Debates en torno a la ley en la Grecia clásica

Por Ariel Vittor

Óleo en lienzo de Charles Jalabert (1819 – 1901): Edipo y Antígona (Edipe et Antigone, 1842). Antígona y su padre, Edipo, abandonan la ciudad de Tebas.

 El pensamiento político de la Grecia clásica inmediatamente posterior a las Guerras Médicas (490-479 a. C.) se encuentra en obras de escritores y filósofos. Consideraremos acá los casos de Antígona de Sófocles y Critón de Platón. En Antígona, tenemos la disputa por el trono de Tebas entre Etéocles y Polinices, hijos de Edipo. Los contendientes acuerdan reinar alternadamente un año cada uno, pero tan pronto Etéocles se instala en el trono, niega los derechos de su hermano y lo destierra. Polinices reacciona atacando Tebas, tras lo cual se desata una guerra en la que ambos hermanos mueren. Creonte, tío de los fallecidos, se adueña entonces del poder y decreta que el cadáver de Etéocles sea sepultado y reciba las honras fúnebres, mientras que el de Polinices sea abandonado a los animales, por considerársele agresor de su patria. Desconociendo la resolución, Antígona, hermana de los difuntos, rapta e intenta dar sepultura al cadáver de Polinices. Arrestada y conducida ante Creonte, el rey la interroga sobre su actitud. Antígona declara entonces que la prohibición dictada por Creonte no puede pasar por encima de las leyes inquebrantables de los dioses, que en ese caso mandaban tributar honras fúnebres a Polinices. Por lo tanto, ninguna autoridad terrenal puede obligarla a cumplir una ley que no se ajusta al derecho natural. El fundamento de la argumentación de Antígona se encuentra en la distinción que los griegos hicieron entre la ley y la justicia, entre el derecho positivo (nomos) y el derecho natural (diké). El primero comprendía toda la legislación efectivamente vigente en un lugar y un tiempo dado, mientras que el segundo era un criterio con el que se podía evaluar el derecho positivo. El nomos podía o no corresponderse con la diké. El gobernante podía tener el poder de dictar leyes, pero eso no lo hacía necesariamente justo. En consecuencia, obedecer las leyes de la polis no siempre significaba ser un buen ciudadano, porque lo legal no necesariamente era también justo. Los ciudadanos de la polis podían invocar la diké para oponerse al nomos. Esta concepción de ley concede importantes gracias al ciudadano, puesto que es el fundamento mismo de la desobediencia civil, de la resistencia contra las leyes vigentes. De hecho, en la obra de Sófocles, Antígona le señala a Creonte que los tebanos tienen la misma opinión que ella, aunque sienten temor de manifestarla abiertamente. Puesta a escoger entre la ley divina y la terrenal, Antígona no vacilará en optar por la primera. Su obrar es el de la convicción, puesto que no tiene en cuenta la terrible pena que su acción le acarreará. Creonte, por su parte, intentará una apología de la ley civil que, en el marco de la obra, no será suficiente para opacar el heroísmo de la hija de Edipo. En Critón, Platón será el encargado de defender el cumplimiento de la ley civil. En la obra, Sócrates está en la cárcel, aguardando la ejecución de la sentencia de muerte que contra él se ha dictado.

La muerte de Sócrates de Jacques-Louis David (1786)

Recibe entonces la visita de su amigo Critón, quien le propone huir, lo cual implica contravenir lo que las leyes de la polis han dispuesto para Sócrates. A partir de allí, el filósofo despliega largos argumentos a favor del respeto a las leyes civiles, aún cuando éstas lo obliguen a permanecer en prisión. De acuerdo a la argumentación de Sócrates, el hombre inicia su existencia cuando existe la ley, esto es, cuando hay vida política. Han sido las leyes las que han casado a los padres que le dieron la vida, y han sido ellas también las que le brindaron educación, seguridad y medios de subsistencia. Por consiguiente, el hombre es hombre en tanto es hijo de las leyes y servidor de ellas. En principio, esta noción puede considerarse un tanto ambivalente, puesto que plantea que la libertad consiste en la sujeción a la ley. Pero lo que hay que tener en cuenta es que han sido los propios ciudadanos quienes se han dado esas leyes, a través de su participación en la Asamblea democrática. Por lo tanto, no son normas heterónomas impuestas por alguna divinidad omnipotente, sino que son autónomas, estatuidas convencionalmente por los propios ciudadanos. En el caso de que, después de haber sido puesto en posesión de sus derechos cívicos, el ciudadano juzgara que las leyes le resultan desagradables, todavía le quedan opciones para sustraerse a las mismas. Puede, por ejemplo, alejarse de la polis a la que pertenece y establecerse en otro lugar. También puede intentar corregir las leyes mediante la persuasión democrática en la Asamblea. Pero si las disposiciones de las leyes de la polis fuesen desconocidas por cada sujeto que se sintiera disconforme con ellas, la existencia misma de la ciudad estaría en peligro. En Critón, Sócrates actúa guiándose por el principio de que la justicia es incondicional, lo que quiere decir que en ningún caso debe cometerse injusticia, puesto que ésta siempre resulta dañina. Un acto injusto no puede contestarse con otro acto injusto. Sócrates se opone al utilitarismo, pues sostiene que debemos preguntarnos si la acción que vamos a realizar es justa o injusta, no si es útil o inútil. Consecuentemente, se siente incapaz de infligir una injusticia a las leyes civiles. Al contrario de Antígona, que muere por su defensa de las leyes divinas, Sócrates se inmola para probar su adhesión a las leyes de la polis.

 

Para saber más

PLATÓN: Defensa de Sócrates. Critón. Buenos Aires, Losada, 2003.

SÓFOCLES: Antígona. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1972.

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