Reseña de «En la rueda de las apariciones (Poemas 1990-2019), de Jordi Doce
Por Jesús cárdenas.
La faceta literaria de Jordi Doce tiene una obra interesantísima y original en poesía, traducción, aforismo y ensayo. Mantiene en activo su blog “Perros en la playa”. Preparada por el propio autor, y hermosamente impresa por la editorial asturiana Ars Poetica, En la rueda de las apariciones (Poemas 1990-2019), nos ofrece una compilación de miradas para conocer la obra poética de Doce a lo largo de dos décadas.
A pesar de que el libro muestra diversos matices líricos, se nos muestra un tono común y un todo orgánico. Para los que conocíamos algunas de sus obras, vemos, por la “nota del autor” y por el dato temporal agregado en algunos poemas, que han mutado, debido a su madurez, y se han nutrido del aprendizaje tras la práctica de la escritura y de la propia vida. Los siete apartados, de nominación sugerente, que conforman el libro siguen un orden cronológico, y las fechas en que están distribuidos constatan distintos “ciclos de escritura”.
En el escueto prólogo escrito por el crítico Vicente Luis Mora se traza tres fases o etapas en la obra poética de Doce. Al ser una selección de composiciones, el lector puede leer aleatoriamente y sentir un disfrute semejante a la lectura lineal, pues percibirá igualmente una mirada de dentro hacia fuera. Jordi Doce posee una gran mirilla para captar el interior, siguiendo los parámetros de la prosodia clásica, de una manera pulcra, en una primera etapa, que ocuparían sus dos primeros libros, Diálogo en la sombra (1997) y Lección de permanencia (2000); muestra cierta libertad, liberándose también de la primera persona, en Otras lunas (2002), hasta que se libera de la mirada interior y busca lo esencial en su última producción, en Gran angular (2005) y No estábamos allí (2016).
La sensibilidad ofrecida en la mirada que trata de captar la esencia de la naturaleza parece ser distanciada por el tiempo. El poeta desde su atalaya o en su paseo, mayoritariamente a media tarde, presenta estampas de paisajes que se concretan, especialmente, en su Gijón natal, o en distintas ciudades (Sheffield, Brighton o Belfast). Varias de estas composiciones reciben un tratamiento reflexivo, no sólo contemplativo, pues se busca el análisis del entorno circundante que se eleva, a pesar de que la soledad se confabule con el silencio creando un espacio lírico de asombro.
Su mirada se filtra en la estación invernal o en el crepúsculo de una tarde estival. Las calles y septiembre se alían en la melancolía que ha producido el desorden temporal y la desolación que produce el desencuentro con el ser querido, como vemos en «Ruina», «Sucesión» o «Llamada», entre otros. La calidez del cuarto se vuelve áspero y el tono amargamente melancólico: «como en esta mañana de noviembre / el mundo representa su naufragio». En los meses estivales se alude al disfrute compartido en la playa o en el parque con su familia, especialmente tiernos y conmovedores resultan los momentos que contempla cómo juega su hija, así en en «Tarde en el parque»: «Paula en el parque, jugando con la arena».
Los condicionantes atmosféricos no ayudan, pues se muestran adversos. Así, la tormenta, la nieve o el viento siembran la inquietud y la incertidumbre, la intranquilidad y la espera. El tono expresa resistencia, emoción y pensamiento. Tal vez, ese tono haya que buscarlo en el estudio y traducción de algunas lecturas angloamericanas, entre las que cabría nombrar: Blake, Eliot, Hughes, Hill, Simic, Strand, Carson y un largo etcétera. Adviértase que quien dice influencias, se refiere a trasvases o vasos comunicantes, fruto del bagaje literario de Jordi Doce.
La búsqueda de luz en el exterior conduce al sujeto a encontrar su propia soledad, acaso motivada por el fluir temporal. Al encuentro con la realidad se produce una escena, casi cinematográfica, cargada de lirismo en composiciones dispares. Llama la atención la descripción de los elementos escénicos, propia de una road movie, en el poema «Desierto de los Monegros», cuya permanencia parece elevarse sobre la calma sentida. Pero la huida no es siempre posible, tal y como apreciamos en «Páramo»:
Tras salir de casa, torpes, desdibujados
por la vigilia, andamos por callejas
que extienden su ceguera sobre un páramo
incómodo, desnudo de sí, y nos sobresalta
el cuchillo del frío, el latido candente
de algún perro que lucha con el amanecer.
