‘Otra vida por vivir’, de Theodor Kallifatides
RICARDO MARTÍNEZ.
La memoria personal siempre ha tenido un gran predicamento en el mundo de la literatura. Y, por ello-o derivado de ello- en el mundo del lector.
El lector que, al fin y a la postre, justifica toda expresión literaria; es el protagonista silencioso, el interlocutor necesario que, con su inteligencia y voluntad, prolonga la veracidad o no, la permanencia, la sustancia río en que se acomoda y corre todo texto literario para conformar, al fin, una memoria humana que da sustancia al ser.
Este libro, en ese sentido, tiene mucho de testimonio, de memoria personal: un griego de latitudes cálidas y personalidad apasionada transterrado a las latitudes frías y un carácter más silencioso y previsor: “Lo recordaba de mis primeros años en Suecia. Caminaba por las calles desiertas muy pegado a las paredes de las casas (…) Poco después llegaron unos ochenta refugiados de Siria. Los habitantes de Färösund, por lo menos una buena mayoría, reaccionaron positivamente. El mundo estaba cambiando. Todo estaba cambiando”
Como tal memoria, como tal expresión de soledad, los contratiempos o las decepciones se interiorizan –más cuando uno está lejos de su escenario natural, de su paisaje- y así lo expresa Kallifatidis de una manera muy sentimental y alusiva. “¿Qué me estaba ocurriendo? ¿De qué dios había despertado la ira?” (Aquí alude el autor a los dioses como el que alude a su casa, a su ser mismo) Y continúa con su melancólica letanía, a solas: “Una tarde, a finales de agosto, cuando las aves habían comenzado su migración, vi una de ellas completamente sola. Había perdido a su bandada. Con todo, seguía su viaje en el cielo solitario. Llevaba la dirección en su interior. ¿Tendría yo alguna dirección en mi interior?”
Sí, le contestaría el sensible y fronterizo escritor Claudio Magris, que tanto sabe del valor de los márgenes físicos en la vida del hombre. Sí, y tú, más o menos conscientemente, lo sabes. Todo hombre tiene una dirección dentro de sí: la de su propio paisaje.
Ahí se regresa siempre, aunque sea a solas, completamente solo, como el ave migratoria.