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D’A 2020 (X) – Atlantis: El nuevo futuro

Por Fernando Solla.

El D’A Film Festival ha incluido en su sección Transicions de esta última edición una de las propuestas que más le pide al espectador que decide enfrentarse a su visionado. Al mismo tiempo, Atlantis (Valentyn Vasyanovych, 2019) se ha convertido en uno de los títulos más gratificantes que hemos podido ver. ¿Por qué? La irónica elección del título no deja de ser toda una declaración de intenciones, ya que la idea que nos puede venir a la cabeza al leerlo chocará frontalmente con la austeridad que nos espera en pantalla.  Nos encontramos ante el premio Orizzonti a la mejor película en el último Festival de Venecia

Como varias de sus compañeras en esta categoría, Atlantis supone la ópera prima de su autor dentro del contexto del largometraje de ficción tras su exitoso paso por el terreno del documental. Una aportación distópica severa como pocas y totalmente desvinculada del género de la ciencia ficción y que nos presenta como protagonista a un ex-soldado con estrés postraumático que participará en una misión para exhumar a las víctimas de la guerra.

La película está estructurada en planos secuencia. Uno por escena. Una narrativa en bloques tan áspera y dura en lo formal como el cemento armado. Una autoría que firma no «solo» la dirección y el guión sino también el montaje, la fotografía y la producción. Una estética rígida e inflexible salvo en momentos muy precisos. En muchos otros, especialmente en el tramo inicial, tendremos una sensación de desamparo considerable. De no saber exactamente qué es lo que está sucediendo. Como espectador podemos sentirnos intimidados (incluso humillados) por estas decisiones que parecerán excluirnos prácticamente por completo. Sin embargo, nuestra intuición irá despertando imagen tras imagen y conseguiremos sumergirnos de un modo incorpóreo y emocional para salvar la distancia que marca la cámara en muchas ocasiones. De este modo, podremos participar activamente y en conjunto para establecer un discurso compartido, cuyo vínculo principal lo fortalecerá el intercambio.

Vasyanovych lleva hasta las últimas consecuencias su voluntad de choque y convierte su trabajo en una doble encrucijada. A lo ya descrito sumamos la decisión de elegir un reparto en el que todos los intérpretes son protagonistas en función de las experiencias verídicas y en primera persona dentro del conflicto bélico real al que se hace referencia. Distanciamiento en la planificación que lo será también por la dificultad de estas personas para superar (o por lo menos transitar) tanto a través de la situación traumática como sw su estudio. Además, encontramos una citación más que explícita al cine de Dziga Vertov, del que se proyectará una película dentro de la que estamos contemplando. No deja de ser irónico que la representación fílmica del poder dominante recurra  a uno de los autores más experimentales del cine de vanguardia soviético (y agitador del género documental) para anunciar el cierre de una fábrica en beneficio del «progreso» y al más puro estilo «gran hermano». La imposibilidad de volver a la antigua normalidad se muestra de un modo resignado más fatalista que nostálgico. Esta resignación podemos extrapolarla a cualquier coyuntura, global o no. Algo que en el momento actual en el que vivimos inmersos no resulta muy complicado.

Atlantis es eso. Fantásticas composiciones fijas, simétricas y en panorámico. Escasas líneas de diálogo nos pondrán en antecedentes. Un territorio prácticamente inhabitable debido a la contaminación tóxica de varias industrias destruidas y otras secuelas de la guerra, de la inmediatamente anterior y también de sus predecesoras. Una estética fúnebre (todavía más si cabe) en la decrepitud de los interiores donde se intentará evocar una reflejo de la cotidianidad pre-bélica. Alegorías que terminan por convertirse en una sobrecogedora aproximación cinematográfica hacia el concepto de necropolítica. Motivo que también tiene una explicación, que es precisamente la (re)creación del distanciamiento físico y emocional. Nuestro y de los protagonistas consigo mismos. El vínculo que decíamos lo establecemos al mismo tiempo que su recuperación se convierte en algo más tangible que intuitivo. El trabajo de los intérpretes es evidenciar, en paralelo a la planificación, esa fisicalización de las emociones. Enfrentarse a la muerte se ha convertido en rutina, por eso no siempre hay un matiz enfático evidente, algo que no hay que confundir con crueldad o amoralidad, ya que de lo que se trata es de sobreponerse a la languidez existencial.

En este contexto sombrío, destacamos la habilidad de todos los implicados para el giro no tanto argumental sino en el devenir de los personajes, detalle que de algún modo da sentido a nuestro viaje compartido en forma de largometraje. De nuevo, el vínculo. En este caso, el que establecerán Sergiy y Katya a partir de la necesidad. Todo lo explicado anteriormente mutará y habrá una cierta apertura plasmada con una belleza que, manteniéndose fiel al grafismo que caracteriza a esta obra, se valdrá de la aproximación y de la fuerza dramática de los recursos naturales como motor enérgico del instinto de supervivencia que por fin despertará. El filme se convertirá en ese remolcador que pedía el protagonista en un momento muy concreto.

A nivel visual y de tratamiento de la imagen debemos destacar el efecto incandescente e infrarrojo con el que se abre el relato. Gente cavando su propia tumba y/o asesinada por lapidación. Mercenarios de sus propias vidas que en algunos casos se auto-mutilarán saltando a un vacío literalmente en llamas. Como opción, sortear la muerte en terrenos eternamente minados, interiores y exteriores. Todo esto creará una sensación de «temporalidad imperceptible» muy interesante. El plano fijo también implica ver el exterior desde el interior más psicológico, pero nunca en sentido contrario. El uso del contraluz estará muy presente y no será hasta llegar exactamente a la mitad de metraje que la cámara seguirá al protagonista de forma activa, en este caso, para mostrar el esqueleto de un edificio. A partir de la segunda parte, el instrumento óptico modifica levemente su trayectoria (así como su proximidad y ubicación) para que sintamos esta leve y mínima recuperación de la propia identidad, prácticamente a tiempo real y paso a paso. Habrá tiempo para el agradecimiento y la reflexión sobre posible salidas. ¿Nueva vida en Europa o permanecer? En el tramo final, cada acercamiento en la planificación asemejarán la imagen con ese remolque del que hablábamos. Nunca se invadirá en exceso el «espacio» y asistiremos al primer fundido a negro, que se ocultará tras una cortina de agua. Los miedos que se enfrentan pero que siempre seguirán cerca y nos atribuirán la condición de puto de mira persistirán, de nuevo mediante el uso infrarrojos.

«O te aceptas como eres o desapareces» será la única y concluyente afirmación categórica en esta «desescalada del bloqueo» con título embaucador que nos ofrece nuestro autor. En última instancia, leemos en Atlantis una desesperada alegoría de la propia identidad aborigen de Ucrania desmarcándose de la de Rusia. La necesidad de evidenciarla a partir de los efectos devastadores de la guerra entre ambas tan solo un año después. Un futuro próximo que nos sitúa en 2025. Una renuncia a la sumisión hacia la autoridad teórica del ganador que mapea el contexto (también anímico) en el que se ve la primera nación dentro de lo que conocemos como Europa occidental. Hay una sedimentación política en colisión con todas las demás, como si nos encontráramos ante una especie de comentario de texto en imágenes sobre la experiencia nacional de no ser escuchado. Vasyanovych nos entrega una de las películas más insólitas y perturbadoras de la edición y, de nuevo, de las más gratificantes. 



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