Dar sentido a lo presentido. Dotar al hecho de una nueva visión es lo que apuntaba Octavio Paz y que puede hallarse también en Mark Strand, y en tantos otros: «El vértigo que brota del abrirse el mundo en dos y enseñarnos que la creación se sustenta en un abismo». El efecto de contemplar los alrededores crea asombro y pulsión que se convierte en búsqueda de certidumbre, aunque no siempre se encuentre la firme luz sino las sombras indecisas, donde reina la inseguridad. Un buen ramillete de poemas sobresalen en este sentido, «Reconocimiento», «En la terraza» o «Paseante», donde podemos reconocer algunas de las claves de la poética de Doce. Así, en este último, uno de los más extensos y sobresalientes: «Es hora de salir, / dejando a un lado las palabras, / salvando los peldaños que conducen al mundo».
El poeta apuesta por reconocernos en el asombro, en el hecho de no dejar pasar las cosas por alto, de ahí que tenga que salir a explorar fuera. Lo leemos en «Credo»:
cuanto es asombro en la mirada
porque algo ha cruzado, y palpita,
y en el rumor ajeno de su sangre
pregunta y respuesta son una
con un golpe final que se te escapa.
La realidad está ahí fuera, poderosa. Dentro de ella, nosotros mismos. Por este motivo Doce enfrenta el exterior (la calle) con el interior (el cuarto), en los que el silencio intensifica la soledad y alerta de la devastación del tiempo. El proceso de reflexión y descubrimiento interior se ha apoderado, tanto del interior, que la poesía le sirve como vía de comunicación consigo mismo: «Deslumbra, más que el foco, el blanco de la página. Tu mano absorta ha detenido el tiempo».
En otras composiciones el afán de reposada observación y de acercamiento, nos lleva, junto a su cómplice, Álex Chico, en referencia a la propia creación, en la que una vez creada, el autor no dispone de su sentido, pues posibilitará otras tantas interpretaciones, como ocurre en el poema «Junto al canal»:
Pieza que algún poema
recompone a sus anchas, no siempre verazmente.
Dicen esto o aquello, sugieren un sentido,
dudan entre el elogio y la elegía.
En ocasiones, se refiere a la pérdida de utilidad de las palabras justo cuando el tono de la composición se vuelve más áspero: «¿cómo no ver que somos / esa inercia, la calma que florece / bajo nuestra renuncia a las palabras?», dirá en «Varados». El pensamiento de que las palabras no sirven para expresar ni apresar todo el interior se encuentra en otras composiciones, como en «El esperado»: «Mejor no decir nada, mantener la vigilia». En «Revés del asombro», la incertidumbre pesa sobre la ilusión de dar con el destello: «tu afán es un enjambre de palabras / que esculpen en el aire su derrota». Y se cuenta el proceso de un poema a partir de una ocurrencia, en «Anotación»: «el mejor poema es aquel no escrito, el no contaminado».
Toda la amplitud de miras de Doce puede verse reflejada desde el punto de vista formal, como muestra la variedad métrica: desde la prosodia clásica (composiciones de ritmo endecasilábico, alguna en octosílabos, haikus) a los poemas en prosa, dísticos y aforísticos. El ritmo generado por un pie métrico junto a la fluidez de los encabalgamientos y recursos de repetición contrasta con versos de carácter más sentencioso, algunos de ellos con el orden de la oración alterados. En cuanto al estilo, destaca la voluntad de contener la idea en una expresión justa, con partes de la oración elípticas, originando poemas descriptivos con escasa adjetivación, preferentemente breves, sugerentes y evocadores de imágenes, con yuxtaposiciones de planos. El carácter dialéctico entre el presente y el pasado que opera en muchas de estas composiciones puede observarse en el manejo de personas y tiempos verbales.
En la antología En la rueda de las apariciones (Poemas 1990-2019) se constata la innegable capacidad de Jordi Doce para salir fuera, contemplar y adentrarse, en un movimiento de fuera hacia dentro, ofreciéndonos un mundo expresivo de cadencias continuas y sugerentes donde rebrotan motivos literarios (el tiempo, la identidad, el paisaje) tratados con un punto de vista sugestivo y original, nunca repetitivo. Afirmación que se comprueba en cada apartado y se ratifica cuando llegamos a las últimas páginas del libro, como muestra uno de los «Monósticos»:
Seguir el curso de las cicatrices.
La sombra que respira en los flancos del valle.
Late un río bajo tus pasos.
Solo será tuyo si lo interrogas.
Si lo llamas para que huya.
Así empiezan los cuentos: alguien sale de casa.
De pronto es otra casa, otra ciudad.
Si pregunta cómo volver, está perdido.
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