D’A 2020 (V) – Nocturnal: La gente, ¿quién?

Por Fernando Solla.

El D’A Film Festival nos acerca en su sección Talents el primer largometraje de ficción de Nathalie Biancheri. Con Nocturnal (2019) nos encontramos ante una película que convierte la veracidad en emoción sin argucias a pretextos falsos y manteniendo la historia siempre cerca de las posibilidades de sus protagonistas. Una narración más o menos clásica que crea un clima opresivo y tenso, incluso doloroso en algunos momentos.

Atmosférica. Si tuviéramos que definir la película en una palabra, esta sería sin duda la elegida. ¿Qué puede llevar a un hombre de treinta y tres años a obsesionarse con una adolescente y cómo puede evolucionar una relación secreta de amistad entre ambos? Sería importante abandonar prejuicios individuales y posicionamientos particulares ante temáticas. Estamos ante una obra cinematográfica y de lo que se trata es de ver qué aporta el enfoque de personajes y situaciones y cómo están desarrollados a través del lenguaje cinematográfico y de la historia ficticia que avanza junto a la narración. Las dinámicas sociales a veces nos hacen poner muchos barrotes que lo único que consiguen es coartar nuestra propia libertad de relacionarnos con el mundo de la ficción. Es decir, autocensura.

¿Por qué? ¿Quién nos va a juzgar en la oscuridad de la sala cinematográfica? ¿No es precisamente ese el espacio idóneo para abandonar miedos y implicarse en cualquier tipo de debate? Otra reflexión tiene cabida llegados a este punto. ¿Por qué toleramos en el género de la comedia más o menos gamberra o “intrascendente” prácticamente cualquier argumento, tesis, trama o personaje y cuando nos encontramos ante el drama, incluso el social, sacamos las garras de la rectitud y la pose de la integridad sin tener en cuenta que cuando filmamos algo, ese “algo” no es nada (cinematográficamente hablando) sin su cómo y su porqué? No es menos cierto que, en ambos casos y en contrapartida, se requiere integridad y consciencia por parte de los emisores.

Biancheri posee esas cualidades, como directora y co-guionista junto a Olivia Waring (a partir de una historia original de la segunda). Tanto ellas como un rutilante Cosmo Jarvis y una Lauren Coe homóloga en inspiración. El intérprete realiza un trabajo excelente y muy generoso que se convierte en lo más valioso de un largometraje muy estimable. Caracterizado como una fuerza de la masculinidad “tradicional”, el actor se enfrenta a los primeros planos extremos y a la cámara en mano que parece seguirse mientras se mueve con cierta “bestialidad”. El reto para el personaje es conseguir verbalizar cualquiera de sus intenciones y para el intérprete superar la condición de figura amenazante habitual. Progresivamente, su presencia propiciará los momentos más conmovedores y Jarvis nos ayudará a comprender lo que sostiene la relación entre ambos. Su rompimiento es tremendo y más aún la asimilación y culminación hasta llegar al desenlace. En el caso de Coe, la actriz realiza su propio camino a dos marchas, la más instintiva y la condicionada por el giro argumental determinante. En su caso, a través de los entrenamientos de atletismo escolar, correrá hacia nosotros o hacia el lugar que corresponda siempre hacia la cámara, fija en un punto, hasta asfixiar el plano. Hay un barrera a superar, quizá el destino, y esa será su finalidad durante el recorrido que se traza en la película.

La fotografía de Michal Dymek nos aprieta con algunos planos asfixiados y cerradísimos como los que hemos comentado, tanto frontales como horizontales, hasta convertirlos en panorámicas del agobio y la opresión, que prácticamente fuerzan nuestra inmersión en la historia. A la vez, con su apertura progresiva, argumento y conocimiento avanzarán hasta ofrecernos una visión más imparcial y completa de la situación y, sobretodo, de Pete y Laurie. No tanto de los personajes secundarios, pero esto aquí no es demasiado relevante, ya que ellos sí que jugarán el papel más o menos prototípico en el relato para que todo avance con verosimilitud y rigor. El montaje de Andonis Trattos entiende muy bien la visón de Dymek y, por supuesto, las necesidades del guión del filme.  El sonido también juega un papel importante en cuanto a perspectiva y planificación. Escenas como la de la “cita” en la discoteca en contraposición a otras en apariencia más ambientales o para aportar contexto sobre la localización así lo demuestran. Pete no verá a Laurie porque tampoco la oirá. Tres salas en una discoteca para evidenciar también el salto generacional y estilos de música distintos. La sala techno será la más silenciosa porque sus usuarios utilizarán auriculares para escuchar la música. Una alegoría brillante de la sensación/búsqueda de aislamiento que se puede llegar a sentir en un espacio público o cuando se está rodeado de gente en un estado alterado (anímico o inducido). Esta escena es tanto o más clave que las dos que vendrán para entender la búsqueda de Pete. Su incapacidad para verbalizar pero también su insistencia, perseverancia y necesidad.

También a destacar, la carga alegórica que se confiere a colores y a algunos animales en comparación a la pareja protagonista como las gaviotas argénteas (las que se sostienen sobre una sola pata). Aves de mar con una fortaleza y percepción lateral que mucha gente confunde con una discapacidad o incapacidad afectiva o de relación con el mundo, lo mismo que sucede con Pete y Laurie. En la escala cromática, el trabajo de Dymek juega con las luces rojas, verdes y azules (además del neon en la discoteca) en función de la temperatura o aspiraciones de las relaciones entre los personajes y su fisicidad. En cuanto a la profesión del protagonista de pintor o “handyman”, veremos cómo las tonalidades de las paredes van del rojo o el azul más frío en exteriores (puertas o zonas que no están permitidas cruzar en un principio) a tonos pastel o más cálidos en interiores (paredes que pinta para sus clientes en color lavanda para recordar la infancia más feliz, incluso llegando a dibujar estrellas en el techo). También, llama la atención el uso recurrente de vallas y barrotes (el gran símbolo y traba para los personajes y su cárcel interior). ¿Quién está dentro y quién está fuera? Con una sola imagen (y, de nuevo, la espectacular labor de los protagonistas) esto también se resolverá.

Finalmente, hay que destacar la habilidad de directora e intérpretes para inducir y reconducir el impacto del plot twist, algo de lo que depende en gran medida el resultado final del largometraje. La honestidad que demuestra la autora hacia sus personajes y el respeto por el espectador son resultado de una aplicación sobresaliente de la experiencia previa adquirida en el terreno del documental. Podría parecer fácil perder el foco, más cuando objetivo dramático no se modifica en igual medida para ambos protagonistas ni se recurre al giro justo al final del filme. Esto marca la diferencia. Biancheri no busca inferirnos un knockout gratuito y supera ese afán absurdo y embustero de algunos cineastas (y dramaturgos) de cambiar todo lo explicado hasta un punto culminante sin sentido de la lógica interna del relato o del decoro hacia el público. La autora confía en su historia y en sus personajes y nos reta a todos por igual, dándonos el aire que en un principio se nos había negado en forma de apertura en los planos fotográficos y sonoros y compartiendo un espacio físico y mental delimitado hasta entones por la simbología que le podamos aplicar a esas verjas/barrotes tan presentes en el skyline del pueblo costero donde se localiza la acción.

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