«Oscura Monótona Sangre»: tragedia con prostituta menor
Horacio Otheguy Riveira.
Hipnótica novela negra protagonizada por el affaire entre un empresario y una prostituta menor de edad en un Buenos Aires nunca visto en el cine y rara vez en su copiosa literatura. Clímax incomparable que recibió, el V Premio Tusquets de Novela. Aniversario que vuelve a traer a un primer plano la gran calidad de un texto cuya fluidez es tan rica en vericuetos y matices que recorre muchos ángulos por los que el lector puede y quiere perderse.
Un empresario de éxito en situación económica un tanto comprometida, pierde estribos que en realidad sólo ha mantenido para aparentar. Necesita un cambio y lo encuentra aventurándose por barrios miserables muy conocidos por sus peligrosos jóvenes dispuestos a todo. A una de las Villas Miseria (en Buenos Aires, algo así como las favelas brasileras) se llega continuando una larga calle que viene del centro, de buenos barrios de clase media. Sus amigos saben que no hay que seguir más allá, pero él escucha en un restaurante a unos camioneros asegurar que por esas sendas prohibidas “hay unas pibas que se alquilan barato y te lo hacen todo”. Es tanto el entusiasmo de los desconocidos que el caballero que les escucha —que nunca pagó por similar servicio— no puede resistirse, y allá va hacia la previsible perdición de un hombre corriente, dispuesto a convertirse en temerario.
El talento del escritor hace que le acompañemos en el viaje en un vértigo constante. De sorpresa en sorpresa podemos llegar a comprender la fascinación ante una criatura de una sexualidad portentosa a la que le paga tres y cuatro veces más que su tarifa habitual y de la que se enamora y a la que jamás piensa explotar, pero ella tiene pocos años (“tengo 13, 14, 15, la edad que vos quieras, ¿te gusta 14? Pues 14”), una chica siempre sorprendente que se sabe fuera de lugar: está incómoda en un restaurante donde la invita como a una señorita, quiere escapar de ahí, de un lugar que no le corresponde, como tampoco le correspondería a su maduro amante deambular por su barrio y encadenarse a un homicidio inesperado.
Nunca sabré nada de mi vida,
oscura monótona sangre.
No sabré a quién amaba, a quién amo,
ahora que apretado, reducido a mis miembros,
en el dañado viento de marzo
enumero los males de los días descifrados.
Ya vuela la flor magra
de las ramas. Y yo espero
la paciencia de su vuelo irrevocable.
Con esta cita de Salvatore Quasimodo (1901-1968; Premio Nobel de Literatura 1959), tomada de su poema Ya vuela la flor magra, comienza Oscura monótona sangre, de Sergio Olguín, y es en ese tono melancólico imposible por donde transita Julio Andrada, el protagonista que abusa de su condición social, arrogante y clasista, que se transforma en un mero apasionado al disfrutar sexualmente como nunca imaginó junto a la jovencísima Daiana, ya que es tanta la sexualidad desbordante que desconocía de sí mismo, que se aferra a una pasión que quiere encarrilar por una existencia lo más normal posible… hasta darse de bruces donde menos se lo espera.
«[…] Como un chico, Diana se subió arriba de unos tubos e intentó hacer equilibrio. Pasaba sus manos por las maquinarias como no lo había hecho con el cuero de los sillones, o la madera noble de los escritorios. La pregunta que le hizo le sorprendió:
—¿Alguna vez trajiste a otra chica acá?
—No.
—O sea que nunca hiciste el amor arriba de esa grúa —dijo señalando un pequeño brazo que usaban para mover los materiales pesados. Sin esperar respuesta, fue y se sentó en la cabina.
—Vení conmigo —abrió las piernas y lo esperó.
—No entramos los dos. Yo no puedo entrar ni solo.
—Vení igual.
Andrada se acercó y le acarició las piernas, que quedaban a la altura de sus hombros. Ella le tomó la cabeza y la apretó contra su cuerpo. Había algo de maternal en ese gesto de ella, de empujarlo hacia su sexo, como una búsqueda de protegerlo más que de excitarlo o excitarse. Andrada volvió a oler el cuerpo de Daiana, lo reconoció como un territorio querido: tranquilizador y provocativo a la vez. Corrió el borde de la ropa interior, lo único, además de la remera, que ella llevaba puesto, y continuó con su boca lo que había comenzado con las manos hasta que ella acabó o fingió hacerlo. Sus gritos inundaron el taller. Un ruido virgen en la fábrica […]».
Por el afán de poseer a quien acaba considerando su bien más preciado, se sumerge en territorio desconocido, no sabe gestionar la violencia imperante entre ladronzuelos dispuestos a todo, comete un crimen, se introduce en una espiral de sangre que cree poder controlar.
