Yona Wallach en Tel Aviv
Por Antonio Costa Gómez.
La gente no habla de Tel Aviv, pero tiene tanta personalidad como Nueva York. Está llena de barrios originales, como el silencioso barrio yemenita, el Neve Tzedek de la movida y la cultura, Florentine con sus bares oscuros y su arte callejero, las avenidas Bauhaus con sus casas de magia blanca, las playas tan diversas, el barrio marinero al norte, la zona de la vieja estación de trenes con sus vagones, la calle Bialik con sus bares bohemios y la intensidad del café.
Desde el Hotel Eclectic, un alojamiento solitario y decadente en Neve Tzedek, subíamos por la avenida Rotschild, llena de edificios Bauhaus, con sus elegancias dinámicas, y luego caminábamos por la calle Dizengoff hasta la plaza donde el hotel Cinema homenajeaba al cine con sus curvas blancas y sus galerías movidas. Un poco más arriba, en el cruce con el callejón Yodfat, vivía la poeta Yona Wallach.
En los años sesenta vivió una vida vertiginosa entre desenfrenos sexuales, discursos en los bares, estancias en centros psiquiátricos, hasta que murió a los 41 años de un cáncer de mama. Inventó una especie de contracultura desgarrada en Israel. Asombró con una poesía provocadora, desconcertante, que se saltaba todos los límites. Pero también honda, exploradora, melancólica. En “Luz salvaje” dice
Dentro de una grieta escondida entre las rocas
bebe agua una cierva
¿qué hay entre ella y yo?
sino las rocas de mi corazón.
En “Formas” invita a la liberación por la poesía:
Deja que las palabras hagan el amor en ti,
lo harán a su voluntad,
dando formas nuevas a la palabra.
Seres incompletos se completarán cuando venga un raro mesías y las murallas se conviertan en olas:
en sus miembros la sensibilidad
resucitará
tortuga blanca
la muralla poderosa
se romp
como una cascada.
Entonces el payaso que siempre actúa y el fantasma descarnado reirán juntos con “ una risa que es un temblar claro”.