Los libros de la isla desierta: ‘El desierto de los tártaros’, de Dino Buzzati
ÓSCAR HERNÁNDEZ-CAMPANO. Tw: @oscarhercam
En algún momento y en algún lugar, un teniente de un ejército de su majestad, Giovanni Drogo, es destinado a la fortaleza Bastiani, punto clave de la frontera norte de ese reino. El joven, sumido en la incertidumbre de aquel primer destino, abandona su casa en la ciudad y, a lomos de su caballo, cabalga hacia el norte, internándose en los desfiladeros de las altas montañas que dibujan la frontera con ese otro Estado, peligroso y acechador, del que es preciso defenderse. La fortaleza, de la que parece que nadie ha oído hablar, se halla en el límite del reino, engarzada entre afiladas cordilleras, y rodeada de muros (cualquiera diría que es una presa que contiene al enemigo).
Al otro lado de la fortaleza empieza la tierra ignota, un desierto, un páramo rocoso y polvoriento que se extiende hasta donde alcanza la vista, un horizonte siempre oculto tras la niebla. Ese es el desierto de los tártaros, el fiero enemigo que Giovanni Drogo, el capitán Ortiz y el resto de militares destinados en la Bastiani temen que, en cualquier momento, aparezca en la llanura y ataque el reino. Ellos son, por tanto, la vanguardia en la defensa de la patria. Ellos han consagrado sus vidas a ese cometido. Sin embargo, el teniente Drogo se encuentra un alcázar viejo, anticuado, repleto de puntos débiles y olvidado por todos. Los oficiales que lo gobiernan llevan incontables años allí destinados, sin que los temibles tártaros hayan aparecido jamás.
Su primera intención es abandonar lo antes posible la fortaleza y solicitar el traslado a la ciudad. Pero es en este punto cuando las circunstancias, las casualidades, el hado o la voluntad inconfesable de cada uno de nosotros entra en juego. Por diferentes motivos, la Bastiani y sus habitantes ejercen un influjo poderoso sobre el espíritu del protagonista que, cada día, semana, mes y año que pasa, encuentra menos voluntad y motivos para regresar a la ciudad. A la ciudad y a la civilización. A un mundo que avanza, que progresa, que evoluciona y que lo hace sin él. Permanecer en la fortaleza, oteando el desierto de los tártaros, significa bajarse del mundo, abandonar la vida que, con cualquier pequeño cambio en el pasado, habría podido tener. Drogo logra, al cabo de unos años en la Bastiani, un permiso de unas semanas. Regresa a la ciudad, a casa de su madre, visita a la muchacha que cortejaba y se entrevista con sus amigos. No obstante, la madre se comporta como si aquel hijo no fuera el que se fue, la muchacha no pronuncia las palabras que lo hubieran convencido para solicitar el definitivo traslado, y los amigos han ido haciendo sus vidas, en las que él es tan solo una agradable memoria de juventud. La fortaleza ha vencido. Drogo regresa. Su vida será la defensa del reino, el estricto cumplimiento del reglamento y la vigilancia del temido páramo por el que, cualquier día, atacarán los tártaros.
El desierto de los tártaros supuso la inmortalidad para Dino Buzzati, pintor, periodista y escritor italiano, autor de novelas y relatos que, sin embargo, no se consideraba un literato. Publicada en 1940, la novela, con gran influencia de Kafka, del surrealismo y de las corrientes existencialistas, supone un grito del hombre que ve cómo la vida se le escapa entre los dedos. Las circunstancias burocráticas, legales, los compromisos sociales, los deberes morales y éticos forman para Drogo, ergo, para Buzzati y para nosotros, una telaraña en la que quedamos atrapados sin remisión. La única vía de escape sería la muerte, pero como en el dilema que enfrenta Sancho Panza cuando ejerce de gobernador de la ínsula Barataria, morir comportaría el incumplimiento de la ley, que en caso de Drogo es el deseo de vivir.
Esta fábula kafkiana, surrealista, existencialista y que denuncia la falta de libertad del hombre, tuvo su adaptación cinematográfica firmada por Valerio Zurlini en 1976, e incluso inspiró al Nobel sudafricano J.M. Coetzee la novela Esperando a los bárbaros. Y, en resumen, es tan extraordinaria que tiene un hueco de honor en mi biblioteca de la isla desierta.
No he leído el libro pero la película me gustó bastante, y tu reseña me acaba de recordar que, cuando vi la película, me dije que la tenía que leer.