… Era un hombre previsor. Había tomado los recaudos que le permitían sobrevivir. No era la primera vez en la vida. Y debía seguir haciéndolo. Se levantó con una idea, con una decisión tomada. Fue a la planta baja y buscó a Atilio, que barría la vereda. El portero lo saludó.
— Atilio, necesito un favor.
— Lo que mande, don Julio.
— Necesito una pistola.
Si lo había sorprendido, Atilio No hizo ningún gesto que lo delatara.
— ¿Alguna en especial?
— Cualquiera.
— ¿Es para usted? ¿Sabe usarla?
— Aprendí cuando era soldado en Bahía Blanca.
— ¿La necesita urgente?
— Ya.
— Los papeles tardan si quiere una legal.
— Primero el arma, después los papeles, para mí está bien.
Atilio parecía estar procesando la información que Andrada le daba.
— Mire, hagamos una cosa. Espéreme en su apartamento, yo subo en diez minutos. Tengo algo que le puede servir.
Unos minutos más tarde, Atilio tocaba el timbre por la puerta de servicio. La chica de la limpieza lo hizo pasar y lo llevó hasta el estudio de Andrada, que lo estaba esperando. Atilio traía algo envuelto en una tela aterciopelada de color violeta. Lo apoyó sobre el escritorio y cuando estuvieron solos lo abrió. Quedó visible una pistola negra de tamaño mediano. No se parecía a ninguna de las que había visto en el ejército. Tampoco a las que había usado las veces que iba de caza con otros empresarios: en esas ocasiones había intentado disparar a unos ciervos y a unos patos, sin acertar a ninguno. La experiencia no le había gustado, no se sentía cómodo. Prefería la pesca, el anzuelo que engaña y mata.
— Es una Ballester Molina, calibre 11,25. Traspasa todo, rompe lo que sea. Es como tener un cañón de mano…
Huelen a sexo desde los 10 años. La miseria económica y moral se nutre de un machismo lacerante protagonizado por adultos de ambos sexos, en medio de todo las niñas aprenden que son un bocado muy solicitado por hombres maduros de toda condición.
Ya en 2010, la psicoanalista y coordinadora del programa Víctimas contra la explotación sexual y violencia aseguró que Buenos Aires era la “capital nacional de la prostitución infantil”. Aseguró que la red es muy grande, a tal punto que cuando los barcos de cruceros traen gran número de turistas de todo el mundo, en Buenos Aires se ven movimientos sospechosos de niños y adultos; ya que cuando bajan los turistas hay gente que les acercan papelitos ofreciendo sexo con menores”.
Oscura monótona sangre no abunda en detalles de organizaciones, sino en detalles cotidianos de las calles por donde hombres trabajadores de diversos niveles económicos hacen correr la voz de que basta pasar con su buen automóvil en cuanto se hace de noche por determinados lugares, y ellas se van acercando, ofreciendo un sexo rápido en el coche. Algunos, como Andrada, pagan hasta cuatro veces más por el servicio y cometen el error de enamorarse perdidamente, creando en su vida una película imposible que se esmera en llevarla a una realidad intocable, sumido en una fantasía alucinante.
«Lo interesante es encontrar la voz propia como narrador»
Sergio Olguín nació en Buenos Aires en 1967. En 1998 publicó el libro de cuentos Las griegas y en 2002 su primera novela, Lanús, donde adolescentes y jóvenes viven amores y traiciones en un contexto de barrio pobre con su pasión por el fútbol y su atracción por delitos como forma de vida. Tensión garantizada dentro de una intriga propia de novela negra, género en el que destacará con notable éxito internacional.
Luego aparecieron las novelas Filo (2003), El equipo de los sueños (2004) y Springfield (2007). Ganó el Premio Tusquets con Oscura monótona sangre (2009). Su libro infantil Cómo cocinar un plato volador (2011) fue galardonado con el White Ravens (Internationale Jugendbibliothek, Alemania).
Sus últimas novelas tienen como protagonista a una periodista de armas tomar, sexualmente liberada, de fuerte personalidad y gran sensibilidad: Verónica Rosenthal: La fragilidad de los cuerpos (2012), Las extranjeras (2014) y No hay amores felices (2016). Su último libro publicado por Alfaguara en marzo 2017 se titula 1982: el año de la guerra de las Malvinas en el que un muchacho de 19 años vive con su madrastra una irresistible historia de amor.
Todos sus libros fueron traducidos al inglés, alemán, francés e italiano. En 2014 recibió el Premio de la Fundación Konex, Argentina, como uno de los cinco mejores novelistas del período 2011-2013.