D’A 2020 (VII) – Saturday Fiction: La puesta en escena perfecta
Por Fernando Solla.
El D’A Film Festival ha incluido dentro de la sección Direccions uno de los títulos más estilizados de toda la edición. Saturday Fiction (2019) nos devuelve al Lou Ye más apasionado y entregado. Un largometraje inmersivo que funde thriller y drama histórico-romántico con una hermosa carta de amor hacia el teatro y el cine. Liderando, una Gong Li más Mata-Hari que nunca. Pletórica. La actriz nos arrastra con ella de principio a fin y despierta una fascinación difícilmente explicable y arrebatada. Un flechazo.
Entusiasmo. Es lo que nos transmite el cineasta en cada plano. Preservando algunas de las características definitorias de la sexta generación del cine chino, de la que se mantiene como uno de sus máximos representantes, el efecto hipnótico es considerable. Resulta muy emocionante esta fidelidad y persistencia. De algún modo, Lou se compromete a explicar hoy la historia de un momento concreto pasado, saltándose la prohibición formal y argumental de entonces, por lo menos en su nación. Se salda una deuda histórica moral, ni que sea simbólicamente. Lo que se cuenta y cómo se cuenta convierten en característica esa pátina de clandestinidad tan definitoria del estilo cinematográfico.
La fotografía de Zeng Jian le da un giro (hermoso y expresivo) al uso de las tomas largas en combinación con la cámara en mano hasta conseguir un efecto cercano al documental que funciona muy bien con el Neo-noir imperante. Lo que en los cuarenta no podía ser (ni por los elementos que utilizaba el género de entonces ni por la censura que se alargó en China hasta la última década del siglo pasado), aquí es. Un blanco y negro maravilloso nos sitúa en el aislamiento anímico necesario para poder comprender de manera individualista las motivaciones de cada personaje, promoviendo un frágil equilibrio entre el romanticismo de lo que sucede en pantalla, la «verdadera aventura» y el realismo del planteamiento espacio-temporal. Nos encontraremos en todo momento ante una cámara dinámica y totalmente configuradora de nuestras posibilidades de percepción y recepción. Una nebulosa constante que une interiores y exteriores hasta llegar a un punto vertiginoso en que no sabremos si nos encontramos viendo una película dentro de una película, una obra de teatro dentro de otra pieza (escénica o fílmica) o si todo forma parte de la conspiración entre concesiones, en este caso francesa e inglesa. Como los protagonistas debemos descifrar quién es el doppelganger de quién o incluso el porqué de las propias imágenes. Para ello, seguiremos una suerte de código naval aplicado que unirá nuestra capacidad y habilidad con la suya. Del buen entendimiento entro todos, dependerá el estallido de la ofensiva militar a Pearl Harbor. O eso creeremos.
Precisamente, el guión de Ma Yingli (que adapta las novelas de Muerte en Shanghái de Hong Ying y Shanghái de Yokomitsu Riichi) propicia un giro más que interesante sobre esta idea. La del doble que camina «al lado de», a partir de los personajes de la actriz y su máxima admiradora, por ejemplo. Qué estamos dispuestos a asumir por conseguir interpretar y emular la carrera de nuestro ídolo cuando no tenemos muy claro qué sucede en/fuera de escena o ante/tras la cámara. Incluso el montaje estructurará y secuenciará las escenas como si de un diario de rodaje se tratara, rotulación incluida. Junto al trabajo de Zeng (atónitos seguimos ante sus inimaginables movimientos de cámara circulares), un laberinto audiovisual excesivo, exagerado (incluso asfixiante) y de todas todas excitante hasta la conmoción. Mención para el tratamiento del sonido, que combina el off con audios, grabaciones y unos efectos sonoros secos y de impacto rápido. ¿Cuántas veces los protagonistas se preguntarán dentro del mismo filme «qué pasa con el sonido»? Filigrana pura.
Juntos consiguen un evocador y acérrimo thriller de espías que se va transformando a sí mismo mediante un juego de espejos fílmico hasta llegar a un tramo final asombroso y exquisito. Imposible no pensar en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) aunque la aproximación es mucho más osada y estimulante (tanto en pretensiones como en resultado) que, por ejemplo, El buen alemán (Steven Soderbergh, 2006). Amantes, espías, traición y desesperación con algún toque de Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950) y otros muchos de Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959). Esto lo vemos en el pulso muy bien llevado entre la protagonista y el personaje de Bai Yunshang (Huang Xiangli) o en su relación con su amante y el director teatral, por citar solo los casos más relevantes. Todo en una olla exprés y a contrarreloj. Densidad bien entendida y mucho más cercana a las acepciones de consistencia y solidez que no a la de mazacote. En cualquier caso, admirable la descripción cinematográfica de la época de guerra en la ciudad que describe. Un mundo ficticio (que no asimilaremos como tal) en el que ningún personaje es realmente quien dice ser y en el que en algún momento podemos (y debemos) confundirnos. En eso consisten el misterio y la diversión, y nos mantendrán mirando e intentando adivinar qué sucede realmente hasta que llegue el último tramo y, por supuesto, el desenlace.
Entre todos, reinventan un lugar y un momento que se convierten prácticamente en algo mental y donde solo los más valientes y afortunados sobrevivirán. En algún momento, la sensación episódica parece contradecir el montaje, pero esto resulta prácticamente imperceptible. No se trata tanto de engañarnos como de acompañarnos en la intriga e ir dosificando las pistas para llegar a su resolución. A la vez, se desarrolla un pulso entre lo dramático y lo histórico en el que de nuevo sobresale Gong, fascinante en todo momento. Un despliegue de sutileza en el que cada expresión facial transmite todo lo que necesitamos saber, marcando el ritmo, la intensidad y, por supuesto, nuestra capacidad resolutiva.
Finalmente, hay que destacar la introducción que tanto Lou como Ma inducen de otros asuntos que podrían parecernos impensables para determinar el devenir de un conflicto bélico o para incluirse en una película de semejantes características. La cultura como bien de intercambio, la idealización enfermiza de o hacia un artista, la finura para yuxtaponer imágenes y connotaciones entre las escenas pseudo-eróticas y románticas y las más violentas… Esas reflexiones sobre el amor y el deseo que (combinadas con el momento histórico y las formas de expresión que copan tanto protagonismo en la película que nos ocupa) nos harán aceptar como única e inquebrantable la premisa expuesta en un momento muy concreto del filme que reza «lo que amamos es el deseo, no lo deseado». El deseo aquí tiene título de película y nombre de mujer, y no son otros que Saturday Fiction y Gong Li.