Una voz te llama
Desde que se inventara el teléfono, muchas son las personas que habrán sucumbido a los efluvios sonoros de una voz desconocida y sin rostro. Enamorarse es una operación química en la que la vista a veces puede ser sustituida por la imaginación de la prosodia.
El impresor Zollinger, un personaje volátil y soñador que aparece en una novela de Pablo d’Ors, acaba enamorado de la cristalina imagen de palabras de una chica con la que mantiene leves conversaciones. Apenas unos cortos diálogos, monosilábicos incluso, tenues y carentes de toda emoción. Pero en la cabeza atolondrada y enamoradiza de Zollinger se transforman en bellas concatenaciones de hondas palabras, bellos símbolos que prefiguran un amor evanescente y sobre todo falso.
El amor es una mentira que le cuenta el cerebro al corazón. Qué es el amor sino sentir que estás enamorado. Zollinger es un ser platónico que vive en su propia caverna de soledad y que habrá de convertirse en un amador de sombras: el amante de una voz. Recordemos a Eco, cuya hermosa voz suscitó la envidia divina, aquella ninfa que fue desdeñada por Narciso.
La voz de Eco sigue repiqueteando en el tiempo. A través de las telefonistas invisibles, a través de
programas informáticos, a través de un sistema operativo. Se llama Siri, Alexa o Cortana. La tecnología tiene sus límites, el amor, no. En la película Her, ambientada en un presente alternativo, no en un futuro lejano o imposible, Theodore comienza una relación de amor vocal con su sistema operativo. Cualquiera se hubiese enamorado porque esa voz en realidad pertenece a Scarlett Johansson. En el film, lo que comienza como una relación entre dos entes distintos, dos seres que viven en mundos opuestos, acaba convirtiéndose en una historia de amor. Theodore vive en el mundo tangible, es un humano, come y bebe y necesita aire para respirar. Ella, Samantha, es un programa informático que se manifiesta a través de una voz. Un producto artificial sin sentimientos pero que ha sido creado para emularlos. Con un carácter intuitivo y una ‘personalidad’ divertida y carismática, es comprensible que Theodore se sienta atraído y poseído por Samantha. Yo también sucumbí a esa sensualidad sintética, cuya ausencia física permite recrear cualquier cuerpo, cualquier rostro, cualquier mujer. Samantha es un ángel sin cuerpo ni boca que nos enseña que nuestra naturaleza efímera y corpórea nos impone una vida limitada a las vicisitudes y servidumbres de la genética, los celos, la lujuria, la física y la materia. El estado ideal es aéreo, o sea, virtual y eterno. La vida virtual al final es lo más parecido al Cielo.
La historia no acaba muy bien, como era de esperar. En otra versión alternativa, Theodore habría de tratar de transgredir los límites que impone la física. Se convertiría en un ser cifrado en códigos binarios, se habría de introducir en una computadora y de este modo habría de inmortalizar su amor con Samantha. Romeo y Julieta no están separados por el odio de sus padres sino por la fibra óptica y los códigos binarios.
Pensemos en Orfeo que bajó al infierno en busca de Eurídice. ¿No irías tú, Theodore o Zollinger, al infierno si una voz te llamase?