuestro diálogo se deben al malentendido, y “hay muchos motivos para creer que las cosas que más se aprecian de esta vida se deben precisamente a él”. Mi amigo Antonio, para que no haya lugar a dudas, no es otro que el célebre, Antonio Valdecantos, con quien los lectores y lectoras deberían correr a conversar por muchos malentendidos que sus palabras nos desreconozcan (o, precisamente, por este motivo).

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