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D’A 2020 (II) – To the Ends of the Earth: Huída y persecución de sí misma

Por Fernando Solla.

El D’A Film Festival presenta To the Ends of the Earth (Tabi no Owari, Sekai no Hajimari, 2019) en su sección Direccions. El último largometraje de Kiyoshi Kurosawa aporta una perspicaz visión sobre el turismo cultural a partir de las contradicciones internas de su protagonista, una reportera de televisión japonesa que graba un programa viajes en Uzbekistán.

¿Por qué Uzbekistán? Kurosawa muestra el choque cultural como pared que frena o hace de tope a otra huída: la de la protagonista. De y hacia sí misma. Un abandono que se convierte, por tanto y al mismo tiempo, en liberación. El director decide situarnos en un país de Asia Central que es también antigua república soviética. De algún modo, simboliza el recorrido del vínculo entre China y el Mediterráneo. Como la protagonista, pararemos en lugares donde persiste la vida rural en contraposición al funcionamiento de algunas capitales como Samarcanda. La Ruta de la Seda, arquitectura y demás expresiones artísticas (no entraremos apenas en el terreno religioso). De eso hablan los libros y guías de viaje pero ¿qué encontrará y, sobretodo, qué busca Yoko? La elección geográfica resulta muy significativa del estado interior de la presentadora, ya que estamos hablando de un país doblemente aislado del mar. En substitución, los lagos. Inmensos y en los que perderse es fácil aunque no tanto como en el inmenso mar intrínseco del personaje interpretado por Atsuko Maeda, más conocida por muchos como cantante de J-Pop.

No podemos decir que Maeda sea completamente ajena al terreno de la interpretación pero el realizador propicia para la artista un recorrido en paralelo al del personaje. Como para Yoko, la cantante abandona su hábitat o zona de confort para transformarse en actriz e interpretar una a mujer que desempeña una profesión (reportera) por la que no siente vocación y que manifiesta su deseo de cantar en un musical. Hay un acto hermoso de despojarse de sí misma para entregarse a manos del guía-realizador que mediante su trabajo conjunto en la película le devuelve una visión externa de su persona. Este símil se convierte, además,  en el máximo exponente de una inesperada alusión del teatro (como lugar físico) que cobrará especial relevancia no tanto dentro del filme como en la explicación que la protagonista hace de sí (y ante sí) misma. De lo que hacemos como algo provisional para salir del paso (y que finalmente termina por convertirse en nuestra vida) a cantar la versión japonesa de Hymne à l’amour de Piaf y Marguerite Monnot ascendiendo por una sierra o montaña emergente de una laguna inmensa en lo que podríamos considerar un guiño animalista a Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965) con toques de fábula liberadora. Sorprendente y mucho más lúgubre de lo que pueda parecer en un principio (connotación esta última evidenciada de manera intermitente por la composición musical de Yûsuke Hayashi).

El guión es una filigrana con la que Kurosawa se corona como ideólogo, así como el montaje de Kôichi Takahashi y la fotografía (especialmente en exteriores) de Akiko Ashizawa. La secuenciación y planificación pueden llegar a pasar inadvertidas para de repente hipnotizarnos. Gracias al trabajo en común se consigue una profundización (perfectamente integrada en la historia de la protagonista) de varias y complejas temáticas para mostrar muchas de las contradicciones culturales, antropológicas y geopolíticas por las tendremos la sensación de pasar de puntillas. Pero no. La autoría de la película no se puede reducir a etiquetas al uso. Solo el principio es toda una declaración de intenciones. Lo que oye el personaje se transformará en lo que vemos en nuestra imaginación. La cámara juega a (per)seguir, acompañar o anticipar a la protagonista y así no sitúa en un nivel distinto de observación o participación en función de las necesidades de cada momento. El lago Aydar, su formación y las leyendas que ha originado, servirán para plasmar como la usurpación patrimonial en un momento dado configura el imaginario cultural y por tanto determina el conocimiento del mundo de todos los que vendrán después. De ahí, los conflictos y desencuentros. También veremos cómo en muchos de estos constructos sociales, transmitidos de generación en generación, las mujeres no tienen cabida. En lugar de asumir este aspecto como una realidad legítima se nos inducirá a la reflexión de que es el mito el que no funciona ni avanza al ritmo de la sociedad y, por tanto, no es válido. Ideas transformadas en imágenes, que luego serán escenas que asimilaremos a un ritmo similar al que proporciona un gotero de suero.

También muy relevante cómo se muestra el choque cultural a través de la barrera del miedo. En concreto, el que despierta el desconocimiento de un idioma. Cómo una sugerencia o pregunta, incluso una iniciativa desinteresada de ayuda o indicación, puede ser percibida como agresión. Cómo algo tan básico y reducido a la mínima expresión de una lógica aplastante puede resumir todo el recorrido y desarrollo del largometraje y su protagonista es tan inaudito como consternador. Dos réplicas dichas en el momento preciso: «Si huyes, tenemos que perseguirte» y «Si no hablamos los unos con los otros, nunca nos entenderemos». Para aprehender su importancia es necesario este filme-viaje que resulta To the Ends of the Earth. Yoko tiene a su guía-intérprete. Los espectadores tenemos a Kurosawa.

En última instancia, nuestro viaje como espectador individual resulta muy similar al que podemos vivir cuando nos encontramos ante una situación similar a la de Yoko. La necesidad de perderse por nada, por todo y porque sí. Esos pequeños lugares y momentos que creemos únicos por haberlos encontrado en un momento de angustia, incluso desesperación. Una cartografía interior con depresiones y descensos, algunos hipocondríacos. Un desempeño laboral y profesional que nos lleva lejos, hasta un hastío nauseabundo, y del que no nos vemos capaces de salir. El huir como alternativa «fácil» a la propia incompetencia para pedir ayuda y asumir la necesidad de guía en nuestro viaje (gran hallazgo el desarrollo del personaje de Temur e igualmente sentida la interpretación de Adiz Rajabov). Impasibilidad y desilusión ante la incertidumbre de no encontrar en dicho viaje algo inmediatamente proporcional a la cantidad de kilómetros entre nuestro lugar de partida y el de destino elegido…

Así son estos viajes y así resulta nuestro visionado de To the Ends of the Earth. Contemplativo a ratos y emocionante en sus momentos álgidos o hiperestésicos. Evocador cuando Kurosawa se detiene en filmar el choque cultural en paralelo al interior y conductivista cuando peca de un afán didáctico más discursivo que sugestivo. Una experiencia que quizá nos transformará o no pero que, en cualquier caso, nos ayuda a conectar de nuevo con el demonio interior del estancamiento y el vacío. Algo que intentamos ocultar casi siempre y que en momentos de reposo o relajación de la rutina como el que nos ocupa vuelve a salir a la luz.

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