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Feliz recuerdo de «Ilusiones» con Marta Etura, Verónica Ronda, Daniel Grao y Alejandro Jato

Un autor ruso contemporáneo, Ivan Viripaev, en manos del director Miguel del Arco nos retrotrae a un mundo de alcance literario y teatral donde caracteres mágicos, de extraña sensibilidad, enlazan «naturalmente» con cruce de historias realistas de amor y desencuentros. Cuatro personajes atrapan al espectador en una sucesión de secuencias a cual más interesante. El cuarteto de intérpretes, por primera vez reunidos en un escenario, encuentra en las líneas maestras de la puesta en escena un lugar de ensueño para sus muchos —y muy felices— recursos actorales.

Trascripción de la entusiasta crítica publicada en estas páginas el 20 de febrero de 2019

«Ilusiones»: un tiovivo de emociones con formidables intérpretes

Por Horacio Otheguy Riveira

En el programa de mano hay dos citas literarias muy obvias a la vez que reconfortantes porque vienen del Pirandello de Los seis personajes en busca de autor, y del Calderón de La vida es sueño. Y luego una tercera, cita parcial de la letra que Los Chichos hicieron muy popular: «Todo es una mentira, todo se lo lleva el aire. Hay veces que me pregunto. Pero no sé contestarme. Porque todo lo que piensas tú… Son ilusiones».

Sin embargo, tras la aparente sencillez de estas citas, encontramos la plasmación de un juego de muñecas rusas donde una ilusión esconde otra y otra más, y a través de ese vaivén se expande un teatro muy vitalista que avanza por los límites de la vida y la muerte como un funambulista travestido en dos hombres y dos mujeres que no pueden dejar de intentar comprenderse, al mismo tiempo que le hablan al público para no desaparecer del todo. En todo caso, el poder de las palabras como salvoconducto a un lugar donde las ilusiones puedan ser ellas mismas… o preferentemente otras.

Marta Etura, Alejandro Jato, Verónica Ronda, Daniel Grao.

Estas Ilusiones contemporáneas de Ivan Viripaev, un autor ruso nacido en Irkoutsk, Siberia, en 1974, tienen mucho de las oscuras estratagemas de su lejano paisano Ivan Turgueniev (Oriol, imperio ruso de 1818-Bougival, Francia, 1883), el único de los legendarios genios eslavos empeñado en apartar los conflictos sociales y ahondar en las puras emociones, los sentimientos de Padres e hijos, o de amores quebrados en Un día en el campo, más allá de las frustraciones de un Primer amor.

Con una técnica teatral ágil, nada discursiva, adscrita a las corrientes de hoy, Viripaev abunda como aquél en la indagación y exposición de palpitantes sensaciones de fracaso sentimental, una poética rusa que alimentaron todos los grandes (Dostoievski y Tolstoi), al margen de los más potentes dramaturgos posteriores como Chejov o Gorki. No obstante, se reconoce algo de todos ellos en el devenir de las historias que se cruzan y en la disposición sobrenatural de los cuatro actores encerrados en un escenario teatral desvencijado, con butacas rotas, escenografías deterioradas, herrumbres en los rincones, puerta metálica que creemos definitivamente cerrada. Allí están, condenados a narrar las vidas de los otros con la secreta ilusión de contar las suyas propias en un encuentro diario con el público.

Es una ilusión que compromete mucho a los espectadores porque los cuatro intérpretes permanecen serios en el saludo final, después de haber bromeado, bailado, cantado, llorado, cada uno a su manera, pero como esclavos de una responsabilidad en un arte teatral cimentado en la espera de los otros, los espectadores, en su mirada luminosa, en sus oídos prestos a dejarse cautivar por cuatro muertos cuya vida tiene suficiente intensidad como para desear quedarnos con ellos, no marchar, dejar que todo vuelva a empezar porque quizás cambie en algo o en todo, o en cualquier caso nos conformaríamos con escucharlo todo de nuevo: tan bellas son sus voces, tan interesantes sus historias, tan intensos sus cuerpos cuando se dislocan y rompen la monotonía del relato, de su propia muerte… o acaso no, acaso nadie haya muerto más que en el frenesí de suma de ilusiones.

A la muy atractiva puesta en escena de Miguel del Arco no le es ajena la Rusia literaria, clásica. Muy vivo está el recuerdo de dos funciones muy distintas, pero igualmente magníficas: Veraneantes, versión de la obra homónima de Maxim Gorki, y El inspector, sobre la sátira de Nikolai Gogol. En estas Ilusiones se trabaja mucho la atmósfera misteriosa, se enriquecen las intrigas de un texto peculiar, y se facilita el juego metateatral de los intérpretes: una armonía muy bien articulada por la música original de  Arnau Vilà, así como de otros apuntes musicales significativos, tales como una pizca de Sound of Music en la voz de Verónica Ronda o una explosión de Bossa Nova cuando parece llegar el derecho de todos a la euforia de la libertad.

Y al pensar en esa persona que eras hace diez años y que ya no serás jamás… ¿No sientes que todo se derrumba a tus pies, al suelo, la tierra misma, al pensar que tú, tal como ahora te percibes, toda tu realidad de hoy en día está destinada a parecerte mañana una mera ilusión? Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de autor (1921)

 

Nos reciben serios, observándonos, y sin más remedio los espectadores también les miramos mientras ocupamos las butacas animados por el  machacón tachín-tachín de una banda de pueblo. Pero en cuanto nos sonríen, ya faltan cinco minutos, luego tres, y cuanto digan y hagan luego nos transportará hasta un final que se niega a ser definitivo.
Estos cuatro cuentan la historia de dos parejas a lo largo del tiempo. ¿Acaso son ellos mismos condenados a una narración infinita? Las ilusiones tropiezan entre sí y los cuatro intérpretes cautivan, enamoran, no nos importaría quedarnos en sesión continua para que todo vuelva a empezar con la ilusión de que sea diferente…
Entran y salen de sus personajes, se lamentan en falso, sufren de verdad, cuentan y viven, interpretan o son; de izquierda a derecha: el de camisa blanca, Alejandro Jato, el benjamín que le echa mucha soltura y coraje; detrás, Daniel Grao, forjado su talento en muy variados personajes; a su lado la ternura inquebrantable de Marta Etura, y luego la energía insondable de Verónica Ronda que hasta tiene algunos minutos de gloria cantando con hermosa voz.

Texto Ivan Viripaev
Dirección Miguel del Arco
Traducción Helena Sánchez Kriukova
Intérpretes Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda
Dirección de producción Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción ejecutiva Pablo Ramos Escola
Jefe de producción Alex Foulkes
Escenografía Eduardo Moreno
Vestuario Sandra Espinosa
Iluminación Juanjo Llorens
Coreografía Manuela Barrero
Diseño de sonido Sandra Vicente (Studio 340)
Música Arnau Vilà
Vídeo Natalia Moreno
Fotografía Vanessa Rábade
Diseño gráfico Patricia Portela
Comunicación Pablo Giraldo
Estudiantes en prácticas Sergio Garayalde, Daniel Ibáñez y Daniel Visiedo
Ayudante de dirección Gabriel Fuentes
Agradecimientos María Delgado, José Gabriel López Antuñano, Juan Ardura, Daniel Bianco, José Luis Martínez, Cultural Transport, Dsquared2, Armand Basi, Leie, Liu-jo, Maison Margiela, Maliparmi, Antony Morato, The Lab Studio Make Up
Una producción de Kamikaze Producciones para El Pavón Teatro Kamikaze

EL PAVÓN TEATRO KAMIKAZE. Del 13 de febrero al 3 de marzo 2019.

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